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Por Tiziana Carpentieri*. Este año parece ser un año complicado y difícil. Mi papá estaba muy enfermo un mes antes del inicio de este 2020 y pasó mucho tiempo en diversos hospitales de Roma. Cuando lo iba a visitar me pareció extraño que, a menudo, como compañero de cama, había otro enfermo afectado por neumonía.

Desafortunadamente mi papá nos dejó a mitad de enero. El tiempo del dolor, la cercanía de la familia, confortar a mi mamá que se encontró sola a la edad de 85 años, realizar los trámites  administrativos que siguen a todos estos terribles eventos: los días pasaron muy rápido, con la cabeza envuelta en recuerdos y, al mismo tiempo, la necesidad de quedarse en el presente.

En aquel periodo los medios hablaban de un virus desconocido y muy contagioso que en una región de la China estaba afectando a muchas personas, provocando neumonía, a menudo mortal. Me acuerdo de las noticias que salían de los noticiarios a la tv., cada vez más apremiantes. Parecía algo lejano, se hablaba de un origen del virus relacionada a las costumbres alimentares de los chinos de comer animales salvajes. Por eso, nada que nos pudiera concernir, que pudiera pensarse nos ocurriera en nuestro mundo, tan diferente de China por cultura y costumbres.

En febrero se presentaron los primeros casos en Italia, los datos registraron un alza de contagiados, sobre todo en el norte. Yo escuchaba siempre muy cuidadosamente los noticiarios; no era la única, porque me acuerdo que ese era el tema de conversación recurrente con los amigos y compañeros de mi trabajo: que va pasar con este virus, que ahora es una realidad concreta y tangible en Italia.

Seguía yendo a mi trabajo utilizando los transportes públicos y, como la empresa donde laboro es una multinacional, en la oficina encontraba mucha gente de otras regiones de Italia y de otros países de Europa y Latinoamérica.

El miedo de contraer la enfermedad se infiltraba en la mente de todos a medida que llegaban las noticias del aumento del contagio en Italia y de la situación cada vez más difícil de los hospitales y la sanidad pública italiana para hacer frente a esta enfermedad.

Fueron días complicados por la confusión, las diferentes noticias que se seguían y las diferentes explicaciones e hipótesis que los científicos y expertos proporcionaban. ¿Qué hacer?, era la pregunta que las instituciones, la colectividad y el ciudadano común se hacían. Las miradas de la gente eran incrédulas, me acuerdo que subía la tensión, la decisión de mi empresa de reducir la presencia en oficina extendiendo el teletrabajo a la mitad de los empleados como medida contra la difusión del contagio.

Hacía parte de la mitad que tenía que ir a la oficina y estaba incómoda de hacerlo porque tenía miedo de contraer la enfermedad sin tener el síntoma y llegar a contagiar a mis queridos y los demás sin darme cuenta. Hasta al momento en que fue declarada la pandemia mundial, el virus ya se estaba difundiendo en otros países europeos y en otra parte del mundo. Desde el 8 de marzo estoy trabajando en mi casa.

Afortunadamente mi novio estaba conmigo y los días se sucedieron sin grandes cosas para hacer si no tele trabajar, hacer ejercicio físico en casa, dedicarse a cocinar algo especial (y la cocina italiana propone un montón de platos gustosos), estar en contacto (por teléfono o a través de las redes sociales) con mi mama, mi familia y los amigos, feliz cada vez de saber que todos estaban bien.

En este tiempo de confinamiento en casa, junto a las noticias del avance de los contagios, la cuenta diaria de los muertos y las condiciones de estrés de los médicos, enfermeros y otros operadores de los hospitales, también llegaban otras noticias, las de los científicos quienes notaban una disminución de los indicadores de polución cada día. De hecho, estaba prohibido salir de casa con consecuente reducción drástica del tráfico y parada la producción industrial en todo el país porque se habían cerrado muchas empresas de productos no considerados esenciales.

Se coló el silencio y el trinar de los pájaros se empezó a escuchar siempre más fuerte a medida que la primavera se iba acercando, en el barrio donde habito, construido hacia 1970, con bloques de 8 pisos, calles estrechas y con pocos amaneceres. Para mí fue un descubrimiento increíble, que en poco tiempo se produjese un cambio así de evidente en los datos sobre la polución en toda Italia y no solo acá, en toda Europa, a medida que aumentaba el contagio del virus se aplicó el confinamiento.

En los medios dijeron que todo esto que estaba pasando podía servir para que nos diéramos cuenta de las consecuencias de las acciones de los seres humanos sobre la naturaleza y que podía ser la ocasión para que algo cambiará orientado al desarrollo de las actividades humanas. Una reflexión sobre lo que realmente es necesario producir para vivir y cómo hacerlo de manera que se preserven los recursos naturales lo más posible. Este debate duró unos días.

Ahora que a mitad de mayo se ha roto un poco el confinamiento y se está con juicio, volviendo a la normalidad, una ´nueva normalidad´ digamos, esta reflexión no me parece haya producido efectos todavía, el tráfico ha aumentado, la gente desea volver a las actividades de trabajo y de descanso como antes. Sin duda todo esto es legítimo. El principal problema en este momento es promover la recuperación después de la crisis económica consecuencia del periodo de confinamiento total adoptado para parar la difusión del contagio.

Me parece bien lo de seguir cristalizando la idea de una manera diferente de consumir y de vivir más con respecto de la naturaleza, hasta donde sea posible. Quizá esta experiencia podrá ayudarnos a nivel colectivo e individual a encontrar, en un futuro muy próximo, una solución adecuada que tenga que ver con la sobrevivencia de todas las especies vivientes.

Tiziana Carpentieri*. Italiana residente en Roma, trabaja en el área de seguros en la principal empresa italiana de electricidad.