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Por Anamaría Hurtado de Watson*. El libro rojo es un tesoro donde se escribieron las recetas de mi madre, desde cuando tomó soltera su curso de culinaria y economía doméstica en la década del cuarenta en Cali hasta el año 2007. Este hermoso libro fue heredado a mi hermana Claudia Hurtado. ¿Por qué a ella? Porque fue quien se lo pidió.

Varios años antes de morir mi madre comenzó a repartir las fotos y los objetos materiales a quien se los iba pidiendo. Año tras año que iba a visitarla, sacábamos los closets completos, veíamos las fotografías, arreglábamos objetos guardados a lo largo de su vida. Desde la cuturina  de su hermano que murió recién nacido, pasando por la  camisa que usó su padre antes de fallecer, hasta los últimos regalos que mis hermanas le traían de Europa. Bueno de los regalos que quedaban porque  mi mamá siempre estaba pensando a quién podrían servirle, y siendo así los regalaba, con el permiso de quien se los dio.

Al final de su vida, mi mamá había repartido todo. La acompañaron su pijama, sus chanclas y sus cobijitas que la protegieron del frío en sus últimos días. Se fue liviana como el viento el 12 de enero de 2020, a sus 91 años, dos meses antes de que empezaran las restricciones de la Pandemia. Se fue despojada de objetos materiales pero llena de su buen espíritu, buenas obras, amor, sabiduría y los sacrificios que las madres hacen en su vida y que nosotros como hijos nos damos cuenta a medida que nos va haciendo falta su presencia física. 

Mi madre preparaba deliciosa comida vallecaucana. Los tamales son los más ricos que he comido en mi vida. Ella no podía hacer pocos tamales solo para la familia, sino que el día de hacerlos se convertía en una reunión general a donde invitaba a todo el mundo a comerlos. Hacía deliciosos pandebonos, cuando llegaba una visita se ponía a moler el queso en el molino Corona que la acompañó a lo largo de su vida  y en un dos por tres preparaba unos pandebonos deliciosos, los cuales disfrutamos en muchas ocasiones con Isabella.

Ni que decir del sancocho, el mondongo, el arroz horneado, la pierna de cerdo de Navidad, la torta negra con pasas y frutos secos y el dulce desamargado, todos elaborados por ella misma. Mi mamá cocinaba desde el alma, nos endulzó la vida con sus bizcochuelos, suspiros, melcochas con un leve sabor a perfume y dulces de grosellas. Sería demasiado la lista de los platos preparados por mi madre, quien siempre nos cocinó.

Daniel José, mi hermano, fue quien disfrutó hasta el último momento de sus manjares y de la compañía de mi mamá,  porque fue el hijo que nunca la dejó sola. Ella no entró a su cocina unos cuatro meses antes de morir, ya no tenía alientos de hacerlo porque se sintió decaída y sin ánimos. Pero nos dejó hermosos recuerdos no solo de su cocina, sino también de amor y sabiduría, era una mamita muy adelantada para su época.

Dulce de coco y cucas

Hoy quiero compartir dos recetas del  libro rojo, el dulce de coco y las famosas cucas. Como  mi madre sabía las medidas exactas de sus recetas no creo que viera la necesidad de escribir con exactitud la cantidad de harina que llevaban las cucas, ella exactamente sabía la consistencia para que quedaran ricas y en su punto ideal.

Dulce de coco. Se ralla el coco y se mezcla con un tarro de leche condensada y la misma cantidad de leche, 2 huevos y pasas. Se bate y se pone en un molde acaramelado a baño maría o al horno.

Cucas. Se hace melao con 1/2 panela y 1 taza de agua, 1 cucharadita de bicarbonato, 2 huevos y 3 cucharadas de mantequilla. Se bate el melao caliente con el bicarbonato y la mantequilla hasta que esté espeso, luego las yemas y la harina poco a poco hasta quedar manejable. Se arman las cucas (galletas).

*Por Anamaría Hurtado de Watson. Caleña, comunicadora social, hondureña naturalizada por amor a su esposo, hijo  y a sus mascotas.