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En la tarde del 5 de mayo de 1977, se apagaría la vida del Juez de la República, Eduardo Moya Tovar (1*), a solo unos pocos metros de su casa en el barrio El Refugio, al sur de Cali. Ese día mientras los caleños salían estremecidos del sopor de la siesta del mediodía ante la noticia y al país se le advertía como se silenciarían a hombres y mujeres encargados de impartir justicia; la vida de su familia cambiaría para siempre, con gran valor su esposa, Graciela Moya de Ospina (2*), seguiría adelante con sus tres jóvenes hijos, Elsa María, Nicolás Alejandro y Luis Carlos.  

La impunidad. Durante 25 años el juez Moya ejercería justicia bajo el precepto que los derechos fundamentales del hombre no son negociables y así se lo enseñaría a los suyos, quienes clamarían por justicia a sus compañeros de oficio durante mucho tiempo, justicia que nunca llegaría para esclarecer la muerte de este servidor público. El proceso sería archivado antes de llegar a la verdad y 44 años después reposa en el olvido.

El 9 de abril. La trayectoria de este abogado bogotano defensor de  los derechos ciudadanos se remonta a su paso por las aulas de la Universidad Nacional y a su participación activa con un grupo de estudiantes, intelectuales y líderes gaitanistas en la toma de los micrófonos de la Radio Nacional el 9 de abril de 1948, para exigir la renuncia del presidente conservador, Mariano Ospina Pérez, e invitar al pueblo a marchar luego del magnicidio del caudillo liberal, Jorge Eliécer Gaitán.

La llegada a Cali. A inicio de la década del cincuenta, en plena época de la violencia partidista, Eduardo con sus padres, don Carlos Moya y doña Leonor Tovar, y su hermano, Hernando, debieron dejar Bogotá para trasladarse a Cali, sin él aún recibirse de abogado. Al poco tiempo conocería a los vecinos de oficina en el Edificio Hormaza (Carrera 5 con Calle 10), al constructor italiano Antonio Bernardi (3*),  quien sería luego su concuñado, y a su hija y secretaria, Gladys Bernardi.

El noviazgo. La familia Bernardi Ospina sería la facilitadora de la relación que pronto entablarían Eduardo con la señorita Graciela Ospina Mejía, en uno de los tantos paseos de ella al Valle del Cauca, a visitar a Camila y Antonio, su hermana mayor y su cuñado. Desde los pocos meses de nacida, Graciela residía en Manizales desde 1922 cuando sus padres, Luis María y Ana Joaquina (4*), llegaron con sus 11 hijos por esos caminos montañosos a lomo de mula. Graduada de la Normal de Señoritas, ingresaría con el cargo de Secretaria del Gerente a Chocolate Luker (*5), la empresa más prometedora del Viejo Caldas con fábricas en Bogotá y Medellín y oficinas en Neiva y Cali.  

Matrimonio de aventura. Después de un largo cortejo a distancia, Eduardo pediría la mano de la más joven de las 9 hermanas Ospina y contraería nupcias el 18 de agosto de 1956 en Manizales. La pareja emprendería su vida de casados muy ligera de equipaje, con una maleta cada uno, mientras él como juez practicaba investigaciones entre Ubaté y Bogotá. Hacia 1958 ellos se establecerían en Cali y arrendarían el apartamentico del primero piso del Edificio Bernardi, construido por Antonio Bernardi (1954) en el barrio El Peñón, donde el italiano vivía con su esposa Camila Ospina y su familia.

Diligencias peligrosas. Mientras la familia crecía con la llegada de Elsa María (1959) y Nicolás Alejandro Moya Ospina (1960), el juez Moya Tovar residiría por temporadas cortas en zonas ´rojas´ a donde se le destinaba para investigar los delitos y sus autores, como en Caloto (Cauca) y el corregimiento tulueño de Barragán en las montañas del Valle del Cauca.

El caso de Antonio Larrota. Hacia 1961, tendría a su cargo unas de las diligencias más arriesgadas de su carrera, el caso del asesinato de Antonio María Larrota González, considerado por unos como un activo joven líder de izquierda y por otros como un organizador de cuadrillas de bandoleros en Tacueyó (Cauca). Eduardo y la comisión que se desplazaba para el levantamiento del cuerpo, estuvieron a punto de ser emboscados en El Salado, un recóndito paraje del municipio de Corinto.

La calma de la Isla Prisión. Los años pasaban y aunque Eduardo acumulaba experiencia, él no había podido recibirse de abogado ya que su tesis sobre ´El Abuso de Confianza´ era muy extensa y las comisiones encomendadas no le dejaban mucho tiempo.

En 1963 quedaría libre una vacante de juez en la cárcel de máxima seguridad que hacía poco el Gobierno del presidente Alberto Lleras Camargo construiría en la Isla Gorgona para recluir a los reos más peligrosos de todo el país ya que era casi imposible una fuga de ese territorio inaccesible, entre la selva y un Océano Pacífico infestado de tiburones, a 35 kilómetros de la Costa. Eduardo y Graciela tomarían una decisión trascendental para la carrera de él y para las finanzas de la familia; solicitar el traslado a la penitenciaría.

En 1963 Graciela con sus dos hijos en Gorgona.

Una mujer en la Isla Prisión. Todo el grupo familiar, los esposos con sus dos pequeños hijos y los padres de Eduardo arribarían al muelle de la Isla Prisión y vivirían 18 meses en ese paraíso tropical declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.

Graciela sería una de las pocas mujeres que habitaría esa isla rodeada de guardianes, funcionarios y el personal de salud y la Armada que llegaba de cuando en vez. Lugar donde Eduardo, además de reivindicar los derechos de los recluidos y trabajar en su tesis de grado, compartiría con su familia dos de sus grandes pasiones, la pesca con anzuelo, actividad que realizaría todas las noches con su esposa, y  la natación en los paseos dominicales a la playa donde sus pequeños hijos iniciarían sus primeras experiencias acuáticas.

A Cali. Con el dinero ahorrado, los Moya Ospina comprarían su casa en El Refugio, a unas cuadras de la Calle Quinta; hacia 1966 llegarían a esta urbanización de clase media construida por Fenalco, con su tercer hijo, Luis Carlos. Eduardo ya con su título en mano, sería nombrado Juez 11 Penal Municipal y al final se desempeñaría como Juez 2 de Instrucción Criminal. En 1969, volvería a tener un caso complicado, el secuestro de los ciudadanos suizos Werner Straessle y Hermman Buff, perpetrado en Cali.

Como libre pensador que era, Eduardo con un colectivo de médicos y abogados, participaría en la creación del Colegio Ideas en 1973, con un modelo pedagógico bastante innovador para ese momento.

El retorno a Gorgona. El 4 de enero de 2004, Graciela acompañada de sus dos hijos mayores quienes iban a bucear, retornaría a la Isla Gorgona, cuando ya era un Parque Nacional Natural dedicado a las investigaciones científicas por la riqueza de su biodiversidad. A sus 82 años desembarcaría en el mismo muelle para recorrer los vestigios de la cárcel, contarle a los visitantes múltiples historias sobre la vida en la Gorgona de los años 60 y recordar en el mismo lugar, los años felices con su esposo.

Fuentes citadas. *Gracias a la narración de mi prima, la abogada Elsa María Moya Ospina, mi madre, Regina y mi tía Italia Bernardi Ospina se han reconstruido las vivencias de la familia Moya Ospina. Archivo fotográfico de las familias Moya Ospina y Bernardi Ospina.

(1*) Eduardo Moya Tovar nace el 10 de febrero de 1923 en Bogotá y fallece en Cali, el 5 de mayo de 1977. Sería Juez 11 Penal Municipal (30/07/1965 hasta 31/12/1970); 2 Juez de Instrucción (01/01/1970 al 05/05/1977) y su último cargo fue Juez 2 de Instrucción Criminal hasta 1977.  (2*) Graciela Ospina Mejía nace en Santa Rosa de Cabal el 16 de septiembre de 1921 y muere el 28 de octubre de 2013 en Cali.  (3*) Antonio Bernardi de Fina, constructor italiano nacido en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno, Italia (6-10-1900), casado con Camila Ospina, la hermana de Graciela. Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). (4*) Luis María Ospina Arcila, ´papá Luis´: 1870 Aranzazu – julio 9 de 1943 Bogotá y Ana Joaquina Mejía Gutiérrez, ´mamá Anita´: 1877 Pacora – julio 22 de 1963 Manizales. (*5) Chocolate Luker, empresa fundada en la Hacienda La Enea de Manizales en 1906.