Diario de cuarentena

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Martes, 26 de mayo. El cine de aquí

No es una historia de ficción y, por eso mismo, debería ser más bien realidad pura. Hablo del Decreto 681 de 2020 del Gobierno nacional, por el cual se obliga a Netflix, HBO, Claro y Amazon, entre otras plataformas digitales de video y audiovisuales, a incluir entre sus secciones la de contenidos colombianos.

El peso de esa noticia es mayor en estos tiempos de confinamiento y de previsible cambio de hábitos. Nunca antes habíamos sido tan ‘netflixómanos’, y lo vamos a ser aún más, sin vacuna y con ella.

Son nueve meses los que tienen esos servicios de video para, en palabras de la nueva ministra de las TIC, Karen Abudinen, “implementar una sección de fácil acceso e identificación, para las producciones audiovisuales colombianas”.

En principio, esto puede sonar a simple menú o portafolio. La verdad, es, y debe ser, más que eso. Eso lo sabe bien la representante Catalina Ortiz cuando define los alcances de lo que, fruto de su iniciativa parlamentaria, debe terminar por constituir, tal cual lo dice ella, “un impulso a la industria audiovisual” criolla.

Vale decir que eso mismo, ayudar a empujar la barca del cine nacional, es una urgencia, por encima de las buenas señales que arroja el crecimiento de esa industria. Porque una cosa es celebrar (y con razón) que en 2019 se hayan estrenado 49 películas hechas en casa, mediante el apoyo en “preproducción, producción y posproducción del Fondo cinematográfico” (Claudia Triana, Revista Semana), y otra cosa es saber qué hay del futuro de ellas. Lo que, para acortar el cuento, se resume en que, casi siempre, se les mira y se les aprecia mejor afuera que entre nos.

Sí, en parte, la vieja y repetida historia de que no sé es profeta en propia tierra. Ahí están las cifras de 2019, según la propia Claudia: tuvimos 73 millones de espectadores, casi todos a las órdenes de lo que manda Hollywood, mientras apenas un 3,5 por ciento de público atento a las producciones colombianas. Porque así es el mercado, pero también porque quienes las exhiben suelen descartarlas con el prejuicio de que son nuestras y que, por lo tanto, “no interesan”.

Pero esto también tiene otra cara del cubo que termina siendo el asunto.
No hemos educado en cine, con todo y la formidable herramienta pedagógica que es para todos los niveles de la educación ¿Qué sería, por ejemplo, del cine sin la historia? Y, así mismo, ¿qué sería, en el último siglo de la humanidad, de la historia sin el cine? ¿Cuántas películas colombianas que enseñan tanto sobre lo que somos y nos ha pasado se ven en nuestros colegios y escuelas? Y, asimismo, ¿cuántas que no son más que una mezcla de bodrio y pasarela se promocionan y se hacen ver?

Creo que la afortunada iniciativa de la congresista Ortiz hizo lo que había que hacer. Solo que ahora viene un segundo tiempo: qué van a colgar allí. No me cabe duda que lo peor de nuestro cine (ya saben ‘Paseos’ y cosas así), con el soporte de marca de quienes las financiaron, los mismos, no se puede negar, que también han respaldado algunas cosas buenas (‘El abrazo de la serpiente’ y más).

La pregunta es si cabrá ese otro cine, el independiente. Ese que hacen Carlos Acevedo, en ‘La tierra y la sombra’; Carlos Tribiño, en ‘El silencio del río’; Miguel Salazar, en ‘Ciro y yo’; Carlos Moreno en ‘Perro come perro’; Catalina Arroyave, en ‘Los días de la ballena’; y Juan Felipe Cano, en ‘La semilla del silencio’, y muchas otras.

Películas, guardadas las proporciones, herederas del espíritu con que se
hicieron ‘Cóndores no entierran todos los días’, ‘Confesión a Laura’, ‘La estrategia del Caracol’ y otras joyas. Aquel cine que vemos y que se queda para siempre en nosotros.

Bienvenido pues, el Decreto. Y bienvenido también el ancho de banda que incluya la participación del auténtico cine de autor. Es decir, cama para todos, sin reparos, en estos tiempos de encierros y censuras.

Columna publicada en el diario El País de Cali, el 26 de mayo de 2020.

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Miércoles, 20 de mayo. Cuando nos fuimos a Japón en vísperas de pandemia

Diana María está en Alemania. Es una profesional colombiana que vive en Hamburgo, junto a su esposo y a Niklas, el bebé que ya hace cosas de grande, dicen con orgullo desde el centro del Valle del Cauca sus abuelos, Carmen y Germán. Cuando entramos en cuarenta, ellos, los abuelos, pasaron el susto de sus vidas: a la hija, al yerno y, sobre todo, al nieto, les cogió la pandemia en un viaje de placer a Japón. Solo se sintieron tranquilos una vez supieron que los viajeros habían llegado sanos y salvos a territorio alemán. Lo que jamás imaginaron es que el trío de aventureros la había pasado de maravilla, porque se dedicaron a disfrutar de la tierra del Sol naciente con sus muchas cosas para ver y apreciar. 

Bienvenida Diana María a este, su diario de pandemia y de aventura, y gracias por compartir sus experiencias. Cuídense mucho.

El clima comienza a mejorar en Hamburgo y estamos a puertas de mi estación favorita: verano. Llevo más de 14 años fuera de Colombia y aún no me acostumbro a la falta de luz; así que cuando llega el verano con sus días largos y son 25+ C, mi corazón salta de emoción… Pero este verano no será como los otros, llevamos más de 2 meses en cuarentena y las medidas de distanciamiento social están vigentes por lo menos otro mes más. 

Para nosotros todo comenzó un poco diferente, en enero tomamos la decisión de irnos de viajar a Japón. Tanto mi esposo como yo teníamos un par de días de vacaciones pendientes del año pasado y debíamos tomarlos antes de finales de marzo, así que compramos los boletos de avión y comenzamos a planear nuestro viaje. En ese momento ya se comenzaban a escuchar rumores de una enfermedad de la familia del SARS-2 en Wuhan, China, pero nada que fuera altamente preocupante. A medida que se acercaba nuestro viaje, la situación fue cambiando: Japón fue uno de los primeros países con casos fuera de China, los casos continuaban aumentando a nivel mundial y para el tiempo que volamos a Japón (8 de marzo) el norte de Italia ya estaba en estado de emergencia y ya había más casos en Alemania que en Japón. 

Con la confianza que Japón tenía la situación bajo control (por lo menos mucho mejor que en Europa), empacamos nuestras maletas e iniciamos 3 maravillosas semanas en el país del sol naciente. Nuestro itinerario comenzó en Hiroshima, aunque todos los museos estaban cerrados, parques, restaurantes, templos, etc., estaban abiertos; nos dimos el lujo de disfrutar Japón sin muchos turistas, pues el país cerró sus fronteras a China a finales de enero.

De Hiroshima, salimos a Kyoto donde estuvimos durante una semana. En ese momento recibí un mensaje de un compañero de oficina que la empresa nos había enviado a todos a trabajar desde casa, dos días después cerrarían restaurantes, tiendas, colegios, guarderías y fronteras en Alemania. 

Mientras mis amigos me enviaban fotos de estanterías de supermercados vacíos, nosotros disfrutamos de los mágicos cerezos florecidos en Tokyo. Nos tomábamos un día a la vez, aunque estamos en constante contacto con el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán en Japón y con Lufthansa, en el fondo teníamos la preocupación de no poder regresar. Nuestras preocupaciones fueron apaciguadas con la confirmación del ministerio que, como residentes permanentes, podíamos entrar al país y por la confirmación de Lufthansa que nuestro vuelo seguía en pie. 

El 27 de marzo volamos de regreso a Alemania y estábamos seguros que regresaríamos a un país muy distinto al que dejamos. Nuestro vuelo de regreso estaba casi lleno, mucha gente con mascarilla (a lo cual ya estábamos acostumbrados pues en Japón todo el mundo la usa en temporada de gripa, así que siguiendo la cultura local, nosotros también lo hacíamos), el servicio de comida funcionó de forma muy diferente y, una vez llegamos a Frankfurt, el aeropuerto se sentía como en una película donde sabes que algo malo va a pasar, con todas las tiendas cerradas y muy poca gente en los alrededores. 

De Frankfurt, tomamos el vuelo a Hamburgo y una vez llegamos un Moia (tipo Uber pero manejado por VW) a casa, el cual sería uno de los últimos ya que dos días después sería también suspendido. El sábado nos levantamos, fui a la oficina a recoger mi pantalla, teclado y ratón, fui al supermercado por los suministros de la semana y así comenzó nuestra cuarentena en Alemania: con un bebe de 18 meses en casa ya que la guardería estaba cerrada, pero con la ventaja que ambos podemos trabajar desde casa con horario flexible. Así que nos repartimos en turnos de 4 horas entre trabajar y cuidar a nuestro bebé: yo comienzo mi jornada laboral de 6 a 10 a.m., luego cuido a Niklas de 10 a.m. a 2 p.m. mientras mi esposo trabaja, a las 2 p.m. retomó el trabajo hasta las 6 p.m., donde recibo a Niklas hasta que se duerme. 

Nuestros días son largos, pero estamos disfrutando tener a nuestro chiquitín en casa. Aquí en Alemania puedes salir a caminar cuando quieras, ir a los parques (aunque las zonas juegos estuvieron cerradas hasta la semana pasada), e incluso verte con una persona de otra casa si guardas la distancia requerida. Tenemos la ventaja de vivir cerca de varios bosques a donde vamos a respirar un poco de aire fresco y cambiar de panorama.  

La gente respeta mucho la distancia en los supermercados y desde hace unas dos semanas es obligatorio en uso de mascarillas en todas las tiendas y transporte público. 

Las tiendas comienzan a abrir y a partir de esta semana también lo harán los restaurantes y hoteles, pero los eventos de más de mil personas están cancelados hasta finales de agosto. Aún no sabemos hasta cuando estarán las medidas de distanciamiento social ni cuándo abrirán las guarderías. 

Por lo pronto solo sabemos que si el nuevo número de casos es más de 50 por cada 10.000 habitantes, regresaremos a las medidas de emergencias hasta que se controle de nuevo la situación en el distrito.  Nosotros por el momento seguiremos trabajando desde casa, viendo a Niklas crecer y disfrutando actividades al aire libre mientras guardamos nuestra distancia. 

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Lunes, 18 de mayo. La voz de los bancarios

Hace unas semanas (y pronto diremos, hace unos meses), cuando hice referencia en este blog a los héroes anónimos (al lado de los del sector salud), cité a mucha gente. Hablé, por ejemplo, de quienes atienden las cajas de los supermercados, de los conductores del transporte público, de los porteros de los conjuntos habitacionales, de los miembros de la fuerza pública e hice una breve referencia sobre quienes trabajan en los bancos. Todos ellos se juegan el pellejo porque les resulta imposible mantener el distanciamiento social que se recomienda en estos tiempos y, en esa medida, están más expuestos a un posible contagio.

Pero en el caso particular de quienes trabajan en el sector financiero no sólo existe ese riesgo, sino que, por fuerza de muchos factores, deben soportar por estos tiempos la ira de la gente. Todo, porque representan a entidades que no están en estos días entre las más queridas por parte de los ciudadanos (entre los que me incluyo).  Ya sea porque sus políticas de funcionamiento y prestación de servicios no responden a las necesidades de los usuarios, o porque, por ejemplo, anuncios oficiales (préstamos, alivios y demás) no corresponden a la realidad, no atienden a las expectativas de un gran número de personas o no tienen eco en esas instituciones.

Y como resulta imposible hacer saber ese malestar a los dueños o mayores accionistas de esas empresas, quienes terminan pagando la bronca del público son aquellos que ponen la cara: el cajero o la cajera  de la sucursal, el asesor  o el director, subgerente o la gerente. Incluso, el portero o la señora de servicios generales. O esa persona que al otro lado de la línea telefónica intenta convencernos de que no es más que un empleado (nunca dirá que le pagan poco, muy poco) y que solo cumple órdenes, mientras del otro lado le cae de todo lo peor en esa llamada que, además, está siendo grabada. 

Tengo una amiga (B) que labora en una de esas entidades financieras y sabe bien de lo que es estar ahí, parada todo el día, sin poderse mover, convertida en blanco para que le tiren dardos, sin derecho a protestar y obligada más bien a sonreír y solucionar infinidad de problemas y facilitar la prestación  de servicios tanto en ahorro como en crédito.  Adicionalmente deben afinar sus oídos y ser empáticos  por cuanto muchos de esos clientes llegan hasta sus oficinas a exponer todas sus penurias personales y económicas causadas por diferentes circunstancias, entre otras, por este virus que tanto nos ha afectado a todos.

Ella está orgullosa de lo que hace. Y, si miramos bien, se parece mucho a todos nosotros. Vean no más lo que nos cuenta:    

Víctor, Definir qué es ser empleado bancario es tratar de resumir mi vida. Es ser una mujer o un hombre como usted, con sentimientos, emociones, sueños y proyectos por realizar. Es ser madre, padre, esposo o esposa, hijo, o alguien que convive con su soledad. Ser empleado bancario es levantarse muy temprano para dejar todo organizado a los hijos, llevarlos al colegio y ayudarlos a hacer las tareas, tener claro qué falta en el mercado. Ser empleado bancario, también es organizar qué será el almuerzo y ponerlo a hacer. Para que todos estén bien y no falte nada. Es organizar el presupuesto de la casa para pagar las cuentas. Es mirar todos los días cómo anda la salud de la familia y sacar, lo más pronto posible, las citas médicas. Es tener deudas y angustias. Y, a veces, es soñar con vacaciones que casi siempre no son más que sueños. 

Pero ser empleado  bancario también es participar y ayudar  en la materializaciòn de los sueños de otras personas que quieren comprar una casa, un carro o adquirir los electrodomésticos que necesita un hogar.  Es ayudar a resolver el estudio para los hijos de familias que solo comenzamos a conocer cuando llegan a buscar un crédito.

Es apoyar a empresarios para que sus negocios nazcan o crezcan y generen empleo y desarrollo para el país. Es facilitar herramientas y metodologías para que las personas y empresas pueden acceder cada vez más fácilmente, a los servicios financieros sin salir de casa o del sitio de trabajo.  Es recomendar líneas, servicios y apoyar oportunidades de crecimiento para emprendimientos pequeños, medianos o grandes, no importa el tamaño, sino la posibilidad de crecer y generar beneficio general. Esas tareas las hacemos a diario con los clientes que pasan por nuestras oficinas y muchas veces nos convierten en sus confesores, hasta conocer los más grandes secretos de carácter personal, que, al final, guardamos, porque no puede ser de otra manera.  Es pelear  y sentir como propios sus proyectos y lograr sacar adelante negocios que  a veces parecen imposibles.

Eso somos, colombianos como usted, Víctor, gente de carne y hueso, ajenas a muchas cosas sobre la macroeconomía o las diferencias ideológicas. Amamos esto que hacemos porque, aparte de ganarnos la vida, nos permite crecer y ayudar a crecer a los nuestros.  Entendemos, por supuesto, las angustias de cada uno de los clientes. Pero si algo quisiéramos pedir hoy es una sola cosa: RESPETO. Ese que nos merecemos como lo que somos, servidores de una institución y de quienes tienen una relación con ella. Igual, debemos obrar en el mismo sentido con ustedes.

Gracias, Víctor, por esta oportunidad para decirlo. Y bendiciones a todos, cuídense”.  Gracias a ti, por contarnos tu realidad y las dificultades por las que atraviesan las personas que están detrás de un nombre, ventanilla o  mostrador.  Cuídense mucho (porque hasta allí también llega el virus) y tengan mucha paciencia.

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Jueves, 14 de mayo. Modelos para crisis

Dos preguntas, aparte de otras, deben rondar las cabezas de quienes están al mando de sus respectivos barcos en medio de la actual tormenta : 1- ¿Qué tal lo estoy haciendo?  2- ¿Cómo saldré librado, en términos políticos, de esta prueba? 
¿Qué tal lo estoy haciendo?  Difícil saberlo.  Y peor si quienes mandan se guían por los áulicos que siempre forman parte de los círculos gubernamentales y que tanto daño suelen hacerles a sus jefes. Más bien, las respuestas inmediata y más claras están en las cifras y en expertos de esos que aún hay a prueba de reconocimientos y elogios palaciegos. 

El problema es que las cifras, casi nunca como antes, son deleznables. Y no por falta de instrumentos sino porque las variables son tantas que lo único aconsejable y prudente ha sido volver a trabajar en el método más antiguo usado por el ser humano: ensayo y error. En la actualidad, los estimativos, tan válidos en otros campos del saber, han pasado a ser aventurerismo puro. Con todas sus consecuencias en materia de incertidumbre. 

Por supuesto, sería tonto negar que hay luces. Algunas de ellas tardías y abiertas en medio de la tragedia, como pasa en Italia y España (casi 60 mil muertos entre ambas naciones). Solo que viene una nueva fase, y probablemente otras más, en la que sabrán si ya pisan tierra firme o deberán volver a empezar o a encerrarse. 

Lo que en cambio sí está claro, en especial para quienes gobiernan las grandes potencias, es a cuál modelo le apostaron para hacer frente a esta crisis. Sobre eso, creo que no figuran más de cuatro opciones en la carta: 
Uno, el modelo absolutista. Dos, el populista. Tres, la mezcla de ambos. Y un cuarto…

Modelo uno es el omnipotente Donald Trump que se ha sentido Luis XIV en una nueva versión de ‘El Estado soy yo. Ahí queda como testimonio el negacionismo al virus que ahora sus ciudadanos pagan con sus propias vidas. Y no menos, las ocurrentes recetas de antídotos o las convocatorias a salir, pese a todo, de manera masiva a las calles. 

Pero también Trump ha sido modelo dos, cuando obra cual Perón o Franco en sus tiempos. Es aquel ‘El pueblo soy yo’ con el que pide que le dejen firmar y estampar su nombre en los cheques de ayuda estatal que quiere hacerlos pasar como suyos, nada más que una vergonzosa estrategia electoral. Maldita costumbre esta de muchos gobernantes de convertir el erario en supuesta plata de sus propios bolsillos. Mentirosos.     

Vladimir Putin también es modelo uno, porque siempre ha sido el Zar. Pero le asalta ese otro, el populista y el camarada. Y en tierra fértil. Por eso, en gesto digno del padrecito Stalin, mandó a todos de vacaciones remuneradas (jugada, además, en la misma vía de de eternizarse en el poder). Pero el virus no le hizo caso y se quedó trabajando. Rusia amenaza ahora con ser un nuevo gran escenario de la pandemia.  

Xi Jinping (otro empeñado en atornillarse al puesto de mando hasta el fin de sus días) es un modelo dos que sabe esconder bien en la República Popular de China su carácter de modelo uno, como el emperador que es. Con habilidad, Jinping ha puesto la cara más bien poco. Esa tarea de culpas y responsabilidades se la ha sabido endosar a autoridades provinciales, como en Wuhan, mientras él hace mutis por el foro.   

El cuarto modelo es el de Ángela Merkel, quizás el (la) líder mundial que menos ha hablado, porque los resultados lo hacen por ella: Alemania es, otra vez, el ejemplo a seguir. Fruto de ella, pero también de un pueblo que, en su mayoría, se ha mostrado responsable para  jugar un papel trascendental en este momento de la historia. Pura sociedad civil en ejercicio.   
 ¿Y Bolsonaro?. Bolsonaro ni siquiera resiste análisis. 

Tomado de el diario El País de Cali

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Miércoles, 13 de mayo. Debutar como padres en tiempos de pandemia

Federico y Mónica, con Lorenzo

Lorenzo lo sabrá más temprano que tarde: vino al mundo en tiempos de tormenta.  “Entonces – dirá seguramente a sus amigos, y luego a sus hijos y nietos -, la orden era confinarnos, y yo fui el primero en hacerlo, claro está, por orden de mis padres, porque ni formas de chistar o de chillar”.

Para esos momentos, esto que ahora vivimos y que tanto nos cuesta, no será más que una anécdota.

¿Cómo ha sido, para Mónica, ser madre y, para Federico, ser padre? ¿E, incluso para el pequeño Lorenzo, ser bebé?

Los dejo con el relato de Federico, amigo y escritor, desde su querida Guadalajara de Buga. Y nuestros parabienes para ellos y, cómo no, para Lorenzo,  por su advenimiento, un rayo de luz en medio de la oscuridad.

“La pandemia ha trastornado la vida cotidiana de gran parte de la humanidad, ahora al salir a la calle nos toca medir mentalmente la distancia con otras personas, no tocar superficies, llevar tapabocas y otras molestias, al regresar empieza la odisea; uno cree que llega pero no llega porque antes nos toca lavar todo y lavarnos hasta las orejas por dentro porque no basta con quedar limpios, nos lavamos hasta quedar tranquilos y eso lleva más tiempo. En este escenario de paranoia macroscópica por un virus microscópico, a mi esposa y a mí nos tocó el reto de debutar como padres.

Poco más de un mes antes del alumbramiento empezó la incertidumbre, con los datos disponibles hacíamos regresiones (cálculos estadísticos) para estimar la cantidad de infectados que habría para la fecha probable de parto y lo que veíamos nos resultaba aterrador, parecía que tendríamos que tener al niño en medio del pandemónium, por eso empezamos a considerar la opción de tener un parto en casa, ir a un hospital infestado de enfermos con el virus no parecía una opción razonable, nos pusimos en la tarea de leer, referenciarnos con Doulas y Parteras pues teníamos que prepararnos para el parto sin ninguna ayuda experta.

Aprendimos muchas cosas sobre el trabajo de parto, aprendimos que es un proceso natural, no una enfermedad, es un proceso en el que la mujer debe abrazar su yo mamífero, hacerse primitiva y ancestral, dominar el profundo poder de la vida que emerge de sus entrañas y para eso necesita penumbra, necesita sentirse a salvo de depredadores y otras amenazas, ese mamífero que nos habita guía el proceso con un saber genético.

Aprendimos que el proceso de parto es muy variable entre una mujer y otra y entre un nacimiento y otro pero que siempre está dominado por una hormona llamada Oxitocina, si, la hormona del amor ¿cuál otra podría ser? la hormona del amor, del dolor y el placer. La oxitocina es la que causa las contracciones y su dolor, pero también facilita el apego entre la madre y su hijo y es la que permite que emane leche de los pechos maternos, parto, lactancia y sexo están muy conectados desde el punto de vista hormonal.

En ese proceso nos fuimos dando cuenta de todo lo que podría mejorar la atención obstétrica, una mujer libera más fácil la oxitocina cuando está en un espacio que conoce y rodeada de gente de confianza, cuando el cerebro animal se siente a salvo; lamentablemente los partos migraron de hacerse en la casa, lugar conocido, a hacerse en los hospitales; las mujeres pasaron de estar rodeadas de una partera de confianza y de familiares, a estar rodeadas de enfermeras desconocidas y médicos distantes.

Muchos pensarán que en los hospitales mueren mucho menos mujeres y niños en el alumbramiento que a la manera antigua, y tienen razón, los hospitales son lugares pensados para salvaguardar la vida, y salvaguardar la vida de la gente suele ser una labor estresante, los hospitales son lugares donde el estrés es la regla y ahí radica su problema, el estrés produce otra hormona llamada cortisol y el cortisol compite con la oxitocina en los neuroreceptores. Cuando una mujer en trabajo de parto llega a un hospital, todo pareciera diseñado para sabotear la producción de oxitocina, el estrés que produce la burocracia hospitalaria, las luces blancas fuertes, la gente hostil y desconocida más el espacio poco amigable generan un efecto adverso en el proceso de parto, por eso es tan común oír la historia de la mujer cuyo trabajo de parto se detuvo o se ralentizó al llegar al hospital.

Con todo esto en mente, consultamos con diferentes médicos amigos, y ninguno estuvo a favor del parto en casa, porque ante una complicación de salud correrían peligro las vidas, luego nos enteramos que la legalidad misma del parto en el hogar estaba en entredicho y decidimos estar en casa el mayor tiempo posible pero cuando fuese inminente el nacimiento ir al hospital, así lo hicimos, fuimos llenos de temor por el parto y por el virus, a mí no me dejaron permanecer en el hospital y a mi esposa le tocó aguantar  totalmente sola todos los vejámenes del muy estresado personal de salud  para el cual un alumbramiento no es más que un trámite molesto y embarazoso, más si es natural porque tarda más tiempo y produce menos dinero.

Mi esposa estuvo 24 horas en observación en el hospital pues sufrió una taquicardia producto del estrés de la situación, al llegar al hospital me dijeron que debía correr a llenar unos papeles antes de que entrase un paciente Covid-19, luego ya cuando por fin pude ver a mi esposa y a mi hijo nos tocó quedarnos encerrados una hora en una habitación mientras desinfectaban un pasillo por el que había pasado un paciente con presunto Covid-19, finalmente logramos salir del hospital, llegar a la casa y desinfectar todo lo posible para  encerrarnos con la esperanza de haber esquivado el Covid-19.

Ahora después de haber salvado la incertidumbre del parto creo que el sistema de salud debe replantear la naturaleza de las salas de alumbramiento, se deben diseñar espacios amigables para que las mujeres den a luz (qué bonito es esa expresión de “dar a luz”) de manera íntima, segura y confortable pero tener la manera de atenderla médicamente con celeridad y eficiencia cuando se presente alguna complicación, debemos tenerlo en cuenta para el mundo mejor que empezaremos a construir el día después de la pandemia, si después de la pandemia hay un día”. Federico Nieves

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Martes, 12 de mayo. Ustedes y todo aquello que extraño

Los invito hoy a que lean a nuestro querido profe Vladimir Durán Durán, quien esta vez ‘abre’ imaginariamente  las puertas de su otra casa, el lugar donde trabaja (el Jardín Infantil ‘Osito de miel’, en el occidente de Bogotá), para tener el gusto de encontrar a sus compañeras de trabajo y compartir con ellas. Ese mismo recorrido que tanto nos gustaría hacer para volver a ver a la gente que nos gusta, como dice la  tonada española. Viajen pues con Vladimir, y luego, por qué no, hagan lo propio a esos mundos particulares que tanta falta nos hacen ahora. 

«Dice Fabiolita bueno niños fuiciosos, fuiciosos por favor!, con f, se oye tierno, sigo mi camino y de reojo observo a Dorita batallando con su columna vertebral intentando acomodarse en su silla para dar lo mejor de si misma. Y es ahí donde empiezan las sumas y las restas. 

Al iniciar mi ascenso al tercer nivel debajo de la puerta de un salón esquinero, se cuela una bonita oración cargada de valores que sale de Martica Rico, el ser más respetuoso que he conocido en mi vida, lo que me reconforta para seguir mi día. Me devuelvo porque me atrae una carcajada poderosa en la primera planta, es Andrea Angulo que, mientras enseña el color rojo a su grupo, su mente tal vez va y viene a ese lugar donde reposa su ser más amado (su mamita), pero es valiente y sigue su día. 

Justo al lado en el rectángulo de vida siguiente (un salón) otra mujer valiosa, Jazmín quien eventualmente anhela que su hija adolescente vuelva a ser una pequeña abigail y poder bailar inocentemente con ella en algún escenario. Mi aventura es interrumpida por una voz chillona que en la escalera grita ¨teacher le traigo un tintico, la Marlencita Zuluaga, ese ser de luz, que nos sorprende con cada cosa que dice. 
Pero no puedo parar y la curiosidad me hace recorrer el jardín y todos sus rincones, paso seguido escucho a mi ‘general Castro’, ella sabe que yo le digo así, pero que es con respeto, una mujer alineada con sus convicciones que ejecuta a cabalidad la profesión de maestra, y de la cual nunca olvidaré aquel día que mientras leía una historia sobre mi hija me trajo un vaso de agua para destrabar mi garganta, gracias Jenny. 

Justo al lado de ella encuentro una pequeña razón para voltear la mirada, una pequeña gigante, dibujante, gran diseñadora y decoradora de interiores y exteriores para todos nosotros, Diana Carolina, que junto con su hija baila salsa para hacerle frente a la vida; y en ese momento decididamente pasa por mi lado Luisa y su psicología, de quien pienso debió haber reemplazado a Pekerman en la selección Colombia, pues siempre está tramando estrategias y tácticas para mejorar esto o aquello, con ella seríamos campeones del próximo mundial. Toda mi admiración y respeto. 

Llega el descanso y nuevamente dice Fabiolita bueno niños fuiciosos, fuiciosos, bajamos al comedor, yo en cambio decido subir y me encuentro a Jeniffer que mientras sus chicos toman onces su mirada perdida me indica que esta repasando algunos pasos de baile de su nuevo curso, y que más allá de que ahora madruga más con su Salomé, es bastante más feliz porque puede bailar para ella misma. 

Pero me impacta un tono de voz bastante alto que me saca la mirada de Jeniffer y me conduce a Andrea Segura, quien combina su juventud con un vasto deseo por hacer las cosas bien, mientras piensa cómo decirle a la teacher Nancy que necesita cambiar de caja de compensación para que así le aprueben un subsidio justo y lograr su propia casa y un refugio para con su hijo. 

No puedo parar mi recorrido y me dirijo a la primera casa, a la casa de párvulos, en primera instancia de frente veo a Marisol, una mujer por momentos enigmática, respetuosa por demás, de quien recuerdo en aquella noche en Villavo con unos buenos traguitos en la cabeza se despacho y dejó de ser enigmática para demostrar que la vida hay que gozarla. 

Acto seguido, como una exhalación, cruza Miriam Vera, ahora con un nuevo rol en su cabeza, se le nota un poco tensa por la responsabilidad tan grande que le puso la vida, pero asimismo se le nota dispuesta a empoderarse de eso gran reto, con la difícil tarea de que quienes fueron sus compañeras y amigas puedan entender que ahora debe exigir, debe organizar, debe impartir órdenes, lo cual no las debe distanciar de su amistad. 

Subo al salón de párvulos 1 y ahí está Jeny Barbosa, alrededor de los labios de los niños un montón de chocolate mientras lo relamen con su lengua, y me pregunto, ¿qué es esto? Simplemente, el ejercicio de una gran profesional que busca fortalecer ciertos músculos para que mejoren su lenguaje, para su beneficio, para su bienestar. 

A tres pasos de ahí está la ‘mamá de los pollitos’, Marlencita. Me mira y me regala su sonrisa de vida de siempre, la de todos los días, como si no existieran esas tantas cosas que le dan vuelta a su cabeza (la ausencia de su hija, la salud de su padre, la soledad misma). Pienso entonces que la alegría le puede a todo y me contagio de ella.  

Al bajar al comedor de los párvulos detecto a Lucía, quien, en un acto heroico de mujer maravilla, hace el milagro de que niños y niñas coman, pero en su mirada hay una ambigüedad porque aunque sonríe con frecuencia quizás hay detrás algún dolor que la agobia. Pero es fuerte, es batalladora y no se detiene, nada la puede detener, pues hay un par de adolescentes en casa que la necesitan. Tomo vuelo hacia la otra sede, me faltan piezas de este maravilloso rompecabezas, me encuentro a Yuli que atiende a un padre de familia en la puerta con un alto grado de seriedad y de solemnidad, como si yo no la conociera, como si yo no supiera, pero absolutamente equilibrada da respuestas a aquel padre quien se va satisfecho y tranquilo, lo que demuestra de ella su profesionalismo, y que sabe claramente que cada cosa tiene su momento y su lugar. 

Ingreso por la puerta principal voy al segundo piso escalera derecha, busco descifrar un tono de voz bajo que intenta imponer autoridad, se trata de Catherin Martínez, diciendo «abran el libro bambú en la pagina 87, vamos a repisar las vocales o,i,u..» repentinamente pasa un avión y su mente se va hacia el piloto, al piloto de su alma, al padre de su hija, un pequeño suspiro y vuelve a la vocal o. 
Llega la hora de danzas subo a mi salón, entra Marta Ortiz con sus niños y niñas, por alguna razón el teacher Vladimir alza la voz quizá para calmar esas almas incontrolables. Acto seguido Martica, mi amiga, la Martuchis, cambia su rostro, se nota el sufrimiento que siente cuando alguien les regaña a sus pequeños, no me queda mas remedio que bajar el tono y quitarme el sombrero frente otra profesional que indudablemente ama lo que hace, ama a los niños, requisito indispensable en este oficio.

A eso de las once, voy a  robarle un bocado a la suegra y me encuentro a otra compañera valiosa, es una paisana mía (cartagenera) que se vino a la nevera a salir adelante, Betty Ferias, una luchadora de la cual sospecho que en su mente no logra dirimir cuál situación la preocupa más: como estará su bebecito recién nacido en casa, cómo se estará comportando Miller en el colegio, o qué tan grave será mañana el trancón desde el Tintal, por la Avenida Cali hasta el Jardín. Trancón o no, siempre llega y hace su trabajo. 

No me aguanto más y voy hasta el salón de quien considero mi amiga Fabiola, con el deseo de preguntarle por que dice fuiciosos con f, pero no soy capaz y mas bien le pregunto cómo esta ella. Me comparte que para este año quiere estar mas equilibrada y tranquila, y yo le manifiesto mi admiración por ser tan berraca al  andar en una bicicleta por esta ciudad infernal, espero verla pronto en el Tour de Francia, pues creo que es capaz de ganarle cualquier carrera a la vida. 

 Llega un momento de reposo, y luego de todo este panorama variado pienso, bueno, pero quién hizo que esta amalgama de vidas fuera posible, por qué estamos aquí, quien logró que se cruzaran todas estas vidas. Entonces,  subo a toda prisa al tercer piso y ahí está, el fantástico ser humano que hizo posible que el destino nos juntara, mi pareja desde hace 11 años. La observo fijamente, mientras ella atiende una llamada de su hijo Santiago desde Londres, estoy seguro que a a la vez está pensando en cómo resolver el problemita aquel de la mama  del niño este, y adicional escribe qué puede hacer por la tranquilidad de Santiago y también piensa en Juana. 

Porque tiene que pensar en todo y en todos, porque la institución completa debe caberle en la cabeza. Nancy Vargas Ayala, mujer de arrojo incalculable, profesional por demás que debe ponderar cómo manejar todas estas vidas que se cruzan por el frente. Solo alguien con su liderazgo y capacidad me permite  tener todas las herramientas para hacer un escrito de este tipo. Alguien que construye con ustedes país, porque no se si se han dado cuenta que son poderosas mujeres como ella las que hacen un país mejor. 
Mujeres, las extraño a todas por los  increíbles  seres humanos que son, y como dicen los niños, extraño mi jardín Osito de miel. 
Con cariño, el teacher Vladimir

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Lunes, 11 de mayo. Pauli y su opción azul 

Tengo entendido que Gunter Pauli sigue en Colombia, sin que nos enteremos ni los ciudadanos de a pie, ni quienes mandan.  A este señor nacido en Bélgica hace 64 años le han llamado “el Steve Jobs de la sostenibilidad”. Ambos, cada uno por su lado, han ayudado a transformar el mundo. Lo que pasa es que mucho parece ir del papel protagónico de la  tecnología al de reparto que suele dársele al valor del medio ambiente. Y si el cedazo se llama negocio, ni se diga.

Pero tampoco son excluyentes, Por el contrario, son complementarios. O mejor, integrales. Hoy más que nunca. O alguien duda sobre la fórmula ideal que pueden significar a la hora de sobrevivir en este atolladero que nos va dejando y nos va a dejar el nuevo coronavirus. 

Si hubiese que escuchar ideas en este momento, junto a las más reconocidas voces de la ciencia, bien valdría separar desde ya dos sillas, una para Jobs, otra para Pauli.

Pero como Jobs ya no está, démosle la palabra a Pauli. A propósito, ¿alguien del actual Gobierno Nacional se habrá tomado el trabajo de llamarle, al menos para preguntarle si los problemas del campo se solucionan prestando plata a los que más tienen, no para que cultiven sino para que importen y se la ganen cantando, mientras hay colombianos rompiéndose la espalda en los cultivos nuestros? 

Pauli rechazaría ese camino. No solo porque es el menos ético y el más absurdo, sino porque él cree (no ahora sino desde hace años) que la salida a la crisis de nuestro tiempo no está en girar cheques en blanco a favor de la globalización, la economía de escala, la robotización, el precio más bajo y la estandarización. 

Sí en cambio, dice, hay que echar mano de lo que ya tenemos y mejorarlo (valor agregado), además de preocuparnos por satisfacer lo básico para seres humanos y naturaleza. Dicho esto hace tres meses sacaría más de una sonrisa socarrona de cualquier interlocutor. Dicho hoy, es una verdad incontrastable. De hecho, son casi las únicas opciones que nos quedan. Y no digo para este mes y el siguiente, sino para lo que vendrá después. 

No es catastrofismo, sino simple y cruda realidad. Basta un solo indicador, aún indefinible: el de las dimensiones que alcanzará el desempleo en el mundo en los próximos meses: 

Por eso, en entrevista con María Alejandra Villamizar, Pauli habló de lo que realmente va a importar en esta nueva etapa de la historia. O en esta Era (“Período en la historia de una civilización o de una sociedad que se caracteriza por un nuevo orden de cosas y que generalmente comienza con un suceso importante o notable”).

Por eso la importancia de apostar por “lo local” y “el pancoger“ que propone. También dos términos en aparente desuso hasta hace unas semanas. ¿Saben cuánto está valiendo en la actualidad eso mismo (lo local y el pancoger) en soluciones directas y prácticas en las áreas rurales? Si viven en la ciudad, difícil comprenderlo. Si habitan en áreas rurales, no se imaginan. Y valdrá más como solución en los días por venir. Tanto, como el aprovechamiento máximo de lo que antes tirábamos a la basura o descartábamos. 

Si quieren, busquen ya a Pauli y su ‘Economía azul’ para encontrar muchas respuestas a tantas preguntas que nos cayeron encima de un día para otro. Quizás no sean las soluciones exactas, pero sí mucho más acertadas que algunas aventuras que solo van encaminadas a rescatar a gigantes antes que emprender, eso que nos tocó a todos.

Artículo publicado en el diario El País, mayo 11 de 2020.

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Viernes, 8 de mayo. Concediéndome un pasado 

Acabo de darme cuenta de que anda rodando por ahí otra pandemia, la de la nostalgia. Y es normal. Muchos momentos  valen hoy más que nunca en nuestra memoria. Quizás porque nunca les dimos el valor real que tuvieron o porque nos da temor el no tener la posibilidad de volver a vivirlos.
Me gusta mucho este texto de Diego (joven diseñador industrial y emprendedor como el que más), dueño, ya lo verán, de una enorme sensibilidad. Disfrútenlo y pasen un  feliz fin de semana. Cuídense. 

«Hace unos días, aprovechando mis momentos de ocio en estos tiempos pandémicos, me puse a organizar algunas fotografías que tenía guardadas en mi viejo computador. Ya había entrado la noche a la fría capital por lo cual conecte el computador al televisor, me acomode bajo las cobijas y, desde la distancia, me sumergí en aquellos recuerdos. 

Tengo fotografías desde el 2002 aproximadamente, ya que en mi niñez tuve un periodo donde era aficionado a gadgets tecnológicos, por lo cual siempre tuve cámaras digitales y celulares que me permitían fotografiar momentos rutinarios. Menciono esto porque también hay una caja de zapatos en algún rincón de la casa donde hay fotos reveladas, pero en ellas soy un bebé rodeado de parientes que no reconozco y momentos que simplemente no recuerdo. 

Miles de fotos se hospedaban en aquel viejo computador, miles de recuerdos empapados de olvido, cientos de personas, decenas de lugares, parejas que alguna vez pensé estarían en el transcurso de toda mi vida, amigos con los que alguna vez compartí los años, familiares que en algún momento partieron, cientos y cientos de momentos que sencillamente se esfumaron. 

Nunca me gustó verme en fotografías, hay algo del pasado que no suele gustarme recordar, además de no disfrutar de la belleza que poseía en la niñez (sin querer decir que actualmente sea un deleite visual), siento como si mi pasado me observara desde su temporalidad con ojos pretenciosos. 

Sencillamente, los recuerdos no son lo mío, procuro verlos desde lejos sin dedicarles mucho tiempo ni excavar mucho en ellos. Afortunadamente mi memoria suele abandonarlos con cierta rapidez y facilidad. Pero aquella noche fue diferente. Carpeta por carpeta exploré aquellos tiempos olvidados, aquellos tiempos de juventud. 

Recordé a mi padre, recordé su sonrisa, recordé mi niñez sin prejuicios, sin responsabilidades, sin el peso que la adultez acarrea. Esa noche gocé todo mi pasado, lo disfruté, lo extrañé, lo reviví. Desde el encierro de mi cuarto me transporte a las playas donde mis pies se masajeaban con la arena y el mar, viaje a los profundos cañones que algún día recorrí con mi hermano, reviví días de compras con alguna novia, me transporte a países que alguna vez recorrí, me trasladé a fiestas, cumpleaños, despedidas y todo tipo de celebraciones, recordé momentos que para mí eran simplemente inexistentes. 

Fue un festín de años, momentos, personas y recuerdos. Aquella noche no solo me regalé unos lindos recuerdos, me regalé un pasado como protagonista de la historia. Tras un par de horas de husmear en mi pasado, apagué el computador y me recosté sobre el cabecero de la cama, me asenté de nuevo en el presente y, habiendo visto todo el camino que tuve que recorrer a través de los años para llegar acá, me sentí contento porque una fotografía de mi presente haría sin duda sonreír a mi futuro el día aquel que revise su viejo computador. 
Diego Hernández Macías

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Jueves 7 de mayo. ¿Qué y cómo hacer con los niños?

Decir que uno de los retos más grandes que afrontamos es la situación de los niños en confinamiento es comprobar que el agua moja. Quizás cada familia que los tiene en su seno habrá ido construyendo su propio modelo, por supuesto siempre abierto a ser reformado. Al fin y al cabo, esa es una de las tantas cosas que nos hemos visto obligados a aprender y construir. Bienvenida Diana Bayona, especialista, a este espacio con un artículo que, ya lo verán, nos sirve de hoja de ruta. 

 Hola, soy Diana Bayona, psicóloga de la Universidad Javeriana. Mi experiencia laboral ha sido por años en el mundo organizacional, es lo que me gusta, lo que realmente me apasiona… Sin embargo, durante estos días de cuarentena me he dedicado a una práctica maravillosa, observar el comportamiento de mi hijo quien el martes pasado cumplió 6 años, fue un cumpleaños diferente: sin invitados, sin fiesta, sin juegos al aire libre, con mensajes de felicitaciones a través de videos y llamadas por WhatsApp, zoom y teams, con una torta pequeña y decoración por toda la casa y así, fue un cumpleaños feliz; combinar la observación del comportamiento de mi hijo y toda la información que tenemos a un click: lecturas, foros, conversatorios etc, me ha impulsado a crear estas notas de voz con las que siento puedo aportar a las familias que tienen niños, con tips o pautas para cuidar y proteger la salud mental de los padres, pero sobretodo de los más pequeños de la casa. 

Quiero empezar invitándolos a pensar en lo novedoso de esta situación, es nuevo para todos, sin importar la etapa de la vida en la que nos encontremos, es nuevo para los niños, para los adolescentes, para los adultos y para los adultos mayores. Y al ser un reto absolutamente nuevo, nos enfrenta a situaciones no vividas antes, situaciones que seguramente no sabremos afrontar o que nos producirán miedo, incertidumbre, desconcierto, preocupación etc. Y es aquí donde debemos afrontar una de las responsabilidades más grandes, acompañar a los niños y ayudarlos a manejar estas emociones, sentimientos, pensamientos etc, transmitiéndoles seguridad, tranquilidad. 

Y precisamente porque brindar este acompañamiento y ayuda es nuevo para nosotros, debemos prestar especial atención a los cambios en el comportamiento de nuestros pequeños: mayor irritabilidad, hipersensibilidad, no hacer caso, no poder dormir, tener pesadillas, hacer pataletas con más frecuencia, falta de concentración entre otros, pues es a través de estos comportamientos que los niños expresan lo que sienten frente a ésta nueva situación, a diferencia de los adultos, nosotros podemos expresar nuestros sentimientos y emociones a través del lenguaje, por ejemplo, estoy preocupada, tengo miedo, quisiera que esto acabe ya, etc.  

Entonces, estos tips o pautas que les voy a compartir, nos ayudaran a salir adelante como grupo familiar, respetando, por supuesto, las diferentes dinámicas al interior de cada familia, comencemos: 

  1. Hablemos con honestidad de la situación, sin extremos: Los niños no deben vivir en un mundo paralelo, alejados de la realidad, pero tampoco deben estar expuestos a las imágenes de los noticieros y los periódicos. Hablarles de manera clara y corta sin fatalismos sobre la situación que afrontamos, permitirá que la ansiedad baje y hará que le den sentido a las nuevas situaciones que estamos afrontando: No ir al colegio, no ver y no jugar con sus amigos, no ir al parque, no visitar a la abuelos etc. 
  2. Mantengamos las rutinas: Las rutinas dan seguridad y tranquilidad a los niños, mantener los horarios para bañarse, de dormir y levantarse; de desayunar, almorzar y cenar; de estudiar y descansar hace que los días tengan estructura y organización. Hacer una cartelera en conjunto con el niño y pegarla en un lugar visible resultara divertido, para los más pequeños podemos hacer el cartel con imágenes de revistas. Los fines de semana podemos flexibilizarnos un poco, esto también hace parte de la rutina. 
  3. Desarrollemos la autonomía: Este es el momento perfecto para desarrollar la autonomía,  el trabajo colaborativo y la convivencia familiar: durante estos días los niños de más de 4 años pueden intentar: bañarse y vestirse solos, escoger ellos mismos la ropa que quieren ponerse, bañarse los dientes, ir al baño solos, comer solos, prender el computador para las clases virtuales etc. Cada vez que logren ellos solos hacer alguna de estas cosas vamos a felicitarlos, así van afianzando la confianza en sí mismos y se sentirán acompañados y guiados. 

También podemos desarrollar el trabajo colaborativo: los niños pueden ayudar a poner la mesa; sacar las servilletas; dejar la ropa sucia en su lugar, recoger los juguetes etc. Asignarles “responsabilidades” les hará sentir importantes y aprenderán que todos debemos colaborar. 

La convivencia familiar es otro aspecto que podemos enseñar en estos días, las reglas y normas de la casa debemos vivirlas todos y es con nuestro ejemplo que los niños aprenden que en la casa no nos gritamos, no nos lastimamos, nos cuidamos física y emocionalmente, damos las gracias, pedimos el favor etc. Recordemos que el comportamiento de los niños, es el fiel reflejo del comportamiento de los padres. Personalmente me ha funcionado un juego que me inventé, es un juego democrático, donde votamos en asuntos como que será el postre o qué cenaremos hoy, es importante que en estas votaciones algunas veces gane el niño, pero también es importante que en otras ocasiones no, así comprenderá que al vivir en familia debemos desarrollar la flexibilidad y compartir los gustos de los demás. 

Estos comportamientos nos ayudan a desarrollar ambientes emocionalmente sanos. 

4. Si no puedes con tu enemigo…: y eso fue lo que hice, me alié con el televisor, buscando series educativas que entretengan y al mismo tiempo dejen una buena enseñanza, lo mismo hice con el celular y la tablet, descargando juegos que pongan a pensar y a desarrollar la imaginación. Debemos revisar lo que ven nuestros hijos pues esto influirá en su comportamiento y además en estos momentos no tienen la oportunidad de descargar el exceso de los estímulos de las pantallas, entonces busquemos contenidos valiosos. 

5. A moverse: es importante buscar la forma en que nuestros hijos, sobrinos, nietos etc. Se muevan, salten, bailen, en fin. Cada uno es diferente, en mi caso mi hijo disfruta corriendo y saltando de un lado a otro con su espada; seguramente otros niños disfrutaran bailar o hacer ejercicio con sus papás, lo importante es que lo disfruten y hagan algo de actividad física. 

 6. Quiero saber que sientes: Como les conté al inicio, los niños no expresan verbalmente sus sentimientos y emociones, entonces busquemos la forma de enterarnos cómo se sienten, esto lo podemos hacer a través de dibujos, juegos, títeres etc. Yo lo hice a través del dibujo, mi hijo está aprendiendo a escribir entonces yo le decía letras para que al final él dibujara la palabra que le dicte, después de unos minutos le dicté la palabra cuarentena y ahí logre ver qué significa para él, luego le pedí que dibujara lo que le gustaba y lo que no le gustaba de la situación, me enteré de cosas bien interesantes!!! Los niños que logran expresar lo que sienten tienen más probabilidad de disminuir las pataletas. 

7. Actividades de recreación: las siguientes son actividades que podemos hacer para compartir con los niños, seguramente a ellos les encantará y será un momento de distracción para nosotros también: Cocinar, ver películas y la que más les recomiendo leer, la lectura hace que la imaginación vuele y pasemos del espacio, al mar de una página a otra. 

8.Centrémonos en enseñar lo pertinente: este es el momento de enseñar a vivir en familia, a afrontar una crisis, a ser generosos con los que no tienen etc. Seguramente más adelante habrá tiempo para reforzar las sumas y restas. 

Para terminar, es importante que sepamos que todos los niños mayores de 4 años recordarán esta situación y que depende de los adultos lo que ellos recordarán, entonces, cuando sintamos que la paciencia se nos ha agotado, algo absolutamente normal, respiremos profundamente inflando el estómago y votemos suavemente el aire hasta que el estómago vuelva a quedar plano, alejémonos de la situación que nos enfada y volvamos cuando estemos más calmados, tratemos de desarrollar la flexibilidad y la empatía. 

Espero que estos consejos le hayan gustado, que les sirvan, seguramente con todo nuestro amor, lograremos que nuestros hijos y nosotros disfrutemos este tiempo en familia.   Cuídense mucho.

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Miércoles, 6 de mayo. Suecia, entre libertad y responsabilidad

No deja de causarnos asombro el ‘caso sueco’ en medio de la pandemia mundial. No hay en ese país las restricciones de movilidad, y demás libertades, que hay en otras naciones. Los efectos del virus son altos allí. Tienen casi 24 mil personas contagiadas y cerca de 2.850 fallecidas, en un país con más de 10 millones de habitantes. Visto así, parecería una locura andas en las calles. Sin embargo, ese es un juicio apresurado ya que una decisión tal tiene muchas razones de ser y que no pasa estrictamente por lo gubernamental sino, antes que eso, por lo cultural y, sobre todo, por lo científico.  

30 de Abril, la noche de Valburga, coro con distancia social. 

Alfredo y Martha nacieron en Colombia, pero desde hace más de 40 años viven en Estocolmo, la bellísima capital sueca. Me atrevo a decir que hoy son más suecos que colombianos, por la forma como asumen la vida. Eso sí, aman a su tierra natal más que cualquiera de nosotros y así se lo han inculcado a sus hijos y nieto. Desde allí, nos cuentan su cotidianidad en esta cuarentena. Gracias a ellos por sacar tiempo para compartir su experiencia en este espacio que es de todos ustedes.  

Suecia, entre libertad y responsabilidad. Siempre que vimos películas de terror jamás nos imaginamos ni en el más remoto sueño que me tocaría vivir esta lotería que nos tocó sin apuntarnos, eso creemos, pero al final, es la causa de nuestro desaforado modo de vida, a ver si aprendemos. 

En Suecia, no el país de los quesos  sino el del sol de medianoche y el Premio Nobel, lo vivimos en algo así como un experimento. Aquí la recomendación es la distancia social, no acercarse a menos de dos metros para evitar el contagio. Los colegios de primaria y guarderías siguen funcionando normalmente, esto, para que los padres que trabajan en posiciones claves como la salud puedan hacerlo sin preocupaciones. Es un cálculo que se hizo al comienzo pensando en lo mejor para la sociedad. Algunos lo llamaron desatinado pero hoy en día se ve que fue lo más acertado. Los colegios y las universidades funcionan en modo digital. Los trabajos, ya desde antes, se podía trabajar desde casa, así que no fue nada nuevo sino una forma de adaptarse a esta pesadilla. Por nuestra parte, yo (Alfredo) trabajo desde casa y solo me aparezco en la oficina cuando es necesario. En la empresa  tenemos órdenes de tratar de solucionar todo a distancia, y es solamente porque la empresa no quiere que sus empleados se enfermen, no por la empresa misma sino para que el sistema de salud no se recargue. Eso se llama responsabilidad social. 

En definitiva, la diferencia con otras naciones está en que las decisiones sanitarias hoy no las toman los políticos sino el jefe de inmunología del país, es él y su grupo de expertos los que llevan la batuta.  Los políticos, por su parte, se encargan de la economía. 

Hoy en día la idea es que el 60%-70% de la población se contagie de manera pausada, protegiendo a los grupos de riesgo para así crear un muro de inmunidad hasta que salga la vacuna, o algún otro milagrito. 

Por mi parte, yo (Martha) trabajo en el Museo del Premio Nobel, ahora lo hago desde la casa, porque, por supuesto, el museo está cerrado. El estado subvenciona el 60% de mi sueldo y el museo el 40% restante, ya que el turismo es uno de los sectores más afectados por la pandemia, lo que conlleva a que la comidita preparada en casa ha llegado a alturas inimaginables.

Así es, digo yo (Alfredo), Incluso tengo hasta pensado (no se lo había dicho) abrir un restaurante postcoronavirus. Claro que los demás oficios lavadita de platos etc.., me tocan a mí. 

Vamos mejor a la calle. En Suecia, los paseos en bicicleta están a la orden del día, en las tardes acostumbramos a salir a caminar o en bicicleta para tomar aire y descubrimos nuevos lugares o le damos mayor importancia a otros que frecuentábamos, porque los vemos con otros ojos, descubres su encanto. Todo es un cambio en la forma de vivir, parece ser que la epidemia nos hace valorar las cosas más simples y sencillas.

En fin, seguimos con libertad bajo responsabilidad, algo así como casa por cárcel, pero con paseo al parque. Aunque hay cosas que extrañamos más. A mí (Alfredo) esa sensación tan especial de los viernes en que la impresión del sabor de la cerveza adquiere, incluso, connotaciones de libertad, esa misma que un ‘chino’ desconocido nos llevó a cambiar la forma de vivir.  

Igual, será, como muchas otras, una prueba superada por la humanidad. Abrazos desde Estocolmo, cuídense mucho: Alfredo y Martha Bojassen.

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Martes, 5 de mayo. Un casete en blanco

Hay quienes, de alguna manera, ya estábamos confinados. O, al menos, ajustados a unas actividades en casa habilitada como oficina, a las que nos hemos acostumbrado, por el hecho de ser eso que decidimos ser, «independientes». Claro está, no es la misma cotidianidad que esta nueva por lo que estamos pasando hoy, pero diría que ha costado menos adaptarnos a la situación.

Igual, las relaciones personales y laborales con ese otro mundo  que venía acostumbrado a otro tipo de dinámicas ha sido objeto de un ajuste, o al menos a dar con otros puntos de encuentro, esos que felizmente nos permite la tecnología.  Darío Bolívar, diseñador gráfico, creativo y profesor universitario, es nuestro invitado. Conozcan su experiencia de cuarentena.

Al inicio de las tardes de café de cuarentena con mi esposa, discutíamos sobre la incertidumbre que se generó por la crisis del Covid 19 y haciendo remembranza recordé en ese mismo momento, que siempre como diseñadores freelance, hemos lidiado con esa incertidumbre, pero más allá de la independencia laboral, nuestra disciplina como artistas digitales nos ha dejado grandes experiencias y puedo decir con seguridad: nos da fortalezas ante este desasosiego económico.

Darío Bolívar y Paula Isabel Henao

Eso que venimos haciendo desde hace 20 años, trabajar desde la casa, gestionar en mayor o menor medida una labor gerencial y comercial sumado a lo que hacemos profesionalmente, usar obligatoriamente la tecnología como herramienta, estar actualizados en el uso de nuevas tecnologías y contenidos digitales y además de lo anterior, criar a nuestros hijos mientras trabajamos desde la sala al mismo tiempo, eran tareas antes vistas con extrañeza, las obligaciones que a muchos, hoy parece aterrárles en medio del confinamiento.

Desde la orilla de la educación, mi experiencia como docente en una facultad de ingeniería me permitió ver cómo la tecnología desplaza a la memoria, y por ende afecta el interés por los métodos tradicionales de enseñanza de las ciencias exactas, abriendo paso a nuevas formas de aprender y de usar, por ejemplo, plataformas de gamificación antes que textos escolares o presentaciones de powerpoint con full párrafos a 11 puntos. 

Es gracioso ver que lo que muchos profesores condenaban, como el uso de smartphones en clase, paradójicamente hoy los deja dependiendo de tales dispositivos para impartir sus cátedras, y de lo que hasta hace un par de meses miraban con desdén y desaprobación. Para mi caso, mi máster virtual en la Universitat Oberta de Catalunya, a la fecha se convierte en la nueva estrategia de aprendizaje, la educación online. Entonces, lo que hacíamos ayer fuera de lo establecido hoy se convierte en virtud.

Es así que hoy para mí generación, y para aquellos que hemos sido independientes, hemos levantado hijos desde la casa, hemos lidiado con pagos a largos plazos, hemos sido estudiantes y profesores virtuales y tenemos el uso de nuevas tecnologías como regla, pareciera que esta crisis no se ve tan aterradora tanto desde la perspectiva laboral y económica.

Hice así la analogía, de ser como ese casete de 90 en blanco que hubiésemos comprado en los ochenta para grabar la música que queremos, tal vez porque en algún momento de entonces sentí la emoción de poder grabar solo lo que quería grabar; luego de este período de pausa y rebobinado tenemos la posibilidad de empezar de nuevo, con un silencio de inicio, con un aire purificado; de ahora en adelante podremos grabar la música que decidamos en ese casete, hagamos la mejor selección de tracks que permitan continuar por esa carretera de la vida que hoy nos da el chance de darle play a una nueva aventura de futuro.

Nos reímos pues, con el café en la mano, mi vida, mi esposa y yo mientras mirábamos la tarde azul y tranquila.


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Lunes, 4 de mayo. Tecnología y aislamiento, he ahí la cuestión 

¿Qué tal que esta misma situación se hubiese dado hace unos años, cuando no había internet o al menos no estaba tan desarrollado su alcance y sus beneficios, como hoy? 

La pregunta la hemos escuchado muchas veces durante los últimos días. Quién puede dudar que es gracias a la tecnología que muchas cosas se han hecho posibles en medio del encierro, comenzando por trabajar y estudiar, más conectarnos con nuestros seres queridos.   

Pero a la vez surge un nuevo interrogante: ¿cómo debemos  hacer uso de ella sin que nos genere efectos negativos? ¿En dónde está este punto  de equilibrio entre conectarnos (y aislarnos) y tener tiempo para compartir con quienes nos acompañan en este confinamiento.  

 

Invitamos a Nancy Macías-Smith, amiga y profesional colombiana que reside desde hace bastante tiempo en Boston, para participar en este Diario de cuarentena. Ella nos ayuda a mirar más allá esta nueva cotidianidad. Tecnología y aislamiento, he ahí la cuestión.

Nancy Macías-Smith PSYD, MMHS Psicóloga Clínica

Recientemente, la periodista Tessa Yannone del Boston Magazine me hizo una serie de preguntas para el artículo que ella estaba escribiendo. El tema general era: ¿Existen límites tecnológicos saludables durante el aislamiento social?  El asunto no es ni corto ni fácil.  Además tiene sus partes. Por eso he decidido desagregarlo de la siguiente forma, frente a sus interrogantes:  

1.¿Cuál es el balance ideal para el uso de teléfono? Puede ser alienante, sin embargo es nuestra mayor conexión con la gente: 

  • Cada persona tiene su propio balance para el uso del teléfono, algunos periodos de tiempo son más saludables que otros.  
  • Mientras vivimos esta experiencia única de cuarentena, es importante considerar el uso del teléfono y tener balance con la familia, el trabajo, los amigos, nuestra pareja y otras conexiones. 
  • Es importante dedicarse un tiempo personal  
  • Es necesario tener un tiempo sin usar el teléfono. 
  • El balance requiere estar presente en la necesidad multidimensional de autocuidado: físico, psicológico, social y espiritual 
  •  Debemos estar presentes que solo a través del teléfono estamos teniendo una experiencia limitada, no es una comunicación completa o verdadera, es especial con los seres queridos. La comunicación es verbal, no verbal, física, de afecto y  ¿cómo se remplaza el abrazo de una hija? No se puede, solo podemos adaptarnos a vivir sin ese abrazo por algún tiempo.     

2. Es obvio que las interacciones virtuales no son iguales a las interacciones en persona, ¿qué es lo que extrañamos socialmente?  ¿Qué ganamos?   

  • Cuando tenemos interacciones virtuales, perdemos la conexión personal: poder ver a la persona en su totalidad, tener la habilidad de moverse libremente con la presencia total de la otra persona, tener la privacidad de la atención completa del uno al otro, la esencia con su fragancia es única frente a frente.   
  • Algunas veces perdemos la oportunidad de conectarnos con las personas que no pueden asumir la responsabilidad financiera para comunicación virtual, el acceso virtual no es universal, no es una situación igualitaria. 
  • En algunos casos no podemos conectarnos virtualmente con otras personas porque no hay privacidad para una reunión confidencial. 
  • En algunos casos no podemos asegurar confidencialidad porque no podemos controlar la persona o personas al otro lado de la pantalla.  
  • Vamos a extrañar ver a la otra persona con todos nuestros sentidos, la pantalla definitivamente limita la experiencia de la comunicación humana en plenitud.  
  • La socialización también nos da placer, nos reímos juntos, tenemos contacto físico, comemos juntos, podemos simplemente caminar uno al lado del otro. Todo esto no está presente en la comunicación virtual. Esto también afecta a los más vulnerables: los niños, los adolescentes, los ancianos y otras personas. Paradójicamente perdemos nuestra propia privacidad y los lugares de silencio personal aunque a veces demasiado contacto también puede ser difícil para algunas personas.  

Con las interacciones virtuales ganamos: 

  • La conveniencia de tener la conexión desde cualquier parte, lo que puede ser arma de doble filo.  
  • También ganamos la habilidad de saber lo que está pasando de manera casi inmediata.  
  • Ganamos ver a la otra persona, lo cual no sería posible debido a la cuarentena, a la distancia geográfica o por otras limitaciones.  
  • Ganamos la conveniencia económica de no usar el carro y no tener la necesitada de  usar transporte público.   Para la mayoría no hay problemas de tráfico.  
  • Algunas personas disfrutan tiempos de silencio, no necesitan tantas conexiones sociales ni tampoco actividades en comunidad; para estas personas en particular estos tiempos les da la ventaja de no tener esos compromisos.  

3.  ¿Usted piensa que la telemedicina, va a continuar creciendo y va a remplazar otras modalidades de comunicación y de cuidado de salud física y mental?   

  • Si, va a continuar creciendo y hay potencial para que cambien modelos de comunicación y de cuidado de salud.   
  • Mi esperanza personal y profesional es que las empresas de seguros  y las personas que toman las decisiones sean de mente abierta y no solo se concentren en economizar sino que incluyan la parte de la conexión humana.  
  • Yo también pienso que hemos aprendido lecciones: ¿Qué es urgente? ¿Qué puede esperar? ¿Qué podemos consultar virtualmente en vez de visitar a un profesional en persona?    

4. ¿Todo este tiempo adicional en la pantalla afecta a los niños de manera diferente? ¿Debemos tenerles límites diferentes?  

  • Si, los niños se afectan diferente que los adultos.  Los adultos vivieron su niñez a plenitud sin el estrés de la cuarentena del COVID-19  
  • Los niños necesitan amigos para poderse desarrollar a plenitud, necesitan aprender las habilidades sociales, como manejar sus conflictos. Ellos necesitan explorar a su propia manera la complejidad social de las amistades y los adultos no pueden proporcionarle al niño la experiencia que un amigo de su edad le va a dar.  
  •  Los adultos pueden escoger estar todo el día usando comunicación virtual. Sin embargo, un adulto que realmente se preocupe por el niño le va a proveer como mínimo: un día estructurado,  interacciones sociales con adultos, tiempo para jugar, tiempo para correr, ejercicio, estimulación de carácter intelectual, comida saludables, algunas conexiones con amigos de su edad por texto, virtuales, conexiones con la escuela y maneras en las cuales el niño pueda ver a otros y a relacionarse con sus abuelos y otros familiares.  
  • Tiempo de descanso, en silencio, en el cual se le pide al niño que se entretenga solo también es saludable. Tiempo sin pantalla le puede ayudar a desarrollar curiosidad y otras habilidades.   
  • También podemos usar el tiempo con los niños para enseñarles empatía.  
  • Debemos usar el sentido del humor, todos necesitamos divertirnos y ver la belleza de cada día.   
  • Los padres pueden incluir a los niños en las actividades diarias como: cocinar, limpiar  y crear cosas juntos. El tiempo es un tesoro y se puede disfrutar, tenemos la gran oportunidad de estar con nuestros niños.  
  • Los padres necesitan desarrollar habilidades para manejar a sus niños en case que es un Nuevo ambiente dadas las circunstancias de la cuarentena. Estas gráficas se pueden discutir con los niños para que vean que podemos controlar y que no, como el padre tiene una experiencia y los jóvenes otra, y como todos pueden cuidarse.

5. ¿Por qué parece que nos estamos conectando con personas que de otra manera no lo hubiéramos hecho a pesar de que la tecnología estaba disponible? ¿Es por qué nos sentimos vulnerables?  

  • Los adultos  siempre se quejan de no tener tiempo para hacer cosas y  no poder comunicarse con amigos y familiares, ahora se está dando esa oportunidad.
  • Esta experiencia es global y de alguna manera nos hace sentir vulnerables. Ahora tenemos tiempo de reflexionar, de recordar y de extrañar amigos y familiares.
  • Ahora podemos reconectarnos, ver la humanidad en nosotros y en los demás, encontrarnos a nosotros mismos y conectarnos para recordar  la historia compartida.
  • También nos sentimos con miedo, porque no tenemos control y nos estamos preguntando: ¿Qué va a pasar? ¿Cuánto tiempo va a durar esta situación? 
  • ¿Será que veo a esta persona de nuevo?  Estas preguntas nos ayudan a estar cerca a otros aun cuando sea solo virtualmente porque al menos eso lo podemos controlar.

6.  ¿Cómo ve que el incremento de la comunicación virtual de ahora va a afectar nuestra comunicación en el futuro?   

  • En este momento estamos incrementando la comunicación virtual porque nos toca y esto funciona con su potencial y sus limitaciones.
  • Sin embargo yo creo que vamos a tener una nueva situación después de la cuarentena, va a ser diferente. Vamos a usar lo que nos sirvió y a deshacernos de lo que no nos sirvió. Cada uno de nosotros socializa diferente y para algunos esta ha sido una buena experiencia y para otros ha sido muy estresante.
  • En principio vamos a querer viajar más, ver más gente y estar en espacios públicos.  Las olas van y vienen, vamos a llegar a un nuevo sentimiento de normalidad con los patrones que aprendimos y, finalmente llegará el efecto homeostático.  
  • nancymaciassmith@gmail.com

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Jueves, 30 de abril. Pedro y el jazz

Cuando el gran Antonio Machado habla en su poema ´Retrato’ del hombre bueno («en el buen sentido de la palabra»),  suelo acordarme de mi amigo Pedro Nieves. Y bastaría decir así sobre él todo lo que es. Pero hay más. Médico nacido en Sahagún que ama su profesión y la hace digna en estos tiempos de tantas indignidades, Pedrito, como le digo con cariño y respeto, es, además de todo, un inmenso músico. Y si quieren que alguien dé testimonio de ello que se lo pregunten, antes que a sus colegas músicos, a su tiple, esa extensión de su cabeza y de su corazón, con el que se junta  para darnos (al lado del ruiseñor que es Malú, su señora) la enorme alegría de ir al cielo (cada uno tenemos nuestra propia definición de cielo) y volver.

Hoy, 30 de abril, es una fecha especial para Pedro: es el DÍA INTERNACIONAL DEL JAZZ, lo dice la Unesco. No sé mucho de Jazz (como no sé de nada), pero he tratado de aprender a su lado. Al menos, he hecho de sus notas compañía a la hora de sentarme a leer y a escribir, y he terminado por darme cuenta que es un género musical capaz de hacer una de las cosas más difíciles en la vida: hacerte buena compañía sin que lo notes, lo que, créanme, es bastante difícil (como diría el filósofo de la tele: el que lo entendió lo entendió…jejeje).      

Bueno, no más cháchara y a lo que vinimos. Los dejo con Pedro y su historia breve del jazz. Pero si de verdad quieren disfrutar esto, abran los links de los cinco genios que él más admira. La van a pasar de maravilla. 

Algo más: no sé aún si tendremos ‘Diario’ este fin de semana, que además es puente (¡feliz día, clase obrera del mundo!). Nuestra anfitriona, la incansable Bernardi, también tiene derecho a darse una pausa. Eso sí, les advierto que se viene una tanda de grandes sorpresas con colaboradores de Boston, Estocolmo, Tenjo, Bogotá, Buga y otros lugares. Al fin escucharon nuestras plegarias y se atrevieron a servirnos de corresponsales. Anímense pues, y comiencen a escribir. Así también comenzó, hace rato ya, un tal Miguel de Cervantes y vean hasta dónde ha llegado.  Cuídense mucho, por favor. 

EL JAZZ ES MÁS QUE UNA HISTORIA  – PEDRO NIEVES OVIEDO 

Comienzo por decir que fueron los esclavos negros africanos quienes trajeron a América del Norte sus cantos ancestrales que al combinarlos con el idioma (el inglés, que les fue impuesto en el proceso de transculturación) dieron a luz eso que se conoce como Negroes Spirituals. 

Ocurre que en la cuenca del Río Missouri, en las grandes plantaciones, los esclavos negros crearon cantos en los que expresaban el dolor y la nostalgia de su situación, movimiento musical que luego de la abolición de la esclavitud siguió siendo una forma de expresión en contra de la segregación, la que aún perdura; esto se conoce como el Blues. 

Fue así como los afroamericanos, dueños de una innata síncopa (acentos a tiempos y contratiempos), crearon otro movimiento musical que tiene precisamente a la síncopa como elemento fundamental y al piano como gran protagonista y que se conoce como el Ragtime.  

Hay que recordar que New Orleans fue en los Siglos XVII, XVIII y XIX el puerto por donde entraba y salía a través del Río Misisipi la actividad económica y cultural de los Estados Unidos.  Antes de la abolición de esclavitud, los “amos” sacaban a sus esclavos a la ciudad los días domingos al Congo Square (sitio que hoy se llama Louis Armstrong Park) y allí hacían música al parecer solo con voces y tambores. 

Esa ciudad tuvo un largo período de posesión francesa. En las últimas décadas del Siglo XIX ocurrió como fenómeno la convergencia del talento musical de los afrodescendientes con el aprendizaje de los instrumentos traídos por los europeos (trompetas, trombones, saxofones, clarinetes, bombardinos, etc.) mezclados con los instrumentos de percusión de definido origen africano (tambores y sonajeros en todas sus formas) y con los de percusión de origen europeo (platillos para citar uno). 

Ahora bien, la mezcla de los movimientos musicales citados (negroes spirituals, el blues y el ragtime) da como origen una corriente de múltiples sonidos, con definido componente sincopado, junto,  quizás a lo más importante: tener la posibilidad sobre una base melódico-armónica de realizar lo que conocemos como improvisación, ese elemento fundamental que identifica al Jazz. Todo indica que esto ocurre en los comienzos del Siglo XX.  Es así como de manera progresiva se van agregando  muchos otros instrumentos de la organología musical (piano, guitarra, violín, flauta de llaves, contrabajo y la batería como la conocemos hoy), y en especial (en el estilo Dixieland original ) el banjo.    

El Jazz, con el transcurrir de los tiempos, tuvo, como ha ocurrido en todas las formas musicales, un proceso de evolución, ocurriendo lo que los historiadores denominan el “fraccionamiento de los estilos” y para citar anoto, entre otros, el Dixieland original de New Orleans, el estilo Chicago (migración de los músicos hacia el norte) y en New York el estilo inicial llamado Harlem. Luego aparecen las grandes orquestas (big bands) siendo el Swing quizá su mejor expresión. 

A mediados del Siglo XX nace un estilo revolucionario por su complejidad y marcada síncopa conocido como el bebop, que hace que un poco después como contrapeso nazca un estilo lento, con gran lirismo y belleza conocido como el Cool Jazz. 

En la segunda mitad del Siglo XX ocurre lo que conocemos como las fusiones y así nace el Latin Jazz al mezclar el jazz ancestral con los ritmos afroantillanos, la fusión con el Bossa Nova del Brasil, la fusión con el Tango y la fusión con la música flamenca para citar quizá los más representativos. 

Amo el Jazz y me gusta interpretarlo con amigos. Nos inspiran sus notas y los grandes maestros que han hecho de él uno de los mayores regalos a la humanidad con obras que perdurarán siempre. ¿Cómo cuáles?  

Ahí van los cinco que más me llegan:  Louis Armstrong (trompeta), Duke Ellington (piano), Dave Brubeck (piano), Miles Davis (trompeta) y Tom Jobim (piano).   

Gracias por esta oportunidad de acompañarlos en una cuarentena que, gracias a la música, es más llevadera. Nos volvemos a ver, y a escuchar, pronto. Y un saludo a todo el personal médico que en todos los lugares del mundo se juega la piel por los demás, sin otra recompensa que el cumplimiento del deber.  Abrazos. 

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Miércoles, 29 de abril . Generación ‘C’ 

¿Cómo se toman esto (la cuarentena y demás, porque no es ella sola) los muchachos? Eso no los preguntamos a diario, mientras, a la vez, lo vivimos a diario con ellos mismos. A riesgo de que me acusen de nepotismo (los convoco una vez más a escribir en este espacio, que es de todos), la invitada de hoy es una de mis nietas preferidas (con lo cual quiero decir que todas lo son, como lo es el único nieto varón, del que ya buscaremos también la autorizada opinión que significan sus experimentados cinco años de edad). Bienvenida entonces, Hanna (16 años y décimo grado) a este espacio.  Abrazos a todos y cuídense mucho.

 Con esta situación del coronavirus he llegado a creer que los seres humanos nos acostumbramos a todo muy fácil, aunque eso mismo no significa que nos sintamos complacidos con lo que nos sucede. Por el contrario, cuesta vivir así, encerrados y sin saber cuánto va a durar esta situación. Es por eso mismo que debemos darle importancia a las cosas más simples de la vida como salir un sábado a un parque a caminar o ir a comer un helado en un centro comercial, cosas que de hecho me hacen mucha falta, como sé que a algunas personas también. Pero no por eso debemos rendirnos. Somos nosotros quienes al final decidimos cómo sentirnos en cada situación, ya que nuestro estado de ánimo depende sólo de cómo asumimos las cosas.  

Hoy estaba en una clase virtual y el profesor le preguntó  a uno de mis compañeros, cómo se sentía frente a la cuarentena. Él, sin dudarlo una sola vez, abrió su micrófono y su cámara y respondió muy firme: “me siento muy cómodo,  frente esta situación no acostumbro a salir y es prácticamente lo mismo”. 

Me sorprendió esa respuesta, porque aunque no salgo mucho, tampoco puedo decir que me sienta cómoda con el tema de estar todo el día en la casa.  Pero a la vez entendí que que cada ser humano tiene su rutina diaria, como madrugar, desayunar, estar atentos al celular o  hacer muchas cosas a las carreras, como  la mayoría de nosotros los colombianos estamos acostumbrados a hacerlo.  

Entonces, esta época que parece igual para todos es diferente, según quien lo diga. Algunos piensan que es tiempo de descanso. Otros no, entre los que me incluyo. Por ejemplo, para ser sinceros y por alguna razón que no termino de entender, los profesores en este momento dejan más trabajos que nunca. Supongo que piensan que por el hecho que estamos en casa tenemos más tiempo y menos responsabilidades. Y resulta que es todo lo contrario. Está bien, compartimos más en familia, pero también hay más deberes. Creo que todos lo deberíamos tener muy claro, especialmente ellos.  

Eso sí, no podemos  negar que hemos encontrado cosas positivas de la cuarentena. Hay quienes descubrieron que les va bien en la cocina o que jamás como antes, le sacan provecho al gimnasio. Aunque la mayoría se meten de cabeza en las redes sociales, cuando hasta los influencers ya no saben más qué decir y no hay aplicación que no se baje, o que no bajemos.  

Por fortuna, hay otras opciones como una afición escondida.  En estos días descubrí que me gusta pintar. Es un reto con el que cada vez me divierto más. Pero somos eso, una generación diversa a la que le tocó este desafío, el del coronavirus. Seremos esa generación, la que volvió a los juegos de mesa que ya no se usaban y la que, al mismo tiempo, está al día en tecnología, mejor dicho, la generación  C, la del coronavirus. Lo importante es que todo esto nos sirva para ser mejores y darle más importancia a lo que realmente vale la pena.

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Martes, 28 de abril. Hasta siempre

Antes que no poder expresar (con un apretón de manos, un abrazo o un beso) el cariño que sentimos por otras personas, lo más duro de este momento es no poder decir adiós a quienes se marchan para siempre. No todos de ellos, valga decir, en los cuernos de ese  mal bicho que es el nuevo coronavirus, sino a causa de otros males. 

Me sucedió hace unos días con el padre de un amigo, al que terminé queriendo casi igual a él. Y me volvió a suceder ayer con otro hombre al que, en particular, quiero hacer referencia en este escrito.  Peor nos pone saber, como es así,  que una más de esas personas a las que quieres, está pasando sus peores horas en un hospital: le pasa a Pedro en un ciudad intermedia de España. Hay en el jardín de mi casa un olivo que él se las ingenió para traer a América en una visita de hace años. Hoy luce más frondoso, con cara de adulto. Está maduro y vivirá siglos, como señal de amistad que perdura, no en las redes sociales, tal cual se hace hoy, sino con raíces profundas, de las de verdad. Fuerza, mi querido Pedro. Y fuerza mi querido Pacho, que extrañaras tanto a tu padre, cómo lo vamos a echar de menos nosotros. Y hasta siempre, maestro Alfonso…

Alfonso Sepúlveda, quien falleció el pasado lunes 27 de abril, fue todo fútbol. Siempre en Bogotá, y en Independiente Santa Fe. De él hablarán por mucho tiempo los hechos o, para ser más exactos, los nombres. Esos mismos nombres que convirtió en célebres, desde la sombra del anonimato en que prefirió vivir como entrenador de categorías inferiores. Hecho en los potreros de la capital de la república, Alfonso encontró la forma de dar con el talento de origen en una tierra menos feraz que otras (como el Valle del Cauca, la Costa Pacífica, Antioquia y la Costa Caribe) en cosecha de buenos futbolistas jugadores. Y además, y para colmo de males, sin el biotipo que se reclamaba antes y que se exige aún más en la actualidad.

Hacer un inventario de esos jugadores bogotanos que Alfonso lanzó al estrellato, más los que llegaron de otras regiones a probarse para caer en sus buenas manos es imposible. Fueron tantos años como generaciones. Desde el ‘Copetín´Aponte y Alfonso Cañón, que despunta entre 1963 y 1964, hasta los juveniles Edwin Herrera (selección preolímpica) y Sebastián Pedroza, parte de la nómina actual de El León. Es decir, más de 60 años de trabajo, paciencia y mucho olfato.

Decir los mismos Aponte y Cañón, más Alonso ‘Cachaco’ Rodríguez, Ernesto Díaz, Moisés Pachón, Arturo Boyacá, Eduardo Niño, Wílmer Cabrera, Freddy Rincón, Adolfo el ‘Tren’ Valencia y Léider Preciado es muy poco. Son decenas, centenares de muchachos, los que consiguieron cambiar sus vidas y las de sus familias, gracias a un balón de por medio y los sabios consejos del maestro en procura de hacerlos mejores ciudadanos. 

Y con una contribución más: la de sus legendarios guayos marca AS (Alfonso Sepúlveda), irremplazables instrumentos durante mucho tiempo en las canchas bogotanas, entonces casi siempre vulgares peladeros. QEPD, Alfonso Sepúlveda. Cuídense, abrazos…

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Lunes, 27 de abril. De Helen a Donald…

Como Martin Luther King, tengo un sueño: que los Estados Unidos de América pronto dejen de ser Donald Trump y más bien decidan ser, por ejemplo, Helen Keller.

Quizás eso sea un imposible, porque como dijo alguna vez Bernard Shaw, “todos los norteamericanos son ciegos y sordos”.  

Desde luego, entablar un paralelo entre Trump y Keller es absurdo e inadmisible. Bastaría poner cara a cara la irracionalidad y la bestialidad del tipo este ante la suprema inteligencia de la genial hija de Alabama para cerrar el caso. Sin embargo, hay momentos de la historia como el actual en que cotejar la condición humana se hace no solo necesario sino urgente.

El próximo 27 de junio se cumplen los 140 años del natalicio (Tuscumbia, Alabama) de Helen Keller. Y es muy probable que pasen de largo por los alcances de la sombra del nuevo coronavirus. Lástima, porque fue su vida una de las más grande suma de lecciones sobre cómo vencer los obstáculos.

Lo hizo como simple ciudadana del mundo, que fue en lo que se convirtió en sus tiempos. Muy diferentes a estos de hoy que permiten que Donald Trump sea lo que es, un personaje, gracias a la manipulación de las redes sociales, convertidas (por esa razón, el uso perverso de ellas) en otra pandemia: la de esta masiva imbecilidad sin antecedentes en la historia de la humanidad.          

Ciega, sorda y muda, Helen Keller parecía condenada a vivir así, sometida por sus discapacidades. Pero Alexander Graham Bell, inmigrante escocés (de esos mismos inmigrantes que Trump desprecia ahora) la alentó a buscar especialistas que la trataran. Ya entonces era huérfana de padre (un capitán del ejército de origen suizo, otro inmigrante de los millones que han llegado allí en diferentes épocas a ayudar a construir esa nación). 

Entre una y otra vuelta, y cada vez mayor, Helen conoció a Anne Sullivan, hija de una familia humilde azotada por el hambre y la tuberculosis. Anne estuvo a punto de quedar ciega también, pero una oportuna cirugía le permitió recuperar parcialmente la visión.  

Con Anne como lazarillo e inspiradora, Helen aprendió a leer y a escribir. Y, luego, a escuchar a punta de tacto, y a hablar, con una voz gutural a la que Anne supo complementar como interlocutora. Antes de los 24 años Helen ya manejaba, inglés aparte, alemán, francés, latín y griego. E iba escribiendo su gran obra Historia de mi vida, sacándole tiempo a Shakespeare, Goethe, Balzac y otros, sobre los que se hizo experta. Y cuando podía, remaba, montaba a caballo, nadaba y se iba haciendo cada vez más fuerte en el ajedrez.

Por supuesto, la política no le fue ajena. Se apasionó por conocer en detalle los hechos de 1886 en Chicago y los mártires caídos (como se sabe, origen del 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores)  para, luego, ingresar al movimiento obrero de comienzos del siglo XX. Igual, eso no la detuvo en su infinito propósito de asumir nuevos desafíos: hizo teatro en Broadway, viajó a Europa a dictar conferencias y estuvo en Japón para ayudar a vencer un viejo prejuicio de la sociedad nipona de entonces sobre la ceguera.  

Amó tanto la paz como luchó contra la guerra. Vivió las dos grandes. En la Primera pagó caro precio a su antibelicismo hasta ganarse el título de ‘antipatriota’.  Y durante la Segunda pasó muchos días en hospitales, preocupada en asistir a los soldados heridos y afectados en sus ojos. 

No sé qué diría hoy al ver a su país en manos en que lo pusieron la insensatez y la ignorancia. Quizás la respuesta más bien la tenga esa frase con que Mark Twain la describió: ¡Es una suerte que (Helen) no vea! Su mundo es más hermoso que el nuestro”.  Sí, inolvidable señor Twain, ¡ y, sobre todo, mucho más hermoso que el actual! 

Bibliografía: Helen Keller, Historia de una voluntad. Mirlas León, Espasa – Calpe, 1954. Helen Keller, biografía de Nuda Luetich, Colección Forjadores del Mundo Contemporáneo, Editorial Planeta, 1972.

Columna publicada en el diario El País de Cali, el 27 de abril 2020.

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Fin de semana: 24, 25 y 26 de abril. Porque no y porque sí 

A comienzos de esta semana me llamó un colega y amigo (ni todos los amigos son colegas y mucho menos todos los colegas son amigos) para proponerme echar a andar un proyecto destinado a rescatar una de esas historias que el fútbol ha escrito a lo largo del último siglo. Le conté que por estos días andaba divorciado del tema, como ya lo confesé en este mismo diario. 

Se sorprendió y me preguntó si hablaba en serio. Le dije que sí, pero que esa abrupta separación no era con el fútbol de toda la vida sino con el pesetero (traducción: solo pesetas y nada de alma) negocio en que se ha convertido lo que fue nada más que un deporte.  “Tranquilo, hermano  – me dijo, en ese tono que nunca falla para ablandar a alguien -, esto que vamos a hacer es más pasado que presente, mejor dicho, es nostalgia pura” Y, entonces, comenzó a soltar nombres que me remontaron a aquellos lejanos años de la infancia en que me iba en solitario a El Campín (sí, solo, como suena y como era, sin más protección que la bendición de la abuela) a ver ganar a Santa Fe y a ver perder a Millonarios. Y, ya fuese feliz o con el rabo entre las piernas, regresaba a la casa al caer la noche, con un solo temor: el de que al día siguiente, contra mi voluntad, volvía a ser lunes.

Así que, no cabe duda, en ese fútbol voy a seguir militando. Porque si he pasado la mitad de la vida en los estadios y la otra mitad en las plazas de toros (aunque, para parodiar al inolvidable George Best, el jugadores norirlandés al que llamaron el quinto Beatle, debo reconocer que desperdicié el resto del tiempo metido entre trabajo, estudio y otras cosas aburridas) no creo que sea justo saltar del barco ahora cuando precisamente se está hundiendo. Eso, el salir corriendo por meras razones económicas, se lo dejo a quienes han dedicado todas sus energías a lucrarse de lo que en algún momento fue el más bello juego del mundo y el arte puro.

Así que ahí estaré siempre, para echar de menos la que fue esa ´Belle Époque´ cuando en las camisetas valía más el escudo que la publicidad y en la que los jugadores, como decía mi amigo Guillermo Bueno en un  comentario en este blog, eran personas cercanas y sensibles, y no eso de hoy, becerros de oro. Aprovecho pues, para viajar este fin de semana al pasado con esta crónica en la que rindo homenaje a Amadeo Carrizo, un jugador argentino que tuvo la mala fortuna de vestirse con los colores de dos equipos a los que no quiero: River Plate de Buenos Aires y Millonarios de Bogotá, pero al que terminé admirando. Aquí les cuento por qué. Feliz fin de semana y cuidense mucho.

Amadeo Carrizo… y los domingos en la tarde

Hay un solo jugador en la historia de Millonarios al que siempre voy a perdonar haberse puesto esa camiseta. Es, fue y será Amadeo Carrizo, a quien, como santafereño puro no voy a querer pero sí a admirar siempre. Más, ahora que se ha ido.

Es probable que Amadeo Carrizo haya sido el mejor en su puesto (o uno de los mejores). Sin darse cuenta, además. De hecho, reinventó una posición en el fútbol. Pero no solo eso: reinventó además la más difícil de reinventar. No lo por lo estática que era (lo que precisamente hizo olvidar cuando dejó de ser portero bajo el larguero, como lo eran todos hasta entonces), sino por lo ortodoxa que es, con lo que Carrizo se elevó a la condición de revolucionario.

Igual, para salir a cortar los centros con una mano o para acomodarse la gorra cuando ya el córner venía viajando. O cuando devolvía tiros con la cabeza (y no para cualquier parte), o los frenaba con el pecho, antes de salir jugando, hecho un caudillo. O para convertir un simple penal en una escena de teatro o en una sala de cine (¿recuerdan ustedes, los del Deportivo Cali, los duelos tipo western con Juan Carlos Lallana?).

Aunque ni crean que esta no es una apología de Amadeo. Tampoco, un recuento de sus títulos o récords, (eso se lo dejo a una ciencia seria que es la estadística). LO que me trae aquí es dejar retazos de memoria, a cuatro capítulos, escritos desde la tribuna por quien supo, antes que irlo a ver, padecerlo.

1- Santa Fe 2 – River Plate 2, domingo 2 de abril de 1967 (Tal y como lo cuento en el prólogo del libro Ochoa, el mejor técnico de todos los tiempos, de César Polanía, Jorge Enrique Rojas y Hugo Mario Cárdenas, Aguilar, 2019).

Es domingo y yo, apenas un niño, estoy en la tribuna oriental general de El Campín. Tengo más miedo que frío bajo el buzo que llevo puesto. Jugamos la Copa Libertadores del 67 contra River Plate. Vamos perdiendo uno (Gol de Efraín Castillo) a dos (goles de Juan Carlos Lallana y Juan Carlos Sarnari). De pronto, la gente comienza a chillar. Hay cambio en Santa Fe: entra Hernando Piñeros y sale Waltinho (…)

Minuto 77: tiro libre a favor nuestro: Hernando Piñeros (…) apunta y el balón sube para dejar la barrera atrás y aterriza una fracción después allá, en el último rincón de arriba. Amadeo Carrizo vuela solo en calidad de testigo del golazo. Yo me echo a llorar de la dicha, mientras el propio Carrizo, Sainz, Matosas, Guzmán, Vieitez, Solari, Zywica, Cubillas, Lallana, Sarnari y el Pinino Más (la alineación de River) buscan una explicación…

2- Dos años después, domingo 20 de abril de 1969) (siempre domingo, y a las 3 y 30 de la tarde, qué tiempos aquellos):

Estoy en oriental general. ¿Qué diablos ando haciendo en El Campín si no juega Santa Fe?, me pregunto hoy. Fácil: he ido a ver ganar al Atlético Bucaramanga, que viene a darle la bienvenida a Amadeo Carrizo. Y por eso canto un gol como si fuera propio, aquel de Herman ‘Cuca’ Aceros a ese señor grande y mayor de pantaloneta negra y larga que no puede creer cómo ha venido desde tan lejos a que lo bauticen así. Es una pelota que parece írsele larga al ‘Cuca’, quien, igual, intenta el último recurso que le queda, tirar el centro agónico. El balón hace una parábola y se mete en el ángulo del segundo palo. El ‘Cuca’ no lo cree. como tampoco lo creía la tarde aquella del gol olímpico de Marcos Coll en Chile en el 62. Y Amadeo, menos. Al final, dos a dos (el otro lo hizo ´Toño´ Rada) y todo el mundo hablando (menos yo) de un tal Alejandro que se apellida Brand. Para eso, que vengan y vean a Cañón (Alfonso), digo para mis adentros.

3- Apenas dos meses después. Es domingo (único día en que salía el fútbol y asomaba el sol en Bogotá) 8 de junio de 1969. Fecha 25 del torneo que va de enero a diciembre . Otra vez estoy en la tribuna de oriental, de nunca debí haberme ido, pienso hoy, dizque para querer ser cronista. Santa Fe vs Millonarios. Somos locales, pero como si nada. Me llevan de la mano mis tíos, todos hinchas de Millos (como lo llaman en confianza), para vergüenza mía y de mi abuelo.

Veo cómo se ponen mal nada más Miguel Ángel Basílico mete pronto un cabezazo de oro (me parece que así fue) para ponernos arriba uno a cero. Amadeo se pone las manos en la cintura, resignado, en un gesto muy suyo. Lo demás que pasó ese día podría llevarse páginas enteras. Pero lo voy a resumir así. Empató para ellos ‘Pacho’ García. Y se pusieron arriba (dos a uno), con gol de Fernando Areán. Waltinho, de penal, hizo el dos a dos (quizás fue ese un penal donde él, Waltinho, amagó con patear fuerte – su mayor virtud – para engañar al viejo que vio como una masita entraba lenta, dejando ver los cuadros del balón. Mientras el autor de la humillación daba vuelta para celebrar, Amadeo lo alcanzó a pasos largos y le tiró la cachucha en la espalda, lo que no trajo más que risas de lado y lado). La dicha duró poco, porque, al rato, el mismo Waltinho la metió en nuestro propio arco. Otra vez estábamos abajo (2-3). Vino el uruguayo Walter Sossa (chico y valiente) igualar (3-3). Veo en un resumen de AS, de donde tomo estos datos, que todavía quedaban 35 minutos por jugar. Y 35’ para anotar. Porque Finot Castaño, de penal y de cañonazo, los puso a ellos adelante 3-4 a favor de Millonarios. Y Juan Carlos Carotti, argentino y blanco como una botella de leche, clavó el quinto. El mismo Alejandro del día del Bucaramanga, ya hecho el Brand elevado a la categoría de figura metió el sexto. Nuestro ‘Pipico’ Barata, nacido en Brasil y siempre con el número 7 en la espalda, cerró la tienda con un 4 – 6 a favor de Millonarios, incluidos mis tíos. Imagino que volví a llorar, pero Amadeo se había llevado cuatro en la gorra y eso me debió servir de paño para aliviar el dolor, junto a los consuelos de mi abuelo: “perdimos, pero este ha sido el mejor de todos los clásicos, ya vendrán otros”. Y sí, un día llegaría algún 7-3 que no olvidan ellos y el buen Óscar Córdoba.

4- Este capítulo de cierre comienza en el primer semestre de 1969 y termina en el segundo período del mismo año. Aquel día, 5 de junio, Millonarios enfrenta a Junior. Llegan a Barranquilla tras dos partidos amistosos en Estados Unidos con equipos ecuatorianos. Amadeo Carrizo vive entonces en el ‘Romelio Martínez’ una pesadilla solo comparable al 15 de junio de 1958 el día aquel día en que los checos (de la Checoslovaquia de entonces) lo mandaron a buscar seis veces el balón en las redes de los arcos del estadio de Olimpia de Helsingborg en Suecia, la más catastrófica derrota de una selección argentina en un mundial de mayores en toda la historia (6 a 1 es el resultado final, gol de Corbatta). Aparte, con más muestras de escarnio. Una, las monedas que le tiran, a él y a sus compañeros, al regreso a Ezeiza. El mismo Amadeo contaba que la gente andaba tan brava con ellos que los primeros en hacerles mala cara fueron los funcionarios de la aduana. “Ni te imaginás como volteaban lo que traíamos en las maletas y lo dejaban tirado en el piso”. La otra, el “Amadeo, Amadeo, dónde estás que no te veo”, que comenzaron desde entonces a gritarle los hinchas de Boca Juniors, como castigo a la debacle con los colores patrios y, encima, por ser jugador emblema de River Plate.

La dosis en Curramba para Carrizo es de cinco (por uno azul), cortesía de aquel Junior hecho entonces de savia brasileña y adobo argentino: Ayrton dos Santos (2), Othon Alberto Dacunha, Epifanio Medina y Galdino Luraschi. Una vez más, y quien sabe ocurrencia de quién, el “Amadeo, Amadeo, dónde estás que no te veo” baja de la tribuna hecho grito hiriente e hirviente.

La revancha sucede en Bogotá semanas después. Voy a El Campín, al lugar de siempre y con la misma gente. Millonarios se desquita (seis – uno), Los viejos, mis tíos, me pasan factura en cada cobro de la afrenta, como si la goleada aquella en Barranquilla fuera culpa mía. Pago por ser santafereño. pero no satisfechos con eso y más bien encorajinados con el resultado, me obligan a ir a la salida del bus aquel (azul, ni modos y quizás modelo cincuenta y pico), en que monta el equipo.

Alguien nos abre una puerta y resultamos trepados en un muro. Huele a linimento y a lociones baratas. Hay vivas, pero de pronto sobreviene un largo silencio. Amadeo Carrizo irrumpe, imponente e inmenso. La ubicación que tenemos nos permite tenerlo a centímetro. De pronto, la ovación de los hinchas estalla como si saliera al campo. El hombre asiente y levanta su mano, mientras en la otra lleva el maletín asido por las dos manijas (pelados, no existían los morrales).

Es entonces cuando yo, un niño en el lugar equivocado, comete la imprudencia de tocarle la cabeza como si fuese un compañero de la escuela. Amadeo frena en seco y se quita con un movimiento brusco esa mano mía que, por momentos, se ha perdido en la selva de pelo cano que él lleva por encima de las patillas de prócer de la independencia. Me mira, primero, muy serio. Y, enseguida, deja escurrir una sonrisa de esas que no se olvidan jamás. Mis tíos se quedan de una pieza. Sin querer, son cómplices de un infiltrado. Esperan que no tenga la insolencia de echar a andar el corito aquel o cosa parecida. Y así lo hago, callo, aunque ganas no me han faltado de amargarles el rato.

No recuerdo si, de vuelta a la casa, le conté aquello a mi abuelo. Es más, estoy casi seguro de que ya se había marchado de este mundo (no murió cualquier día, se fue un 11 de septiembre). Igual, estoy seguro, me hubiera reprendido, Lo veo diciendo: “chino pendejo, no se les toca la cabeza a los mayores. Y menos si son de Millonarios”.

Estoy de acuerdo señor. Solo que, abuelo, era Amadeo Carrizo, le hubiese respondido. Quizás, aspiro, nos hubiésemos puesto de acuerdo. Eso sí, jamás me lo habría perdonado porque, en el fondo, aquel gesto no fue más que un acto de traición. Bello, pero eso, de traición.

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Jueves, 23 de abril. Lo imposible

No sabía que Lucas Álvarez era uno de esos ídolos que el cine me había metido en la cabeza. Mejor dicho,  lo había conocido en una película, no de manera directa sino interpretado por un actor y es ahora, en tiempos de coronavirus cuando reaparece en mi vida, ahora sí hecho de carne y hueso.

La historia es así: ¿recuerdan el terrible tsunami que azotó en 2004 a Tailandia (aparte de Indonesia, Sri Lanka y sectores de la India)? Sucedió en medio de las festividades de fin de año, el 26 de diciembre. La fuerza de las olas arrancó en segundos las vidas y los sueños de casi 228 mil personas, entre ciudadanos locales y turistas, muchos de ellos europeos.

Tiempo después, una película nos relató una historia cuyo alcance y dramatismo cabe perfectamente en el título de ella: LO IMPOSIBLE (creo que se puede ver en Netflix). Ahí, se retrata (no voy a decir que de manera magistral, pero casi) la odisea de una familia española que pasa de un día de vacaciones y goce en la playa, a la más dura prueba que les pone la naturaleza. Tranquilos, no voy a contar el final. 

Pues el niño que (ya verán) es el héroe de ese hecho verídico, vuelve a serlo, ya mayor, en medio de esta pandemia. Él tiene ahora 26 años de edad y vive en el Reino Unido donde,  como médico que es, enfrenta al Covid-19 todos los días en la unidad de cuidados intensivos de un hospital, además sin los recursos que uno creería tienen esos países del Primer Mundo.

Lo curioso, y lo extraño a la vez, en un mundo donde la gente quiere ser protagonista, es que Lucas se guardó ese capítulo de su vida hasta que el entrevistador (Matías Prats hijo, periodista muy famoso en España) se lo hizo confesar casi a la fuerza en TVE. Antes de eso yo, que seguía el informativo como simple televidente, ya había sentido profunda admiración hacia ese hombre joven que hablaba con tanta propiedad y madurez sobre la lucha que da minuto a minuto por la vida en Londres.

Que, además, no será la última de sus batallas, como tampoco para su familia. Porque si algo han hecho los Álvarez, después del tsunami, es dedicarse a aportar conocimiento y solidaridad a los demás, en una lección que bien en estos momentos difíciles. A propósito, vean esta nota sobre Lucas y los suyos.

https://elpais.com/gente/2020-04-22/lucas-alvarez-el-nino-de-lo-imposible-ahora-lucha-como-medico-contra-el-coronavirus.html

Miren la película y, si quieren, hagan aquí sus comentarios. Además, los invitamos a que nos escriban y cuenten sus experiencias de cuarentena.  Buen día. Cuidense mucho 

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Miércoles, 22 de abril. Memorias de Ulyanovsk.

Cómo nos cambia la vida. Cada uno a su manera. En mi caso, de no ser por el coronavirus, estaría por estos días armando mi maleta (siempre chica, por fortuna) para atravesar el charco y visitar mi amada España. Ya será, ojalá pronto.  Pero que sirva esa misma nostalgia para recordar un viaje reciente, aquel de 2018 a Rusia, con la disculpa del Mundial de Fútbol, porque en realidad, y con el paso de los días allí, el fútbol mismo perdió por goleada frente a tanta historia y todo lo que ella conlleva.  

No viene ese recuerdo a la memoria de manera gratuita. Por estos días, con exactitud el 22, está de aniversario de nacimiento (150 años) Vladimir Ilyich Lenin, aquel dirigente político que encabezó la revolución bolchevique. Pues bien, por esas carambolas de la suerte, terminamos en el lugar que vino al mundo, Ulyanovsk. Por eso les comparto esta crónica casi inédita escrita allí mismo y que, seguramente, apenas vio la luz en el rincón de algún diario, sepultada por la pasión del todopoderoso señor Don balón.    . 

¿Cómo es la vida hoy en ese lugar? Por Víctor Diusabá Rojas. Enviado Especial a Rusia. Ulyanovsk, Rusia

Aquí nació Lenin y aquí vive Lenin. Entre Saranks y Kazán, sedes de los dos primeros partidos de la selección nacional, está Ulyanovsk, patria chica del líder comunista.

«Y esta es es la mejor estatua de Lenin de cuantas hay en nuestro país«. Nadia, rusa y entusiasta aprendiz del castellano, suelta la frase con orgullo inocultable. Es día hábil en Ulyanovsk y la ciudad donde nació Lenin parece de domingo. El sol matinal ilumina la antigua plaza de las catedrales que luce tranquila y despejada, mientras los pocos viandantes, casi todos en ropa fresca, se mueven sin prisa por ella.

Es un hecho que aquí llegan pocos turistas. Al menos, extranjeros. Menos en invierno, cuando la temperatura alcanza los 30 grados bajo cero y el Volga se convierte en un infinito témpano de hielo. Pero el itinerario de la de Selección Colombia nos ha puesto casi por obligación en este lugar, que no se deja ver mucho en los mapas del país más grandes mundo en extensión territorial.

Ocurre que para ir de Saransk (sede del partido ante Japón) a Kazán (escenario en el que enfrentamos a Polonia) pone a Ulyanosvk en el camino. Pero la escasez de hospedaje y los costos altos en las dos subsedes mundialistas obligaron a muchos colombianos a detenerse aquí.

«Cuando armé mi plan para el Mundial y supe que así debía ser, que no podía escapar a Ulyanovsk, investigué un poco y encontré que era cuna de Lenin. Valió la pena estar tres días aquí y aprender tantas cosas«, dice Juan Carlos Quirama, abogado y funcionario de la rama judicial.
Ahora, él y un puñado de compatriotas escuchan a Nadia mientras se detienen en esa  estatua gigantesca, como casi todas las de Lenin en esta nación. Aunque esta no tiene las enormes dimensiones, por ejemplo, de la de San Petersburgo. 
Y tampoco la actitud en la que el autor de la escultura ha decidido reflejarlo es la de un hombre que llama al pueblo a levantarse. Lenin parece estar a punto de dar un paso, con esa mirada penetrante que debió impresionar a sus contemporáneos puesta en el edificio que tiene en frente.
«Aquí, señala Nadia, Lenin le da la espalda al río Volga, porque, pese a la  inmensidad de sus aguas, no tiene nada que tenerle. En cambio sí parece preocuparle más lo que sucede allí, dice señalando el edificio donde funciona, y siempre ha funcionado, la alcaldía de la ciudad.

Ulyánovsk es Lenin y Lenin es Ulyánovsk. Primero, por decreto. A la muerte del Vladimir Illich Ulianovsk se consideró que una de las mejores formas  de rendirle homenaje por parte de la entonces Unión Soviética era ponerle su nombre al lugar donde había venido al mundo.

Quizás hubo reparos a esa decisión de Moscú de parte de algunos lugareños. Pero ni forma de expresarlos. Aunque también la mayoría de los entonces muchos menos habitantes de los 630 mil de hoy, encontrarían la nueva denominación del entonces pueblo chico como un reconocimiento a la muy popular familia Ulyanovsk. De hecho, el padre de Vladimir Illich y de sus hermanos era un hombre apreciado por los vecinos y de admirada carrera pública que incluso le valió algún título nobiliario del zarismo por su desempeño en esas tareas burocráticas.
Con, o sin voces de descontento, la llegada del nuevo nombre a la ciudad no vino sola. La decisión iba aparejada con otra de igual o mayor impacto: echar abajo cualquier monumento que no tuviera la aprobación de la revolución y de quienes la encarnaban, entre ellos José Stalin.

«Y esos monumentos, dice Nadia como si confesara un pecado, incluían templos religiosos. Por eso este lugar, asegura a la vez que alarga el brazo para señalar la explanada que nos alberga, era la plaza de las catedrales. Las tumbaron».
Cómo ahora ha vuelto a llamarse, aunque por supuesto ya sin ellas. Apenas en un gesto simbólico que pretende desprenderse del pasado. La verdad, solo en parte, porque, tal cual lo reconoce la propia Nadia, «Lenin es un hombre importante que va a perdurar mucho en la memoria de nuestras gentes».
Lo dice con seguridad, aunque a leguas se nota que forma parte de una nueva generación que nació en medio de los vientos de cambio de la Perestroika. Ella, como casi todos los jóvenes de Rusia, al menos los citadinos, lleva un teléfono de última generación, ropa de las tiendas más conocidas, sigue la música de las bandas de rock más representativas y tiene un enorme interés por hacerse al manejo de otra lengua, comenzando por el inglés.
Pero en esa misma proporción, ellos siguen las pautas de sus padres y abuelos de profundo respeto por la historia nacional y por sus héroes. En especial por aquellos que ofrendaron sus vidas en las Guerras Mundiales – con mayor devoción en la lucha de la segunda de ellas – y en otras, a las que les dan gran importancia: Afganistán y Chechenia.
Una imagen que representa ese espíritu se repite en fechas como la del pasado 22 de junio, fecha conmemorativa del inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, tras la invasión de la Alemania Nazi a Polonia. Niños y niñas, no mayores a los 14 o 15 años de edad son los encargados de cuidar de los grandes monumentos. Lo hacen uniformados con un aire marcial que no admite reparo de sargento mayor, mientras los adultos depositan flores en homenaje a los caídos en batalla y al soldado desconocido, un tema bastante sensible aquí.
Todo, se diría, bajo la severa mirada de Lenin. O de algo que lo representa como nada: la hoz y el martillo. Mejor, las hoces y los martillos. Están aquí en Ulyanovsk, de forma tan visible como sobreviven en Moscú en la fachada del edificio de la Duma, o parlamento. O en el teatro Bolshói. O en las estaciones de metro. ¿Nostalgia? ¿relativo apego?  ¿Indiferencia? 

Y como los hay  – hoces y martillos – en el museo que se enclava de cara al Volga y que no puede ser otro que el que le recuerda a Ulyanovsk quién fue Lenin y dónde sigue estando en el seno de esta sociedad.

Son dos pisos colmados de fotografías y objetos que llevan al visitante, paso a paso, por los 54 años de vida intensa de un hombre que de niño ya miraba con la fuerza de la escultura de la plaza de las catedrales. Y ahí, entre una vitrina y otra en la que aparecen sus compañeros de la revolución – incluídos José  Stalin y León Trotsky, sin dejar de lado una mínima referencia a Mao Tse Tung – los caminos conducen a un mausoleo en el que un Lenin en piedra  está sentado, a la mejor usanza de Abraham Lincoln en Washington.

Visitar a Lenin cuesta (200 rublos, unos 10 mil pesos colombianos), con la perentoria obligación de calzar los zapatos con material plástico. Eso sí, sin tener la oportunidad de entrar a la casa donde vivió, que se conserva en perfecto estado. En concordancia, quizás, del cuerpo del dirigente comunista, embalsamado y puesto a la vista en la necrópolis que hay en inmediaciones de la Plaza Roja de Moscú.

Con su economía centrada en una ensambladora de carros de marca nacional y una fábrica de partes de avión, Ulyanovsk ha salido de un curioso anonimato de cara a occidente gracias al Mundial de Fútbol. Sus hoteles, algunos de grandes cadenas y ubicados en la calle principal por donde pasa su vida, se han visto llenos y los restaurantes , entre los que no faltan de alta gama, han facturado como pocas veces en su historia (un buen plato de carne a la parrilla bordea el equivalente en rublos a 30 mil pesos de los nuestros), mientras los televisores puestos en los más diversos lugares  dejan ver correr la pasión del balón.
Físico pan y circo, quien lo creyera, bajo el ojo avizor de Lenin, el Ulyanovsk que para algunos, incluídos jóvenes, sigue y seguirá siendo el muchacho del pueblo que cambió el curso de la humanidad.

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Martes, 21 de abril. Desde el  Reino Unido, en tiempos de coronavirus  

Cedo hoy los trastos a mi hija Juanita, quien vive en el Reino Unido. Desde allí nos cuenta lo que vive y siente. Gracias Juanita, besos a ti, a Christopher y a toda su familia. 

Juanita y Víctor Diusabá

Me gusta mirar por la ventana a través de las cortinas.Últimamente solo veo y escucho el sonido de las ambulancias y una que otra bicicleta que salpica los charcos que deja este clima nublado y frío.

Hasta hace poco vivía en Londres.  Entonces, cumplía con la rutina de todos los días: poner la cafetera en la estufa, planchar mi camisa, tender la cama a toda prisa, agarrar dos red bull de la nevera, sacar mi bicicleta que tiene adornos con luces, ponerme el casco y empezar la jornada.

Los vecinos me saludaban desde sus puertas y ventanas. No olvido a esa pareja que salía a la misma hora mía con su bebé en el coche, e igual  a la señora de los dos perros chihuahua. Y menos al ‘ché boludo’ donde compraba las empanadas argentinas y los alfajores que tanto me siguen gustando, mientras él se fumaba su tabaco en la esquina. Y tengo en la mente al viejo que trabaja en el control de tráfico, que me reconocía por el rosado de mi máquina, esa que se quedaba atrás de todos los demás ciclistas quienes me tomaban ventaja y pasaban el semáforo en amarillo, mientras yo me quedaba esperando en la cebra.

Mi esposo y yo nos mudamos al Reino Unido hace un año, antes vivíamos en Nueva York. Recuerdo haber escuchado la famosa frase de “Si usted sobrevive en la Gran Manzana, usted sobrevive en cualquier lugar del mundo”. Pero debo reconocer que me ha costado acostumbrarme a la cultura Inglesa.

Considero que es una gran experiencia personal, llena de intensas horas de trabajo en mi profesión como sommelier y como chef de pastelería. Usualmente trabajaba dieciséis horas al día, durante seis días a la semana y tenía quince minutos de descanso para devorarme un sándwich de queso con cebollas caramelizadas, acompañado, a veces, de una copa de vino de las botellas de degustación que encontraba en la cava, mientras veía los botes que navegaban por el Támesis.

Por todo lo que ha pasado con el coronavirus, hace tres semanas nos mudamos a la casa de mis suegros a Bristol, una ciudad al suroeste de Inglaterra. Es preciosa, llena de arte y tiene bastante vida natural a su alrededor: montañas, ríos y  animales silvestres. Y también hay castillos construido por los romanos, pero que ahora sirven de escenario en las películas tipo Harry Potter o a las series de Sherlock Holmes.

Afortunadamente, el porcentaje del coronavirus en Bristol es mucho menor comparado con la ciudad de Londres. Aunque, como en todos los lugares, hay riesgo de contagio. Por eso hemos permanecido en casa, tomando las medidas necesarias que el gobierno implementó hace cuatro semanas, después de que España, Italia y Francia hubiesen declarado cuarentena. Aquí estuvimos a la espera, hasta que el pico en las estadísticas fue bastante alto y el Primer Ministro decidió cerrar todos los establecimientos.

Mi suegra Katrina sigue trabajando para una empresa industrial que se ocupa del empaquetamiento de alimentos ya que se considera una labor  esencial y casi que obligatoria para poder dar suministro a los supermercados. 

Una de las cosas que más me ha sorprendido es como aquí las personas han sabido sobrellevar esta pandemia con el abastecimiento de comida. Porque, además,  hemos estado sembrando y cocinando (mi esposo es chef) con los vegetales que Katrina y Mark, mi suegro, tienen y sacan de su huerta a unos pocos kilómetros de la casa. Es una de las cosas que más he disfrutado y en la que he aprendido por ejemplo la diferencia de los suelos o el terroir (término francés que equivale al término español terruño), más los cambios climáticos como base fundamental en el  resultados de los cultivos.

Todo esto me ha hecho reflexionar sobre cómo “El valor ecológico de las plantas es fundamental, pues además de proporcionarnos oxígeno, actúan como filtros de los contaminantes del aire y el agua, protegen y fertilizan el suelo, regulan la temperatura, aminoran el calentamiento del planeta y son la base de la cadena alimenticia” . Sin olvidar algo muy importante, el trabajo arduo de los campesinos.

Por otro lado ha sido toda una aventura ir a mercar. Nos aseguramos de usar tapabocas, guantes, antibacterial y limpiar con paños húmedos todo lo que compramos. También he sentido pánico y ansiedad por el solo hecho de ir al supermercado ante el temor de infectarme con cualquier objeto o con algún sujeto que se aparezca sin tomar las distancias necesarias. Afortunadamente, las cadenas de supermercados han modificado el sistema de compras, hay líneas en la tienda que marcan las distancias entre una u otra persona, estas se deben cumplir de manera obligatoria.

Solo dan quince minutos para hacer las compras para dar oportunidad a las demás personas que llevan esperando horas en las filas, con ansias de encontrar papel higiénico, arroz, medicinas e incluso bebidas alcohólicas.

Las calles en Inglaterra se sienten solitarias, las aves parecen disfrutar de su libertad, al igual que los zorros. Los niños ríen, gritan y juegan en los patios de sus casas, todos parecen ayudar en las tareas domésticas y de recibir el correo postal. 

Una de las empresas que ha marcado diferencia ha sido Amazon, ese invento de los estadounidenses que venden toda clase de línea de productos a menor precio y que llega a la puerta de su casa en menos de dos semanas.

Los juegos de mesa también han sido clave para la distracción en esta cuarentena, al igual que la oportunidad de poder comunicarme con mi familia por medio de las redes sociales. Realmente, me siento afortunada de estar con mi esposo y su familia, vivir con ellos ha sido toda una grata experiencia para mí. El poder intercambiar culturas, lenguas, comida, me hace feliz. 

Así que, desde el otro lugar del mundo, los invito a tener esperanzas en que las cosas van a mejorar  y de que todo volverá a la normalidad. Pronto estaremos de nuevo más cerca de los nuestros para llenar esos vacíos que sentimos hoy. Ojalá esta tragedia nos permita reflexionar e interiorizar sobre los cambios en nuestra manera de vivir, porque deben ser muchos y bien profundos. Abrazos  y cuídense, Juanita

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Lunes 20 de abril. La otra peste

Se quedó corto el presidente Iván Duque cuando tildó de «ratas» a quienes andan robando, mediante sobrefacturación,  las ayudas destinadas a las personas más necesitadas en la actual coyuntura. Aunque lo importante es castigarlas sin contemplación. Deberían, además, endurecer las penas.  

Urge entonces que Fiscalía, Procuraduría y Contraloría entreguen resultados a la brevedad sobre las investigaciones que adelantan, sabido es que lo primero con que se van a encontrar son presuntas justificaciones por parte de quienes resulten con las manos sucias de que hubo “alzas intempestivas” en los precios de los productos de primera necesidad que los “obligaron” a pagar caros, muy caros, extremadamente caros, mercados y otras formas de auxilio. 

Vean este caso, del que me enteré por cuenta de quien, asqueado, les dijo «no» a este tipo de delincuentes.  El señor (a) A, que bien puede ser funcionario de una entidad pública, llama a un proveedor de lo que ustedes quieran (alimentos, material quirúrgico o similares), para solicitar una cotización. El proveedor procede a entregar el estimado del valor del producto requerido, más condiciones de pago, fechas de entrega, etc.  

No mucho después aparece en escena un nuevo personaje, quien se encarga de llamar al mismo proveedor para contarle, como si fueran viejos amigos, que ya está enterado de que esa entidad pública le va a comprar el producto. Ese interlocutor tiene además información de todas las especificaciones técnicas y logísticas.

El proveedor (si es correcto, como también lo son muchos), se sorprende y pregunta de  dónde viene tanto dato y, sobre todo, con qué fin. El intermediario, convertido ahora en amo y señor de la relación comercial (sin duda alguna, en alianza con el señor o la señora A) procede a advertir que existe una condición única e indispensable: el proveedor, a quien se le pagará todo como está acordado, debe dar un paso al costado, para permitir que el calanchín sea quien facture. Sobra decir, a precios astronómicos.  

Ganadores: el funcionario aquel,  señor o señora A, más quienes en su entidad lo hayan acolitado en el torcido (es muy difícil hacer algo así sin compinches); y el avivato, junto a los demás integrantes de la pandilla a la que pertenece, porque esto es una mafia. 

Perdedores: todos nosotros, que sostenemos este Estado, y más aún quienes están a la espera de la ayuda, que ahora serán menos por el incremento de los precios de los productos. 

En ese sentido, los investigadores deberían mirar en especial quiénes han sido los proveedores del último mes. Mejor dicho, cuál es su hoja de vida, su trayectoria, como tradicionales comerciantes del sector al que dicen pertenecer. Lo que, por supuesto, no los hará culpables pero sí, al menos, dignos de una nueva ronda de preguntas de parte de los organismos de control porque de ahí, seguro, algo va a salir. 

Como también hay que revisar la cantidad de cosas que se están comprando y los eventuales beneficiarios de ellas. Por ejemplo, más mercados de los que en realidad puede estar necesitando la comunidad a la que, dicen, estará destinada la ayuda. O dotación de material quirúrgico digna de un hospital de tercer o cuarto nivel, cuando lo que hay en ese lugar no pasa de ser un sencillo puesto de salud. Todo lo cual se evapora después ante nuestros propios ojos.

Columna publicada por El País de Cali el 20 de abril de 2020.   

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Fin de semana (17 a 19 de abril)

Una propuesta:  antes que sumar días, resten. Tras este fin de semana, serán tres menos: viernes, sábado y domingo. Mejor dicho, el fin de esta pesadilla (dure lo que dure) está más cerca, no sobra un poco de optimismo.

En esa misma línea, los dejo con mi amigo Vladimir Durán Durán (profesor de danza, guionista y, los más importante, aventurero y el mismo de la mascota Ramona), quien se manda con toda en un texto a bordo de la música que más le gusta, esa misma que lo acompañará de ahora en adelante en el lavado de loza y ollas. Oficio este al que, tanto él como millones de hombres hemos llegado, no lo duden, para quedarnos por siempre.   Y recuerden, es mejor quedarse en casa.      

¡GRACIAS DIOSELINA! 

Vladimir con su mujer Nancy, en el Mundial de Rusia.

Me he vuelto un apasionado por el lavado de la loza. Además, porque las múltiples formas que tienen los  utensilios trasladan mis pensamientos al mundo que por estos días no puedo recorrer. Y tengo la certeza de que este escrito será muy útil a los meros machos que el confinamiento ha catapultado al arte de la esponjilla.  

Empiezo diciendo que, en mi caso, es imposible un solo movimiento en ese trastero sin escuchar música. Es aquí donde aparece mi Dioselina. Hablo de esa mujer que durante ocho años de mi infancia cartagenera ejecutó los quehaceres de nuestro hogar de forma impecable, con un excelente desempeño indudablemente atribuible a su compañero inseparable JUAN GABRIEL. En la carátula del disco que ella siempre llevaba consigo, el cantante aparecía con chaqueta de cuero café, mientras ella se contoneaba al ritmo del mexicano y con el trapero como pareja, de lado a lado del  comedor. ¡Gracias, Dioselina! Ahora entiendo tu compulsiva necesidad de música mientras el jabón ejecuta su trabajo.    

Ahora voy a lo que me toca en este encierro. Y lo mucho que he aprendido. Por ejemplo, las jarras que han servido para el jugo de mora es mejor llenarlas inmediatamente de agua, y acompañarlas con la potente voz de Etta James, al frente de un coro que dice ¨baby, baby…baby¨. Entonces, me inspiro, aumento el caudal de agua  y la esponjilla corta contundentemente todo lo que está depositado en el fondo de ese recipiente. 

Me pregunto por estos días me pregunto qué seré de tu vida, porque hoy inexorablemente eres mi fuente de inspiración.  

Retomo: el cuchillo,  honestamente, lo miro de reojo y con mucho respeto, es tan útil como peligroso, igual que la energía nuclear poderosa y útil para la humanidad. Pero con la cara de ¨little boy¨, imposible.  

Atentos con la licuadora, es traicionera. Para llegar al fondo debemos hacer uso del dedo corazón por su largo alcance. Sí, ese mismo que utilizamos para insultar al otro conductor, bueno, hablo de la sociedad anterior a la pandemia, porque estoy seguro que eso nunca volverá a suceder, el confinamiento nos va a transformar todos. Aun así, pendientes de las aspas afiladas de esa cosa.  

Janis Joplin irrumpe en mi lista de reproducción con otro descomunal desgarre de sus cuerdas bucales y otro ¨baby…baby…baby¨. Luego descubro que en realidad es ¨maybe…maybe…maybe¨, y qué alegría ampliar  mi vocabulario anglosajón. Esto me motiva e impulsa a visualizar el resto de la mugrosa tarea como un reto y no como un obstáculo dicen los coaching. Apreciados compañeros de género, la tabla de picar es muy larga y por momentos queda enredada en el grifo del agua, tengan cuidado con los regueros.  

A veces, jazz y blues resultan deprimentes, mejor entonces me concentro en lo que antes fue pasta con atún y ahora es un nuevo desafío en el lavaplatos. Es exactamente en ese instante cuando se atraviesa Nina Simone con un contralto y una frase de algo como ¨oh, my God¨. Por alguna razón, la esponjilla metálica, de la brotan jabón y agua, me lleva a pensar en la guitarra eléctrica, con la que como acompañante, al final, surgen los brillos del fondo y costado. Gracias Dioselina, sin tu recuerdo me sería imposible afrontar estos días de confinamiento.  

Empiezo a sentir que estas tres fantásticas cantantes norteamericanas, exitosas en la década de los 60`s, me inspiran igual que mi Dioselina, tal vez y como lo dijo el escritor Mario Mendoza ¨son las nietas de las brujas que en aquellos siglos oscuros no pudieron quemar¨, voces profundas, con tonos desgarradores y actos de rebeldía frente a la misoginia que las confinó por siglos a lavar trastos y a contonear traperos. Janis Joplin murió con 27 años por sobredosis de heroína. Rebelde en sus días, era considerada ¨mujer blanca con voz de negra¨. Etta James, prodigiosa en su tono de voz, hizo una extensa carrera y murió en 2012, también adicta a la heroína. Nina Simone: cantante, compositora, pianista de raza negra, luchadora por los derechos civiles de las mujeres, especialmente de ascendencia africana, diagnosticada con trastorno maniaco depresivo y bipolar. Rebeldes a su época, batalladoras  incansables de su género. Cantantes solo para mí, mientras enjuago los trastos de casa.   

En conclusión amigos de género y meros machos, hagan sus propias listas de reproducción, esculquen la música infinita existente, y esto los hará enamorarse, como yo, apasionadamente de la cocina y sus utensilios. Ellas u otras cantarán para ustedes. ¡Gracias Dioselina! 

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Jueves, 16 de abril. En nuestras manos…

Esto que pongo a continuación y que titulé ‘Depende de nosotros‘, lo escribí hace casi un mes. Ahora que ha pasado un siglo (o eso parece) desde entonces, veo que casi todo se mantiene tal cual, claro está, con la diferencia natural en cifras por el desarrollo mismo de la pandemia.  

Lo que vendrá una vez salgamos a las  calles – en diez, en quince o en más días- es que la vida y la seguridad seguirá dependiendo solo de nosotros mismos. Mejor dicho: o aprendemos a guardar esos mínimos cuidados (lavarnos las manos, mantener el distanciamiento social, usar tapabocas y otras cosas) a lo largo de nuestras distintas actividades, o nos llevamos por delante a mucha gente y enterramos buena parte de lo que hemos construido. No hay, por ahora, otra salida. Sí, ya  llegarán las vacunas y los tratamientos más afortunados.  Pero, entre tanto, señores y señoras, esto es lo que hay. La decisión es solo nuestra:   
Frente al desafío del Covid -19, más que opinión, mucho mejor espacios al servicio de la comunidad. Sobre eso, un primer punto: ¿qué tal si todos los contenidos (buenos, se supone) sobre el nuevo coronavirus no tienen tipo alguno de restricción, para que los usuarios puedan así acceder a ellos en los portales de los medios masivos de comunicación? 

Quizás podamos ayudar así a orientar sobre la responsabilidad que nos cabe a todos para frenar el contagio. A esta hora (mañana del domingo) son “apenas” 24 los casos comprobados en Colombia. Ese “apenas” puede cambiar de manera severa si el comportamiento del virus llega a crecer exponencialmente. En España, por ejemplo, los infectados eran dos y se convirtieron en 100 en una semana. Luego, de 100 ascendieron a 1.000 en la siguiente, y cuatro días después ya eran 4.000 (Fuente, El País de España).

Como si nada, en esa primera semana la vida en Madrid y otras grandes ciudades había seguido su curso (cuidado, porque aquí está pasando igual). “Mira, me dijo un allegado (mi hijo) que está allí, parecía primavera: los bares llenos de gente  y las calles, igual”. 
Hoy, la capital española es soledad total y solo se puede salir a la calle a cosas muy concretas y en solitario. Apenas pueden llevar compañía quienes tienen problemas de movilidad. 

De acuerdo, eso pasa allá y nadie sabe si terminará pasando en nuestro país. Solo lo sabe dios. O ni dios lo sabe. Lo mismo dijeron en Italia y España (“ese no es nuestro problema”) cuando veían las imágenes de la desolada Wuhan, China. Ahora, ambos países europeos saben de los alcances letales de ese  mal: 1.441 muertos y 193 en ese mismo orden. No serán los últimos. 

¿A qué conclusión llegaron ellos? A que debieron evitar servir de agentes transmisores. Como dijo alguien: a los abuelos, cuando estaban jóvenes, se les pidió ir a la guerra; ahora solo se nos pide que salgamos a la calle a lo esencial. Y hacerlo guardando las medidas de cuidado que, si miramos bien, son mínimas (lavado de manos, nulo contacto físico y demás). 

Todos somos responsables y, en ese sentido, las autoridades deben tomar las medidas necesarias, así algunas de ellas nos parezcan extremas, sin dejar de medir el efecto de cada una de ellas. 
Hago referencia a una en especial. En la eventualidad, como medida sanitaria, de que se decidiera cerrar por unos días escuelas, colegios, universidades y demás centros educativos se pondrán en práctica jornadas a distancia. Tan importante como ello, si así sucediera, es garantizar la alimentación a miles de niños de la educación pública. Por la sencilla razón de que tienen más que eso.

Lo otro es que si alguien merece cuidado y atención son los adultos mayores, por ser los más frágiles en la cadena de ataques del Covid-19, como lo demuestran las estadísticas. Con tristeza hay que ver que en algunas partes del mundo se ha elegido la edad como factor de supervivencia, siempre en contra de los más viejos. Así se ven obligados a proceder, dicen, por tener sus sistemas de salud al borde del colapso.  
Tampoco dejemos de aprender. Hay claros modelos de éxito. Uno, la extraordinaria caída de casos de contagio en la República Popular China. Dos, Corea del Sur, que derrota como ningún otro país la mortalidad. Lo hicieron bien desde el principio, con la participación de todos. 

Y esto no es un chiste: de nada sirvió allí el papel higiénico, que ahora en Colombia la gente se rapa en los supermercados en crasa muestra de ignorancia. O el antibacterial y los tapabocas, que algunos acaparan en cambio de aplicar el sentido común. A buena hora, Supermercados La 14 limitó por comprador el número de unidades de algunos de esos producto. Así se hace. 

Al final, queda claro que no es el nuevo coronavirus el que tiene la última palabra. Somos nosotros mismos, comenzando por usted, y por mí.
Columna publicada por El País de Cali el 15 de marzo de 2020. 

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Miércoles, 15 de abril. Más que palabras… 

Estamos queriendo estar sanos en un mundo enfermo”: Papa Francisco, en su  mensaje durante la bendición Urbi et Orbi del viernes 27 de marzo.

Estamos en guerra con el virus y no la estamos ganando…(se necesita) un plan como en tiempos de guerra”: António Guterres, secretario general de la ONU.

Todos a seguir quedándonos en casa porque esto es un esfuerzo maratónico, no una carrera de 100 metros. Gana el que más resista y el más inteligente, no el más rápido”: Un docente de Física, ingeniero de petróleos y especialista en evaluación y gerencia de proyectos que firma como ‘Físico impuro’.

Queda demostrado que un médico es más valioso que un futbolista y que un hospital es más importante que un estadio”: Santiago Moure, escritor y comediante.

En este momento es imposible sancionar a todos los que suben los precios de los artículos de primera necesidad, pero habría que montar un archivo digital centralizado y masivo con las pruebas (fotos de etiquetas, recibos, etc.) para castigarles después la picardía”: Carlos Vicente de Roux, analista y ex concejal de Bogotá y excandidato a la Alcaldía.

Por favor, no tomen consejo de un hombre (Donald Trump) que miró directamente un eclipse solar (así lo hizo el 21 de agosto de 2017 sin ningún tipo de protección para sus ojos)”: Hillary Clinton, a propósito de recomendaciones del presidente de los Estados Unidos a sus conciudadanos para usar medicamentos no regulados para (dizque) tratar el Covid-19 . Trino del periodista Bricio Segovia.

En las guerras anteriores, los hombres eran los que combatían, los que sufrían las bajas de la guerra y los que mataban. En esta guerra,  el frente de batalla son los doctores y las enfermeras, y 75% son mujeres”: citado por Sonia Contera, experta en biofísica y nanotecnología.

“A través de la línea 120 ó 018000112518 podrán denunciar a empleadores que estén despidiendo sin justa causa en estos momentos”: Claudia López, alcaldesa de Bogotá D.C.

Después de escuchar a AMLO (López Obrador), Trump y Bolsonaro, la conclusión es muy clara: en una pandemia se necesita con enorme urgencia que todas las decisiones sean consultadas con un COMITÉ DE CIENTÍFICOS. La ignorancia de muchos políticos nos saldrá muy cara en vidas humanas”: profesor Julián de Zubiría.

Cuando se acabe esta pandemia, la obligación de aquellos que nos pudimos guardar será buscar maneras de ayudar a aquellos que no pudieron por vivir al día. No olvidemos que poder encerrarnos es un privilegio al que no todos pueden acceder”: Guillermo Arriaga, escritor, productor y director cinematográfico.

“En un país pobre como Colombia nada haría pensar que un lugar que vende productos a los precios de Carulla tendría alguna vez tanta demanda”. Adolfo Zableh, columnista, frente a la imagen de largas colas en ese supermercado.

Colombiano: persona que cuando debe salir a las calles, se queda en casa. Y cuando debe quedarse en casa, sale a las calles”. JhorManr, caricaturista.

Todas esas personas (los adultos mayores en Italia y en España, principales víctimas fatales de la pandemia) sobrevivieron a una guerra y a la posguerra, trabajaron como bestias para sacar adelante a la familia y a los hijos, y después ayudaron con los nietos. Que no se nos olvide”. Jot Down Magazine, publicación española, en alusión a la manera despectiva como algunos miran las vidas que se pierden por el virus entre esa franja de la población. 

No se puede escribir en medio de este horror. Lo intento todos los días, y no puedo, porque para escribir la vida tiene que estar entera”: Manuel Vilas, escritor español.

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Martes, 14 de abril. ‘Sabios’ y niños

Ando parco. Cada día me queda menos tiempo, gracias a que aprendo en casa a hacer cosas que nunca imaginé. Casi todas ellas felizmente simples. El resto se me va en asuntos más simples: lectura, escritura y cine, eso con lo que soñaba hasta que la vida me lo impuso, eso sí, a su manera.

Hoy, muy breve, hablaré de la experiencia que debe estar significando esta cuarentena para los niños. Sobre lo que digo poco y nada  porque no tengo ni idea de qué tamaño será esta vivencia y cómo la estarán interpretando. Puedo imaginarlo, pero eso es una simple especulación. Además, ni soy autoridad en la materia (a pesar de que soy padre de familia y tengo un hijo chico) ni me atrevo a tanto, a hablar por ellos, a servirles de portavoz. Sí veo que mucha gente lo hace.

Bueno, esa misma gente que además te encuentras todas las mañanas en la radio o en la tele o en las redes sociales, desde donde pontifican sobre qué va pasar con la economía, cuándo vamos a volver a la normalidad,  qué debería hacer el Papa, el presidente de la república, el ministro (de lo que sea) o la Providencia misma, justo un minuto antes de entrar en materia sobre si es bueno, regular o malo hacer el amor en estos tiempos. A veces incluso les queda tiempo para darnos una receta de cocina o recomendar un libro (esto último más bien poco). En fin, gente que sabe mucho sobre todo, y además al mismo tiempo, lo que no sé si admirar, o más bien sea digno de temer. 

Pero voy a los niños y, por respeto a ellos, les dejo una opinión válida, la de un experto, Francesco Tonucci, italiano él. La publica El País de España. y vale la pena leerla. 

Lo peor del confinamiento para los niños debería ser el no poder salir, pero es mentira porque lamentablemente tampoco antes salían. Los niños desean salir y solo pueden hacerlo de la mano de un adulto. Con lo cual es importante que los niños vuelvan a salir, dentro y fuera del coronavirus”. 

Los niños sienten mucho la falta de la escuela, es decir, no de los profesores y los pupitres sino la falta de los compañeros. La escuela era el lugar donde los niños podían encontrarse con otros niños” 

Los niños prácticamente no existen (para los políticos), no aparecen en sus preocupaciones. La única preocupación ha sido que la escuela pueda seguir de forma virtual (…)».

Muchos no se han dado cuenta de que la escuela no funcionaba antes y en esta situación se nota lo poco que funcionaba”.

Los deberes siempre son demasiados, no tanto por la cantidad sino por la calidad. Son inútiles por los objetivos que los docentes imaginan”.

Propongo que la casa se considere como un laboratorio donde descubrir cosas y los padres sean colaboradores de los maestros. Por ejemplo, cómo funciona una lavadora, tender la ropa, planchar, aprender a coser…”

La cocina, por ejemplo, es un taller de ciencia. Los niños deben aprender a cocinar. El maestro puede proponer que los alumnos cocinen un plato con su salsa y escriban la receta. Así estamos haciendo física, química, literatura y se puedo montar un libro virtual de recetas”.  

“…dice que los padres no tienen tiempo: no es verdad. A pesar de todo el tiempo que están ocupados, no saben qué hacer en el tiempo libre. Normalmente el tiempo que pasan con ellos es para acompañarlos a actividades y no para vivir con ellos”.

El primer día que salga del confinamiento, un niño debe gritar, lanzar piedras, correr, y abrazarse con alguien; aunque eso último será complicado”.

Si la quieren ver completa https://elpais.com/sociedad/2020-04-11/francesco-tonucci-no-perdamos-este-tiempo-precioso-dando-deberes.html

Gracias por su atención, quédense en casa.

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Lunes 13 de abril. ¿Qué hay del peluquero?

Por fuerza de las circunstancias, como tantos otros sectores de la economía, peluqueros, barberos, manicuristas, pedicuristas, esteticistas y demás integrantes de ese gremio han pasado de indispensables a irrelevantes.

Hace días que no sabemos de ellos. Ni sobre qué están haciendo para ganarse unos pesos, más aún cuando ahora sus oficios cargan encima un prejuicio: el distanciamiento social, lo que en su caso y a la hora de trabajar resulta un imposible físico. Como tampoco parecen figurar en las cuentas de algún programa público o privado de los puestos en marcha en la emergencia actual.

David, tiene 51 años y lleva 30 años cortando pelo. Le sobra la clientela con la que ajusta entre millón y medio y dos millones de pesos al mes. Gana para vivir al lado de su mamá, su esposa y dos hijos. “O ganaba, dice, porque no hay a quién atender y se acabaron los ahorros. Me prestaron algo para pagar el arriendo del local (500 mil pesos) porque eso no da espera. Ahora el afán es la comida para los días que vienen”.

Diana arregla uñas en un pequeño espacio que antecede a la trastienda donde vive en la misma ciudad. Hoy está en el municipio de Trujillo, al lado de su padre, donde ha ido a cuidar de él y a soportar el chaparrón.

No hablamos de un pequeño universo. Veo en un artículo, a finales de 2018, del diario económico La República que el negocio de las peluquerías y salones de belleza mueve más de 300 mil millones de pesos al año, con un crecimiento para este 2020 que apuntaba a un 15%.

Son unos 35 mil establecimientos (podrían ser muchos más), dice la nota, que en un 80% pertenecen a un único dueño. El mismo (a) que corta, despunta, lima, pinta, arregla, baña y enjuaga, antes de cobrar los entre 8 y 25 mil, pesos. Para luego limpiar y barrer en segundos, antes de poner a girar de nuevo su mundo infinito hecho de cabezas, manos, pies y músculos, Eso sin contar el papel que ellos hacen de paño de lágrimas.
¿Cómo serían los barrios sin peluquerías? Claro está, hay salones y barberías de élite, pero qué duda cabe de que todos están hoy en el suelo.

La semana pasada, en una de sus intervenciones diarias en la televisión, el Gobierno Nacional hizo una propuesta que retomo en este espacio: ¿Por qué no cada uno de nosotros, como usuarios que somos y, además, viejos conocidos de ellos les adelantamos el dinero -a peluqueros, barberos, manicuristas y pedicuristas, esteticistas y demás- de nuestras próximas citas? 

También podemos pedir medidas inmediatas del Estado para ellos que, con toda seguridad, se refundirán en medio de una agenda inmanejable.
Claro está, antes, valen todos los gestos de solidaridad a cambio de nada.

Pero en caso de que esta otra la idea le parezca acertada, pues ya dirá usted si puede adelantar el pago de uno, o más bien dos cortes o quizás tres. En muchos casos eso significará, para ellos y sus familias, tener cómo alimentarse y suplir otras necesidades básicas. Sugiero que alguien que sepa manejar el tema, cree un hashtag que bien podría llamarse #yoadelantomipeluqueada, a ver si la gente se anima a colaborar, si tiene con qué.

Eso sí, una vez que salgamos de esto, ahí hay uno más de esos tantos sectores de nuestra vida nacional que no pueden seguir existiendo así, al vaivén de los acontecimientos, sin garantía diferente a echarse la bendición cuando abren sus tiendas y volvérsela a echar al cierre, a la espera que no les caiga encima una bomba como esta que padecemos.
Porque lo del respeto de sus derechos no es ni azar ni se le puede delegar a la Providencia. Es pura política social e incluyente para esos colombianos que hacen grande al país con sus sabios quehaceres y que no cuentan sino a la hora de los impuestos… y de las elecciones.

Artículo publicado en la edición del diario El País de Cali, lunes 12 de abril, en la página de opinión.

https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/victor-diusaba-rojas/que-hay-del-peluquero.html

Sábado 11 y domingo 12 de abril. Luces 

En medio de tantas oscuras previsiones, hay que dejar abiertas de par en par las puertas de la esperanza y de la ilusión.  Al final, todos sabemos que esto será una prueba que la humanidad superará, eso sí, nadie puede anticipar a decir cuándo. 

Pero lo mejor es que esas luces provengan de la ciencia antes que de simples ocurrencias de quienes juegan con la ingenuidad, la buena fe y la ignorancia de otros. Esta misma mañana, en Buenaventura, nuestro puerto del Pacífico, decenas de personas atendieron las irresponsables recomendaciones de un supuesto médico ecuatoriano y se lanzaron al mar, no solo a bañarse sino a tomar agua salada, porque supuestamente es el mejor antídoto contra el nuevo coronavirus. Corrieron así el riesgo de contagiarse al no guardar la mínima distancia con otras bañistas y además se expusieron, imagino, a contraer otros tipo de bacterias por el consumo del líquido en un medio que, todos lo saben allí, tiene altos niveles de contaminación. 

Como dice el bienamado Joaquín Sabina, que ojalá se ande cuidando en el lugar de España donde se encuentre, “en tiempos de crisis, surgen falsos poetas”. Y ahí andan, dando falsas recetas o en el peor uso de las redes sociales para convertir un tema como el de la pandemia en capital político, ya sea en un sentido o en el otro, en un extremo o en el otro. La historia se encargará de condenarlos. 

Mejor entonces, por ejemplo, cosas como este artículo al que voy a hacer referencia y que se ha hecho viral (también entre lo viral hay muchos de dónde aprender, para bien de todos). Lo escribió el microbiólogo y doctor en Biología, Ignacio López-Goñi (español) hace más de un mes y casi todo lo que decía entonces sigue vigente. 

Son diez buenas noticias sobre la epidemia (ahora, pandemia), entre ellas una fundamental: sabemos quién es nuestro enemigo (alguien dijo que la diferencia con otras guerras, era que esta que libramos ahora se hace frente a un enemigo invisible. Pero como lo enseña López-Goñi, no es exactamente así, porque del Covid-19 tenemos ya más datos que sus simples huellas dactilares. Y es con base en esa información que científicos, en diversos lugares del mundo, trabajan en silencio para dar con las formas más efectivas (no solo la anhelada vacuna) para combatir al maldito bicho.

Vean pues lo que nos dice el médico sobre estos diez puntos, con los matices del caso porque todo evoluciona de forma vertiginosa:

1. Sabemos quién es. 2. Sabemos cómo detectarlo. 3. En China (y en Corea del Sur; y en Nueva Zelanda; y, algo en España y en Italia) la situación tiende a mejorar o al menos a estabilizarse. 4- El 80% de los casos son leves. 5. La gente se cura. 6. No afecta (casi) a los menores de edad. 7. El virus se inactiva fácilmente. 8. Ya hay más de 150 artículos científicos. 9. Ya hay prototipos de vacunas. 10. Hay más de 80 ensayos clínicos con antivirales en curso.

Aquí, el link del artículo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-51721014

Y un avance en concreto, de muchos más, este, puesto en las páginas de varios diarios y otros medios de comunicación, además de portales médicos, sobre un fármaco identificado como «EIDD-2801». Según la página de Univisión: “los investigadores de la Universidad UNC en Chapel Hill están desempeñando un papel clave en el desarrollo de un nuevo medicamento que podría prevenir lesiones pulmonares causadas por el Covid-19. El fármaco es identificado como «EIDD-2801″ y ha sido eficaz reduciendo el daño pulmonar en los ratones.

Dado a que el medicamento puede ser consumido como una píldora, ofrece una ventaja potencial para el tratamiento de pacientes con menos complicaciones. Los analistas destacaron que el medicamento finalizó las pruebas en ratones y pronto iniciarán los ensayos clínicos en humanos.

Otra universidad de Carolina del Norte se sumó a la tarea de buscar una posible cura al Covid-19. El Hospital de la Universidad de Duke se unió al primer estudio nacional, ofreciéndole a los pacientes hospitalizados con síntomas significativos, una opción para participar¨.

Y también otro anuncio que, advierto, corresponde más a los especialistas que a nosotros, los pacientes en sí o los eventuales de llegar a serlo. Encontré la información con fecha de hoy en el portal gacetamedica.com y hago la debida advertencia porque nada peor que automedicarse (siempre y más ahora frente a al Covid-19).   

Dice Gaceta Médica https://gacetamedica.com/investigacion/remdesivir-muestra-mejoras-en-pacientes-con-covid-19-graves/ que «Remdesivir (usado con éxito contra el Ébola, veo en otras consultas en la red) muestra mejoras en pacientes con Covid-19 graves. Así se desprende de un análisis publicado en The New England Journal of Medicine . En el estudio se analizó a un grupo de 53 pacientes hospitalizados con complicaciones graves que fueron tratados con remdesivir por uso compasivo individual. La mayoría de los pacientes en esta cohorte internacional demostró una mejoría clínica y no se identificaron nuevas señales de seguridad. No obstante, los datos de uso compasivo tienen limitaciones. Por ello, se están realizando múltiples estudios de Fase 3 para determinar la seguridad y eficacia del fármaco desarrollado por Gilead y que se estudia para el tratamiento de Covid-19.

Casi dos tercios de los pacientes (64 por ciento) recibieron ventilación mecánica al inicio del estudio, incluidos cuatro pacientes con oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO). El tratamiento con remdesivir resultó en una mejora en la clase de soporte de oxígeno para el 68 por ciento de los pacientes durante una mediana de seguimiento de 18 días desde la primera dosis de remdesivir. Más de la mitad de los pacientes con ventilación mecánica fueron extubados (57 por ciento) y casi la mitad de todos los pacientes (47 por ciento) fueron dados de alta del hospital después del tratamiento con remdesivir.

Después de 28 días de seguimiento, la incidencia acumulada de mejoría clínica, definida como el alta hospitalaria y / o al menos una mejoría de dos puntos desde el inicio en una escala predefinida de seis puntos, fue del 84 por ciento según el análisis de Kaplan-Meier. La mejoría clínica fue menos frecuente entre los pacientes con ventilación invasiva frente a la ventilación no invasiva y entre los pacientes de al menos 70 años.

Los datos de uso compasivo tienen limitaciones, por el pequeño tamaño de la cohorte, así como la duración del seguimiento. No obstante, estos comienzan a demostrar los posibles beneficios de remdesivir para tratar a los pacientes graves con Covid-19.

Actualmente no existe un tratamiento comprobado para Covid-19. No podemos sacar conclusiones definitivas de estos datos, pero las observaciones de este grupo de pacientes hospitalizados que recibieron remdesivir son esperanzadoras¨, asegura Jonathan D. Grein, director de Epidemiología del Hospital Centro Médico Cedars-Sinai de Los Ángeles. Este experto espera que los resultados clínicos de los ensayos controlados puedan validar los hallazgos de este primer estudio”. Hasta aquí Gaceta Médica.

Lo cierto es que el laboratorio que produce el remdesivir, Gilead, empresa biotecnológica estadoudinense ha acelerado los procesos de fabricación del fármaco con el fin de tener listas 1,5 millones de dosis, en caso de que el ensayo clínico dé resultados positivos. Mientras tanto, la provisión de este antiviral originalmente concebido para el ébola, que podría alcanzar para 140.000 pacientes, sería donada gratuitamente. Lo dijo hace una semana su director ejecutivo Daniel O´Day: “Proporcionar nuestros suministros existentes de forma gratuita es lo que hay que hacer para facilitar el acceso a los pacientes lo más rápido posible y reconocer la emergencia pública que supone esta pandemia«. 
Para mayor información, también pueden consultar en:

¿Luces? Sí las hay. Ojalá también, resultados. Y de nuestra parte, paciencia.  Feliz fin de semana y quédense en casa, es por el bien de todos.

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Viernes, 10 de abril. Panes y peces

“¿Te has dado cuenta que el mercado rinde ahora más que antes?”.
La pregunta me la hizo en la mañana de hoy, Viernes Santo, uno de mis vecinos.  Y sí, eso parece o esa es la impresión que me ha venido quedando, ahora que, quizás nunca como antes, me detengo a mirar en la alacena cómo andamos en la casa de provisiones.

Eso, que el mercado (o la remesa, como me acostumbré hace rato a decir desde que vivo en el Valle del Cauca) aguanta en estos días por encima de otros tiempos, es un hecho. Quizás porque, en algunos casos, hayamos perdido eso que los viejos llamaban “el apetito”, pero también porque andamos desperdiciando menos. Cosa que hasta hace unos días no parecía importarnos.  Porque, pregunto, ¿cuánta conciencia tomamos en meses pasados cuando nos contaron que los colombianos botamos cada año a la basura 9,76 millones de toneladas de alimentos (cifra del Departamento Nacional de Planeación), ya sea porque dejamos vencer las fechas límites de consumo, o porque una zanahoria, un mango o un tomate no tenían buena pinta; es decir, por un par de pecas muy naturales en su piel o por simples huellas de algún corte en el momento en que fueron recogidos en el campo. 

Además, ojo, en un país donde hay 560 mil niños con desnutrición crónica. Claro está, no somos los únicos, si es que buscamos un consuelo o una tapadera para semejante irresponsabilidad. En el mundo son 1.300 millones de toneladas al año las que se tiran, con las que se aliviaría en algo el índice de hambre que padecen millones de personas, más aún hoy en medio de la crisis alimentaria que ha traído consigo la pandemia. No tenemos cifras exactas ni tampoco probables de lo que está sucediendo ahora mismo en materia de hambre. Deben ser aterradoras. Frente a ello, no nos queda más que cumplir con una obligación, la de ayudar, en la medida de las posibilidades de cada uno, a quienes, en nuestro entorno, no cuentan con lo mínimo para sobrellevar esta cuarentena. Sí, también reclamar que así se haga por parte de quienes están obligados a hacerlo desde el Estado, pero eso no excluye nuestra responsabilidad. 

Ya mañana, que ojalá llegue pronto, cuando, poco a poco se reinicien nuestras actividades, habrá que replantear muchas cosas. Lo dicen los expertos. Una, no caer más en el consumismo que significa comprar más de lo que podemos comer y que convierte a neveras y alacenas en cementerios de alimentos (lo que sucede mucho en países ricos y en estratos altos. Como tratar en países como el nuestro (lo que no será fácil, menos ahora, por el golpe que todo esto significará para las finanzas del Estado) de agilizar los avances en infraestructura y tecnología que signifiquen un mejoramiento de los diferentes pasos de de esa cadena que comienza en el campo y termina en los lugares donde usted se surte, llámense supermercados o tiendas.

Y ahí está una de las claves, hemos dicho campo, y con él decimos campesinado. ¿Será que, como sociedad, les damos por fin a ellos, a los campesinos, el lugar de suma importancia que tanto merecen en políticas de desarrollo que siempre han pasado de largo ante ellos, o de franco atropello ante sus derechos, como fue, solo para citar un caso, la tal apertura económica con las que a comienzos de los noventa  los mandaron a vivir al peor de los mundos, mientras sus promotores se iban a vivir tranquilamente el falso Olimpo de la historia oficial, donde pelechan aún no solo ellos, sino los suyos.

Ya veremos, si se aprende. Y si se hace justicia con ellos. Por ahora, aceptemos que algo más nos cambió: la lista del mercado. 
PD: Me acaban de preguntar en la casa que si, en vista de ser Semana Santa, tengo algo que decir a quienes siguen este blog. Sí, lo tengo: de tantas enseñanzas del Evangelio para creyentes y no creyentes, me quedo en especial con una: la multiplicación de los panes y los peces, ese milagro que todos estamos en capacidad de hacer, solo con un poco de buena voluntad. 
Quédense en casa y cuídense. Abrazos.

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Jueves, 9 de abril. 9 de abril.

Hoy es 9 de abril. Y desde que me conozco – ya hace rato, valga decir – este día es muy diferente a todos. Por eso, una vez más y como siempre, viajo a 1948, como ahora cuando ya es la una y media de la tarde (el momento en el que escribo esto) y veo a Bogotá hecha un volcán a punto de entrar en erupción. Aún hay un delgado hilo de esperanza en esa multitud que se agolpa frente al #4-44 de la Calle 12 de Bogotá, donde está la Clínica Central. Allí,  médicos y auxiliares hacen lo imposible por salvar una vida que ya está comenzando de dejar de ser desde la una y cinco, cuando Roa Sierra ha tenido la maldita fortuna de acertar una, dos y tres veces en la base del cráneo y en la espalda del caudillo, con ese revólver desajustado que…
Bueno, ustedes ya conocen (espero que así sea) el resto de la historia.

Mis abuelos, María Luisa y Daniel, testigos y protagonistas
del 9 de abril y a quienes dediqué este libro,
por ser inspiradores del mismo.

Aquella historia que vivieron nuestros abuelos y nuestros padres (y los abuelos y los bisabuelos de los jóvenes de hoy). Porque cada familia colombiana tuvo su 9 de abril. Ahí no más tienen a mano en este mismo blog, la historia de los Bernardi Ospina, y bien podrían preguntar entre los más mayores (aprovechando el tiempo que tenemos en esta cuarentena), cómo fue ese viernes para los suyos. Y, también, qué vino después.           
Un 9 de abril, pero de 1998, hace 22 años, vio la luz mi primer libro (‘9 de abril, la voz del pueblo’), que no podía ser otro que uno sobre el mismo ‘Bogotazo’. Lo publicó Planeta, no sin el espaldarazo que me dieron los maestro Germán Castro Caycedo y  Gabriel Iriarte , a quienes vuelvo a darles las gracias hoy.   Hace unos meses, lo volví a leer (casi nunca leo luego lo que escribo) y se me ocurrió reescribirlo. Solo que esta vez ya no como crónica periodística sino en género ficción. No debería contarlo hasta ponerlo el punto final, dicen que es mala suerte.  Pero como andan las cosas me parece que también, como tantas otras cosas en la vida, anda muy revaluado aquello de la suerte. Y también, los secretos. Bueno, hasta cierto punto.  

Por lo tanto, y a costa de que esto no sea más que otro intento fallido, de esos tantos que quisieron ser un libro o un guión y terminaron por evaporarse en los camino de la creación, , ahí van estas líneas inéditas:   

CAPÍTULO 1: EL HUMO DE LA MEMORIA 
La bruma es un fantasma que camina pronto. Quizás porque no solo es bruma. Es humo de los incendios y brizna fina de una madrugada de invierno.  Pero antes que nada es eso: bruma, espesa, casi que maciza. Las figuras se recortan en ella. 
Una, la de un borracho que, sin soltar la botella que lleva en mano, intenta en vano levantar del piso a su compañero, al que da por vivo. De pronto, una silueta pasa veloz la calle de un pórtico a otro para guarecerse. Lleva por delante, a manera de escudo, la boca de un fusil. 
¡Hijueputas, mataron a Gaitán!, ¡mataron al jefe! 
Malditos sean, malparidos; ustedes y todas sus generaciones. 
¡Negro, te vamos a vengar!  
El sonido metálico de un disparo que da contra el filo de ornamentación de la ventana  más cercana apaga por un segundo imprecaciones y maldiciones manda a segundo plano el fuego de las calles aledañas.  
Hay cosas tiradas en las aceras y sobre la vía estrecha.  Muebles astillados, tiros de paño inglés hechos jirones, lámparas puestas de cabeza, muñecas de niña tiradas en el piso. 
Dos , tres, cuatro cadáveres asoman en el fondo para completar el paisaje. Alguien se queja sin pena tras una pared que hace las veces de muela. Un muchacho  esculca a uno de los muertos y tras echar el botín en bolsillo interior de un saco que a todas luces es prestado, se pierde entre la nube.
Los ojos del caballo blanco sirven de espejo a la tragedia. Un relincho leve casi que en silencio, advierte de la presencia de alguien en quien confía. El portón inmenso del número 4- 44  retumba al abrir. 
Abelardo – el zorrero, el auriga, el cochero de esa carreta – no saca aún la cabeza. Apenas, a medida de que la hoja deja ver un ángulo mayor, se toma confianza. Da un salto de gato y se hace a las riendas de su bestia y amigo. 
“¡Ya!”, grita, mientras manda la mano al cinturón para sacar un yatagán que brilla y que empuña con fe.
Cuatro hombres, vestidos de enfermeros, dos en cada extremo, sacan esa mortaja blanca bajo la que se adivina un cuerpo rígido. Casi como si no quisieran lastimarlo, ponen la camilla con el mayor cuidado sobre el tapiz de leños viejos de la ‘zorra’, improvisada ahora como coche fúnebre. 
El caballo se encrespa. Juan le da un par de caricias en el lomo y lo relaja. Los cuatro hombres se ponen ahora en guardia, armados de valor. Una mujer vestida de negro asoma por el mismo portón y pasa por entre ellos. Da la vuelta al carruaje por la parte de atrás, mira la carga un segundo antes de apurar el paso para trepar sus zapatos de coctel en un  banco que le sirve de plataforma. Abelardo le extiende la mano y ella parece quedarse un momento en el aire. Ahora, firme sobre el peldaño, más que una mujer ahora viuda, parece una esfinge que tiene luz propia en medio de las sombras de la madrugada… 
Los hombres parecen decirle que lo piense una vez más, que es mejor esperar a que cese el fuego o a que baje un poco la intensidad de los combates. Ella los mira desde la severidad del dolor y la autoridad que le da su condición de primera dama del caudillo asesinado.  
¡Ehhhh¡,  escupe Abelardo y el rocín echa andar sin prisa pero sin pausa, como sabedor de que lleva la carga más preciada de cuantas le hayan confiado. 
Al paso del cortejo, la guerra cesa por un momento  Hay una pausa de todos. 
Una pausa de quienes hacen el pillaje y llevan puesto el delito encima con joyas y ropas caras que no les van porque no son las suyas. 
Una pausa de quienes hacen la revolución y aflojan por un instante el pulso de sus manos sobre el lomo de los fusiles sonsacados a los cuarteles. 
Una pausa de los soldados que defienden el gobierno. Alguno de ellos se persigna y otro se saca el casco para secarse el sudor que le baña la frente, sin tener en cuenta que ese puede ser el último gesto de su vida-
Una pausa de quienes están heridos sin auxilio, agonizan sin que nadie repare en ellos.
Hasta los muertos de ojos parecen hacer una pausa, mientras sus ojos abiertos ven pasar la mortaja del jefe, del ‘Negro’, del ‘Caudillo’, del hombre que es un pueblo, según esa pancarta que atraviesa la calle y está hecha un colador por los disparos perdidos. 
Hay en todos fatiga del combate y de la noche en vela. Se diría que todos lloran en sus adentros, mientras miran y callan….
Ya volverán a lo suyo, de hecho lo hacen, una vez ese coche mortuorio se pierde en la distancia y en la bruma por esas aquellas calles largas, hechas de adoquines o de arena. La zorra, con sus tres pasajeros, se aleja hasta verse cada vez más pequeña, y a la vez más grande, en ese mundo de horror. 
—-Cuarenta años antes…1908. Es día de mercado en la plaza del barrio Las Cruces. Son casi las doce  y las chicherías están a reventar. El sol de agua cae sobre pañolones, sombreros y alpargatas.  Un perro escapa con un hueso y no faltan los que tratan de evitar su feliz huida. 
En medio de tanta gente, una mujer, doña  Manuela Ayala de Gaitán, se mueve con aplomo en medio del gentío. Parece no quererse notar pero sucede todo lo contrario. El abrigo que lleva puesto amenaza cocinarla viva, pero ella parece estar cómoda. Sus pasos esquivan los charcos que ha dejado el aguacero de la noche. Los amos y señoras de los puestos la saludan pero prefieren no ofrecerle nada. Esperan que decida. Es la maestra de sus hijos o de sus nietos, eligen el respeto. 
Pero Abelardo, el hijo de doña Esther, la de las yerbas que lo curan todo, no conoce de distancias. Con una maestría digna de pista de circo, tira el trompo al aire y lo recoge para que baile en la palma de su mano, mientras mira de soslayo a Jorge Eliécer. Tienen el mismo uniforme de la escuela, pero a leguas se les notan las diferencias. Hay en el gesto de habilidad del muchachito de la yerbatera un toque de desafío, de provocación. sin querer, sus madres se han detenido en la escena. 
¡A ver, muérgano, en cambio de estar perdiendo el tiempo vaya traiga la ruda que doña Manuela me la encargó.Esther, buenos días, dice doña Manuela. Abelardo, obedezca, mijo. Tranquila, no es de afán. Vamos Jorge Eliécer.
Los Gaitán Ayala se marchan, pero el hijo de la maestra y el de la marchanta tienen tiempo aún para dedicarse un par de monerías que rematan en sonrisas.
—-
La palanca que ahora el hombre hace sobre la cruceta para tratar de zafar las tuercas de seguridad de la llanta enseñan o falta de pericia o un nudo de metal que él tardará en soltar. Es casi su cuerpo el que se recarga sobre la extensión del tubo, con el que ha alargado la medida del aparato.  El camión que atiende parece gemir ante cada uno de los enviones y pujas del operario, mientras la música sale de una radio cercana.  
Los niños que corretean a su alrededor, tras un aro de caucho que uno de ellos hace girar con los impulsos que le da con un madero el mayor de ellos, pasan tan cerca del sufriente que incluso rozan su humanidad. 
¡Chinos, dejen de joder!, ¿no tienen nada más que hacer?, dice ,mientras se seca el sudor que cae sobre la camisa de color indeterminado y un overol que tiene peto y que debió servir en el pasado a alguien mucho más grande que él.
Una mujer asoma por la misma puerta donde un aviso vertical escrito a mano reza ‘Montallantas’. No tendrá ella más de cuarenta años, pero los surcos que le parten la cara revelan siglos de angustias. Se seca las manos con el mismo delantal sucio que lleva puesto.
Niños, para adentro, carajo. Vengan a ayudar a moler. 
Dos de ellos pasan por delante de ella y del hombre, saltando. El otro, tercero, enjuto y de mirada triste la mira, como si no fuera con él.
Usted,. Juan, ¿no oye o se está haciendo el pendejo? Siempre lo mismo, el bobo de la casa.  
Un alarido corta la conversación y rompe el ambiente.  El hombre ha perdido el control de la pieza que manipula y uno de sus dedos ha quedado atrapado por un instante entre los dos hierros. Por físico instinto, se toma el miembro herido con la mano, para evitar, en vano, que la sangre asome a borbotones. La mujer corre a auxiliarlo y logra convencerlo que le deje ver el tamaño de la herida. La uña del dedo anular se ha desprendido desde la propia raíz.  Las imprecaciones del hombre atraen a vecinos y conocidos. Alguien ordena llevarlo a la farmacia. Otro, al hospital. Al final lo ayudan a salir camino a alguna parte, con el delantal de la mujer como venda improvisada. 
Juan Roa Sierra se queda mirando el cuadro que ahora yace en el piso. Las gotas de sangre, la cruceta y el tubo resaltan sobre el tizne del suelo y los trozos de estopa…Su mamá lo mira y, como quien no tiene opción, mece la cabeza de izquierda a derecha, antes de darse vuelta para seguir en lo suyo, la cocina que le espera allá dentro.        

   CAPÍTULO 2: 
Juan Roa Sierra, el niño Juan Roa Sierra,  tiene un trozo de madera en su mano derecha y se queda mirando el cuadro que ahora yace en el piso. Las sangre que escurre y la cruceta resaltan sobre el tizne del suelo y los trozos de estopa…Su mamá lo mira y, como quien no tiene opción, mece la cabeza de izquierda a derecha…
Viernes 9 de abril de 1948, a las una y cinco de la tarde, el mismo Juan Roa Sierra, ya hecho hombre, se queda mirando el cuadro que yace al fondo en el piso. Es la figura difuminada de un hombre que está tirado en el piso, La sangre que le escurre de la cabeza al caído tropieza con el sombrero que llevaba puesto y que ahora le hace guardia. 
Juan Roa mira la extensión de su brazo derecho que ahora apunta con un revólver a otra persona que no sabe si auxiliar al herido a abalanzarse encima para desarmarlo. Juan Roa Sierra tiene respira agitado tiene miedo pero aún le queda una pizca de valor o de irresponsabilidad para martillar de nuevo, más al piso.  En realidad quiere huir del lugar. 
Entonces, da media vuelta pero no ve más que miradas que lo señalan, que lo acusan, que lo intimidan, aunque esas miradas reflejan más miedo que él mismo. Atrás quedan el herido y quienes han corrido a auxiliarlo. Por fin, las piernas de Juan parecen responder. Tambaleante en principio y hecho pánico enseguida, echa a correr hacia la esquina más cercana. 
Su escape es torpe y ciego. Lleve un arma en la mano y está a la vista de todos. Por eso tropieza con un par de transeúntes, antes de dar de cabeza con alguien que en un instante lo sujeta por los hombros, para alzar en vilo su enjuta humanidad. Juan tarda un mundo en entender que ese hombre corpulento que lo sujeta cual si fuese un muñeco, es un agente de policía que, primero,  le quita el arma y, enseguida, lo somete con una llave que le permite atenazar su cuello hasta casi ahogarlo.  
Ahora los dos, Juan y el policía, parecen ser un solo ser de cuatro ojos puestos sobre la misma escena. Ya el hombre que está tirado sobre el andén no anda solo. Los primeros curiosos tratan de descifrar si vive o alguno, rodilla en tierra, se preocupa de darle algún primer auxilio.
¡Es el doctor Gaitán!, grita absorto un hombre de abrigo y sombrero negros.Dios mío, mataron al doctor Gaitán, le sigue una mujer que se echa a llorar. ¡Asesinos!, dice un lustrabotas,  ¡mataron al Jefe!
Juan Roa y el policía dan unos pasos atrás, como si quisieran escapar del lugar sin ser vistos.
¡Fue ese, ese al que detuvo el policía!, grita el lustrabotas mientras convierte la caja de embolar en una gigantesca manopla y se encamina a golpear a Juan Roa.
Otros  lo siguen. El policía mira entonces  las opciones. No hay sino dos,. Una, entregar ese pobre diablo a lo que promete ser una multitud para que hagan con él lo que quieran. Otra, quizás esa puerta de la Droguería Granada, que está entreabierta. 
Piensa rápido: si logró meterlo allí, llegarán refuerzos y podremos evitar que lo revienten Este hombre vale más vivo que muerto. Este hombre acaba de matar al doctor Gaitán.
Quisiera incluso preguntarse por qué lo hizo, quién lo mandó, Pero no hay tiempo. Entonces, empuña el mismo revólver que acaba de decomisar. 
¡Atrás, atrás. Si se acercan, disparo. Respeten la autoridad. 
El embolador no se deja intimidar y logra impactar con su caja a Roa en la cara, pero cuando quiere repetir la maniobra se entera de que el cañón del revólver apunta en serio a su humanidad. Entonces retrocede. Y con él los demás, más aún cuando otro policía, este de tránsito, entra en escena y, aunque no tiene arma alguna, hace valer la supuesta investidura que le da su uniforme.
Son ahora tres los hombres hechos un amasijo que saltan casi al tiempo para ganar la entrada a la Droguería y correr la reja metálica… La multitud se lanza contra ella y la mece entre empujones y puñetazos.
¡Es hombre muerto!, dice uno que mete las narices por entre las luces de la persiana. ¡Asesino!, replica otro.¡Mataste a Gaitán y vas a morir!, gime entre sollozos uno más.¡Viva Gaitán!, ¡viva el Partido Liberal!, replica el de más allá. ¡Llevémoslo a Palacio, es un agente del gobierno!, propone otro.¡Sí, entréguenlo, vamos a matarlo y a tirarlo frente al Palacio!
A pocas cuadras de allí, en la camilla donde lo atienden, Gaitán es nada más que una mirada perdida…

Miércoles, 8 de abril. La “normalidad”

Hoy han vuelto a reabrir el aeropuerto de Wuhan. Es ese el paso más atrevido, de cara a la lucha contra el coronavirus, de quienes administran los destinos de esa ciudad de la República Popular China, donde, todo indica, nació la epidemia que ahora soportamos como pandemia.

Con algún juicio, he venido siguiendo los informes de un equipo de Radio Televisión Española desde ese lugar y no puedo menos que advertir que su vuelta a la “normalidad”, digo, la de los habitantes de esa ciudad, ha sido un cuidadoso paso a paso entre cáscaras de huevo. Porque eso, la recuperación progresiva de la cotidianidad está hecha de todo tipo de restricciones. Una, por ejemplo, la que obliga de manera permanente a quienes vuelven a sus actividades laborales, a tomarse exámenes para certificar que no están contagiados. Para tal efecto, hay puestos de personal médico dispuestos en las calles, que se resguardan detrás de una especie de biombo. Me pareció entender que hay que pagarlos y que la entrega del resultado es poco menos que inmediata.

Hay también en Wuhan, se puede ver en las imágenes, zonas vedadas al ingreso de personas, como los mercados en los que, se cree, nació la Covid-19, como igual barrios enteros en una prolongada cuarentena.  Y sobre el aeropuerto, se ve que la gente aborda los vuelos, tras pasar cantidad de filtros, esta vez sanitarios, que se suman a los normales que ya existían (aquellas muy drásticas que surgieron tras los atentados del 11-S, que tampoco van a desaparecer). Más las limitaciones que asumen quienes viajan, porque, una vez en sus destinos, deberán someterse a confinamiento antes de que les abran la puerta en los lugares de llegada.

¿Qué supone todo esto? Que las fechas con las que nos movemos sobre el confinamiento son apenas parte de todo un engranaje que supone el regreso a la (me cuesta decirlo) normalidad. Es decir, estos cursos de “pico y género” y “pico y cédula” serán el aprendizaje para nuestro nuevo ejercicio diario. ¿Por cuánto tiempo? Ni idea. Váyase acostumbrando, mijo, decían mi mamá y mi abuela. Sí señoras, les vuelvo a decir hoy.  Y,  para cerrar, tenía en salmuera desde hace días este homenaje a un colombiano del que me siento orgulloso.

EL BUEN NÉSTOR. En estos momentos difíciles, si algo merece figurar como opción es la esperanza. Tengo la mía y me aferro a ella. Esa persona es Néstor Julián Vélez Grisales. Él, caleño, nos dio hace unas semanas lecciones de muchas cosas que el paso del tiempo se ha encargado de ratificar, una a una.

Néstor es el estudiante colombiano que decidió quedarse en Wuhan, China, punto de partida de la ahora pandemia de coronavirus. Como recuerdan,  él se negó a volver a Colombia en el avión dispuesto por el Gobierno Nacional para repatriar a compatriotas que se encontraban en esa ciudad.

Quería quedarse y lo hizo. Con argumentos que  algunos vieron como discutibles y temerarios. Es más, por poco lo tildan de ser agente  de propaganda al servicio del ´régimen´ chino. Valga decir, en un mundo bastante escaso en materia de democracia, comenzando por la República Popular China y siguiendo con… (mejor, dejemos ahí)

¿Y qué fue lo que dijo entonces Néstor Julián en entrevistas que se pueden encontrar en diferentes portales? Primero: que no volvía a Colombia porque le debía agradecimiento a un pueblo que le había abierto las puertas para que se formará profesionalmente.  Y si hubiera dicho además (no lo hizo) que se había marchado por no encontrar facilidades para estudiar en una universidad en Colombia, no habría mentido. Como lo pueden atestiguar cientos de miles de jóvenes colombianos que no tienen acceso a la educación superior por no tener con qué pagarla.No me digan que aquello, agradecer a quienes le abrieron las puertas con una beca, no es un gesto digno de ponerse de pie y aplaudir.

Luego explicó que no volvía a Colombia así, de manera apresurada y fruto de las circunstancias, para no convertirse en eventual fuente de contagio nuestro. Más allá de que no presentara algún tipo de síntoma. No me digan que semejante muestra de responsabilidad no amerita asombro y admiración.
Pero además de eso, como  ciudadano que es, Néstor Julián tenía muy claro qué estaba pasando y qué podía pasar en Wuhan.
Era consciente del desarrollo y los efectos de la hasta entonces  epidemia y conocía su dimensión en número de infectados, atendidos  y casos fatales.
E, igual, era testigo de la decidida tarea de las autoridades chinas para neutralizar el virus.

En otras palabras, Néstor Julián conocía y entendía de un proceso que llegaría a buen puerto, como todo parece, pese a la tormenta que el mundo veía desde fuera. Wuhan es hoy ejemplo de lo que todos debemos hacer, con disciplina y solidaridad como puntas de lanza.
Néstor no fue visionario, simplemente entendió cómo funcionan los valores y principios en la cultura milenaria en la que habita. De ahí su confianza hacia ella.

Pese incluso a que desde Colombia le quisieron mostrar otra realidad, muy diferente  a la que él mismo estaba viviendo. Y de que buscaran convencerlo de supuestas violaciones a sus derechos de movilidad y libre albedrío, cuando en realidad, como millones de personas en esa ciudad, el  guiaba por el sentido común para cuidar su propia salud y, con ella, la de los demás.

Néstor  tiene 20 años. Por eso, por tener 20,  también intentaron descalificarlo, cuando le preguntaron si sus padres aprobaban su decisión (aunque no descarto que haya hogares en los que se les  prohíba a los hijos ser ciudadanos a los 20, ¡y a los 18! ).

Espero que el buen Néstor esté bien hoy y que el método chino haya propinado la primera y auténtica derrota al coronavirus. Y también, que el ofrecimiento de esa República Popular a Italia y España de brindar ayuda permita otra victoria de la humanidad en esos dos países tan agobiados hoy por el Coronavirus.
Ojalá vuelva usted Néstor algún día a Colombia a darnos más lecciones de  templanza y gratitud. Mejor dicho de la sobriedad, la moderación y el equilibrio que usted transpira y que tanta falta nos hacen en este momento.

Mientras tanto, dígale a este, su país, los riesgos que corremos si no tomamos conciencia de que esto del nuevo coronavirus tiene una sola salida: el cuidado de cada uno de nosotros para evitar el contagio. Si lo desea, disponga de este espacio. Cuídese y lo mejor para usted y quienes lo han arropado, y lo van a seguir haciendo, allá en Wuhan.

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Martes, 7 de abril. Mascotas y bichos

Hola. Lo único que encontré de nuevo esta mañana, diferente de las cifras de avance de la pandemia, cada vez más preocupantes en los Estados Unidos y en países de América Latina, y del vaso medio lleno que significa la cifra de recuperados (en la que casi nunca nos detenemos) fue el de la probable transmisión del virus por parte de humanos a mascotas animales. 

 Y si no lo dijera quien lo dice: El País de España, además de hacerlo con las suficientes fuentes de respaldo que caracteriza su ejercicio periodístico, no me preocuparía. Que, igual, no voy a hacerlo más de lo necesario. Porque, paréntesis, si de algo debemos de cuidarnos por estos días, aparte del nuevo coronavirus, es de no preocuparnos por aquello cuya solución no está en nuestras propias manos.  

Lean esto: “El nuevo coronavirus ya ha dado un triple salto mortal en el imaginario colectivo: desde un murciélago chino habría pasado al pangolín, del pangolín al ser humano y, en su más reciente brinco, del humano a los felinos y a los perros. Es un viaje verosímil, con varios saltos entre especies en tiempo récord, pero la realidad es que los científicos todavía no tienen certezas. Es solo una hipótesis, como casi todo lo que rodea a un virus que oficialmente no existía hace apenas tres meses”.

¿Qué pasó? Que, en diferentes partes del mundo, hay señales de que algunos animales podrían adquirir el virus. Ojo, dije “algunos” y dije “podrían”, lo cual no lo hace confirmado. Pasó, dice el artículo de El País https://elpais.com/ciencia/2020-04-07/dos-perros-un-gato-y-una-tigresa-los-inquietantes-saltos-del-nuevo-coronavirus-a-los-animales.html, con una tigresa malaya del Zoológico del Bronx, en Nueva York. Y están en observación “otra media docena de tigres y leones con síntomas”. En Hong Kong dieron positivo un pastor alemán y un pomerania. Después, en Bélgica, un gato, más otro felino en la misma Hong Kong. Todo indica que fueron contagiados por sus dueños o por quienes cuidan de ellos. 

Los chinos, que marchan a la delantera en la Covid-19, como víctimas, primero, y como solucionadores también, ya inocularon el virus directamente en la nariz de animales de diferentes especies, dentro de un laboratorio de alta seguridad y como parte de las investigaciones que hay que hacer. Su diagnóstico: el virus “se replica mal en perros, cerdos, gallinas y patos, pero lo hace de manera eficiente en hurones y gatos”.

Acabo de mirar a mi gata (‘Graná’ se llama) con algo de desconfianza, pero ella, como dice un poeta colombiano ‘hace un gesto y oronda se va’. 

¿Por qué los gatos? Los chinos dicen a los animales inoculados se les sacrificó luego y se halló que “el virus fue capaz de multiplicarse en su tráquea y en su garganta, pese a que ninguno tuvo los síntomas típicos de la enfermedad”, aparte de contagiar a un gato sano que estaba en la jaula de al lado. Pero, para que nos quedemos relativamente tranquilos, la Asociación de Medicina Veterinaria de EE.UU. ha expresado su escepticismo sobre esos resultados porque, dice, esos animales fueron infectados a propósito y no resultaron con el virus en condiciones naturales”. 

Lo dicho, no hay que preocuparse más de la cuenta (y quienes sí deberían estarlo son los gatos e, incluso, los perros. Y a propósito de perros, nos ha escrito esta, su vivencia y la de su mascota, Vladimir, viajero y andarín. Ahí se las dejo. Abrazos y hasta la próxima (si la hay…)    

RAMONA, EL COVID Y YO  Me siento reconfortado, optimista y tranquilo, este COVID me ha regalado unos asuntos fascinantes, me ha llevado a un estado de quiebra repentino, ha fortalecido mi relación con mi perra Ramona, y ha despertado en mí una serie de talentos para los menesteres del hogar insospechados. 

Y empiezo por ahí, por la cocina, es una maravilla, aquel día, saturado por el menú repetitivo al que nos sometió el COVID, tome las riendas y en un acto de rebeldía dos cebollas rojas y dos tomates se convirtieron en mi ENSALADA BOLCHEVIQUE. Aclaro entonces que ese nombre proviene del tono rojo profundo resultante y no porque sea comunista, más bien porque mi ENSALADA BOLCHEVIQUE me trasladó dos años atrás a esa RUSIA maravillosa que caminé y que recorrí, esa RUSIA milenaria de PEDRO EL GRANDE y de potentes construcciones arquitectónicas. Esa MOSCÚ que extrañamente convirtió sus museos en estaciones de Metro, ¿o lo contrario? No lo sé, esa RUSIA que me vio deleitarme con aquel pase de JAMES a CUADRADO sin levantar siquiera la cabeza para sellar el más delicioso 3 a 0 frente a Polonia, y luego, a la mañana siguiente comerme un fantástico khachapuri, pan propio de la cocina de Georgia. 

Pero vuelvo a mi encierro, mi esposa alabó mi ENSALADA BOLCHEVIQUE aunque acto seguido me reclamó por no haber encontrado su Torta de Amapola lo cual es humanamente imposible para estos días. Mi ENSALADA BOLCHEVIQUE tuvo un particular efecto en ella, se contagió de comunismo, pues hoy me confesó que se abstuvo de comprar un vino porque le parecía injusto esta acción con aquellos que no tienen ni para el agua y entonces aquí es donde me confieso: Sí, soy comunista y mi plan funciona a la perfección, bueno, al final con el COVID encima no importa si soy comunista, capitalista, fascista o cualquier otra ista, este es un asuntito serio.

Pasando por los días de confinamiento tuve que fijarme en el comportamiento de nuestra perra, ‘Ramona’ se llama, aclarando que no soy partidario del contemporáneo culto desenfrenado a las mascotas, descubrí su increíble lealtad, en cada loco y agitado desplazamiento que hago entre la habitación y la sala, el comedor y la cocina, el patio y el garage. Y cuando viajo del segundo piso al primero y viceversa siempre está ahí, es impresionante. Cuando me siento a escribir se posa a mi lado y en muchos otros momentos me ha estirado la pata derecha para que la acaricie, percibo que la desespera más el encierro a ella que a mí, pues como lo dije al principio sigo reconfortado, optimista y tranquilo. 

Ayer la miré fijamente un par de segundos y pensé qué efecto habría tenido en ella mi ENSALADA BOLCHEVIQUE, y me causó risa imaginar cómo se comportaría una mascota comunista, concluyendo que tal vez me estiraría de ahora en adelante su pata izquierda para pedir mis caricias. 

Por lo pronto les cuento que estoy quebrado, el COVID logró que mi negocio frenara bruscamente, los carros con los que traslado niños y niñas de sus casas a un prestigioso jardín Infantil de la ciudad reposan en un parqueadero al que, de cuando en cuando voy para darles un estartazo de encendido. Los noto (a los carros) deprimidos, sobretodo cuando me alejo de ellos, y por sus exostos siento un tufillo de tristeza por la falta de acción, pues lo de ellos es andar por el mundo libres.  Siento que el encierro los desespera más que a mí. La parte complicada de mi quiebra es que tuve que desligar de su trabajo a dos seres humanos que dependen del funcionamiento de mi negocio, utilizando la figura de FUERZA MAYOR no pude sostener sus empleos, y es real. Eso sí me atormenta y me saca de mi confort, y de mi optimismo y de mi tranquilidad, lo que me confirma la sospecha de que soy comunista pues me preocupan más ellos que yo mismo, y por ellos y por muchos otros en su misma situación anhelo seriamente que esto pase pronto. 

Abrazos y quédense en casa.

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Lunes, 6 de abril. ¿Usted sigue siendo el mismo? 

En el fin de semana tuve muchas alegrías. La primera de ellas, saber que mi familia  (bastante grande, por demás) y mis amigos andan bien de salud. Otra, ver a mi hijo menor, de nueve años, jugar solo, sin consejeros, por primera vez al ajedrez, aparte de haber conseguido su primera victoria (yo fui la víctima, lo que tampoco es difícil). Y una más, comprobar que las curvas de la pandemia en Italia y España comienzan a bajar, tras haber alcanzado el que parece ser el pico de su crecimiento de cada uno de esos países. Eso  nos deja como enseñanza que el único camino cierto por ahora es el confinamiento o lo que más se le parezca. Por ello, las decisiones en estos tiempos no pueden ser netamente políticas y/o económicas, sino también científicas. 

Hoy quiero compartir alguna inquietudes que expuse además en mi columna semanal del diario El País de Cali, pero que me tomo la libertad de ampliar aún más en este espacio.  He llamado a este texto ‘El test de Ferriss, para hacer referencia, ya lo verán, a quien me ha llamado la atención sobre temas que, quizás, en otro momento de la vida hubiese dejado pasar de largo. 

Ocurre que días antes de vernos obligados, por el bien a todos, a este necesario encierro, había tropezado yo con un libro de esos que uno pone a un lado, ni siquiera en lista de espera.  Es un hecho que leemos solo lo que se nos viene en gana (menos cuando nos vemos forzados), Y, como lo he dicho varias veces, las lecturas y el placer que ellas suscitan son tan íntimas como el cepillo de dientes. 

Se titula ‘Mentores’ (Planeta, 2019) y quizás lo que me generó cierto grado de prevención en su momento fue la etiqueta de  “Consejos de vida de los mejores del mundo¨. De ahí saqué el físico prejuicio de que tenía ante sí un texto de autosuperación, filosofía contra la que no tengo nada. Sí, contra quienes han hecho de ella una bandera para atrapar ingenuos y forrarse en plata. 

Su autor es Tim Ferriss, a quien no conocía (mil perdones le ofrezco a  él y justificación no tengo), estrella mundial de los emprendedores, eso mismo de lo que nos andamos graduando en estos días los seres humanos, más allá de que lo reconozcamos o no (mejor, si lo hacemos).

Bien, el texto de Ferriss es, antes que nada, un ejercicio de fe y de confianza en sí mismo. Comienza por enviar un cuestionario de once preguntas a personas muy conocidas de todo tipo de  actividades, sobre temas que parecieran de poca importancia, pero que definitivamente no lo son. 

Figuran entre los interrogados: David Lynch, el director de cine, hasta la tenista María Sharapova, pasando por Daniel Ek (“la persona más importante de la música”, según Forbes), el célebre presentador de televisión Larry King y decenas más .
Por ejemplo, ante una pregunta sobre cuáles son los cambios en creencias, hábitos y comportamientos más notables en los últimos años. Algunos contestaron así:
“Creer que estoy en un momento de la vida en el que hacer que los demás triunfen sin mí es lo más importante que puedo hacer”: Ray Dalio, presidente de uno de los más  grandes fondos de inversiones del mundo.
“ (consultar) Google Scholar, es como Google, pero solo busca estudios académicos y científicos. Así, cuando quiero saber algo, en lugar de leer cualquier noticia sensacionalista, puedo acceder a lo que la verdadera ciencia dice”: Joseph Gordon-Levitt, actor de cine y televisión.
“…a los 45 años (…) tuve una hija. (…) veo a mi hija hacerse adulta y me veo a mí hacerme mayor con un estilo de vida que me hace sentirme joven. Ahora sé que la maternidad es otra manera de mantenerse joven”: Aniel Gregorek, deportista polaca asilada desde 1986 en Estados Unidos, ahora es escritora y traductora.
“…descubrir el budismo, que es más que una religión; es una forma de vida muy gratificante”: Greg Norman, uno de los mejores golfistas de la historia.
“Gratitud. Cuando era joven, no es que fuera “desagradecida”, pero nunca me paraba a pensar en todo lo bueno que tenía. Ahora doy las gracias todas las mañanas, todos los días…”: Turia Pitt, sobreviviente a un incendio en área rural que le dejó quemaduras en el 64% de su cuerpo. Una de las figuras públicas más reconocidas en Australia.

Sin embargo, estoy seguro de que si Ferriss se tomara el trabajo de volver a interrogar a todos los personajes de su libro ahora, en medio de la situación actual, muchas de las respuestas cambiarían. Ellos, los entrevistados, eran en ese momento hijos del momento que vivían, en la mayoría de los casos, qué duda cabe, con cargos de alto nivel asegurados, tanto como sus ingresos, claros proyectos de inversiones, planes de vacaciones y mínimas preocupaciones sobre su salud y la de los suyos, más allá de alguna excepción. Hoy, ellos y nosotros somos hijos de otro momento de la historia, la vida nos cambió como nunca antes.  

Me voy a tomar la licencia, con el permiso de Ferriss, de cambiar la temporalidad y algunas otras cosas de sus preguntas, para ajustarlas al momento actual con el fin de hacérmelas a mí mismo, aparte de sugerir que se las hagan ustedes mismos:  

1. ¿Cuáles son los libros que más obsequiaría a partir de hoy ?, ¿y cuáles cree que son los que en realidad más han influido en su vida?

2. ¿Qué compra de $100.000 (cien mil pesos) ha impactado positivamente su vida en el último año?

3. ¿Cuál es el fracaso en su vida del que más ha aprendido y por qué? 

4. Si pudiera hoy tener a disposición una valla publicitaria gigantesca para enviar un mensaje a millones de personas , ¿qué les diría y por qué?

5. ¿Cuál son las tres más valiosas inversiones que ha hecho en su vida? (Puede ser dinero, tiempo, energía, etc.)

6. ¿Cuál es el hábito inusual o absurdo al que no está dispuesto a renunciar?

7. En las últimas dos semanas, ¿qué nueva creencia, comportamiento o hábito ha mejorado más su vida?

8. ¿Qué consejo le daría a un ser querido para afrontar el nuevo mundo que muchos pronostican? ¿y qué consejo deberían ignorar?

9. ¿Cuáles son las malas recomendaciones que ha escuchado en los últimos días? 

10. ¿A qué tipo de distracciones, invitaciones y similares está dispuesto a decir no, porque ya no le interesan?

11. En estos días, cuando se ha sentido abrumado o desconcentrado, ¿qué ha hecho y le ha funcionado? 

Escríbanos y quédese en casa, es por el bien de todos.

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Sábado 4 y domingo 5 de abril. Madrid. 

Tuve un sueño ayer. Un sueño largo, como la noche. Estoy en Madrid. Mejor, no estoy en Madrid sino que ando en Madrí, como solo los madrileños saben decirlo, Madrí, así, a secas. Bajo las escalas de la estación de Metro de Ciudad Lineal. Son casi las doce del mediodía de un sábado 4 o de un domingo 5 de abril de un año cualquiera. El cielo es de primavera. Hay gente que desciende conmigo y gente que sube a contrapelo. Por alguna extraña ley física, como si fuese un hormiguero en ebullición, no chocamos entre nosotros, nada más que extraños. Ni tropiezan tampoco entre sí los bultos que, sin excepción, llevamos a mano. Ya sea los diarios a medio terminar de leer o las barras de pan envueltas en papel. O la bolsa del súper en la que bailan, juntos, un pedazo de torta para acompañar el café y una libra más de café para que nunca nos falte el café. O el saco de lana (el jersey, como le dicen) o la cazadora (chaqueta, para nosotros).  O todo aquello que sirva para matar el fresco que vendrá con la noche.

Tomo un tren aunque en realidad me sirve otro. Voy a la parada ‘Antón Martín’, por los lados de Atocha. Lo hago a propósito. Me encanta perderme en el Metro. Soy, lo confieso, un metrólogo de Madrí. Una vez trepo en ese gusano lleno de vida que es el sub, busco siempre un lugar: ese que está junto a la puerta del fondo del vagón. Allí me recuesto sobre una pequeña saliente que, a manera de silla,  casa perfecto con mi espalda. Voy algo así como de pie y sentado a la vez. Desde ahí también veo pasar a Madrid. En la señora, o el señor, o la chica o el chico, que se fugan de sus obligados compañeros de viaje a bordo de las páginas del libro que ahora devoran. Procuro no hacerme a los nombres de los textos y sus autores. Siempre me ha parecido que la lectura es como el cepillo de dientes. 

Apenas vuelvo a ver de nuevo el cielo (esta vez es azul como nunca), el olfato me recuerda que ando en Madrid, y que estoy en Antón Martín. Huelo horno de pan de la pastelería de al lado de la calle, y sus vitrinas me antojan. Los bizcochos tienen tan buena cara (bollería le dicen allí) que merecen el buen trato que ahora les da la niña que me atiende. Uno a uno van parar a esa caja de cartón que luego anuda como si fuera para regalo de la Navidad. Regreso a la calle  y me llega entonces, franco, el olor a mercado fresco. Como aún tengo tiempo, bajo hasta ese sótano donde conviven pescaderías y carnicerías cada una de ellas a salvaguarda de su territorio. Me paro con gusto a ver gambas, sepias y chipirones que parecen mirarme sin pestañear, antes de fijarme en los anchos y gruesos chuletones, que hacen ver minúsculos entrecots y solomillos. Antes de largarme, con una tajada de membrillo que acabo de comprar y que me recuerda al bocadillo de mi tierra, arranco , sin  que lo note la doña del puesto, una ramita de romero, y me voy feliz con su aroma en nariz.  

Paro, siempre paro ahí, ante el monumento de los abogados de Atocha, y me parece que cada vez están más abrazados, más juntos, más inmortales, para pesar eterno de quienes los asesinaron hace 43 años.

Estoy a dos calles (o a dos cuadras de mi primer destino), pero bien vale una escala más. El menú del restaurante ‘La Sanabresa’ anuncia sus especialidades del día. Son al menos doce entradas en oferta, entre las que, si pudiera, me quedaría con los espárragos a la plancha con mahonesa o con la ensalada mixta. Más otros doce segundos platos, al menos, entre los que, si fuese hoy, elegiría los anillos de calamar rebosados o la lubina a la plancha. Y claro que diría sí al flan y al vino con gaseosa casera. Y cómo no, al café americano. Son 11 euros y 50 céntimos, reza el garabato puesto en el papel. “Gracias, hasta la próxima, amigo”, dice el camarero  mientras recoge el dinero, con mi propina (siempre tan pobre pero tan cariñosa). Él, mi amigo , el camarero aquel de toda la vida y su espeso bigote que siempre debe haberlo acompañado, quizás desde el día de la primera comunión.  

Ahora sí, queridos Paco y Ana (Ana y Paco) estoy a tiro de piedra. Voy a tardar otros dos minutos porque solo sé llegar por la calle de Santa Polonía, y me parece que esa no es la vuestra. Y creo que el número del portal es el 7. Me queda llamarte por teléfono o esperar una involuntaria señal tuya, Paco. Me quedo con la segunda. Por la ventana sale entonces esa voz tan tuya y ese acento tan madrileño, también tan solo tuyo, hablando por el móvil. Y pincho entonces el botón del que, supongo, es tu piso, para que me digas ‘¡pasa!’, como si supieras que soy yo. Subo cada escalón de esos de madera, siempre lustrosos, hasta llegar a tu puerta y entonces abres y me dices ‘Hola, hermanito, para qué te pones a traer cosas’. Y Ana viene y me pega dos besos de esos sin carmín que no se borran jamás. 

Y me siento en el sofá de toda la vida con vosotros a hablar de lo que nunca dejaremos de hablar, mientras allá en la cocina los garbanzos, el jamón y las especias espesan junto al amor que nunca os falta para mí y para toda mi familia. Entonces, comemos y, por orden de Ana, volvemos a comer. Y bebemos y, por orden tuya, volvemos a beber. Y hablamos y, sin órdenes y por acuerdo común, volvemos a hablar. Y después del café y las tortas, salimos para Las Ventas, donde habita nuestra pública intimidad con el arte y la bravura.

Luego, ya noche, vuelvo a pie hasta mi casa en la calle Pastrana, que es la de mi hermano Andrés, esa que tomado por las buenas desde hace unos años. La casa del buen Andrés, el de Manizales y el de Madrí, y de sus dos niñas, cada vez más grandes hasta hacernos ver más viejos, al menos a mí. 

Son ya las once de la noche, pero para Andrés y para mí es una dicha que falte tanto antes de amanecer. Mientras él hurga en la red recetas con la curiosidad de un gato y las pone en práctica, sin permitir que yo toque los fogones, nos contamos de nuevo nuestras vidas. Con asombros mutuos y preguntas que nos obligan a rodar todo desde el principio, que es cuando aparecen los detalles inéditos que cambian los finales. Ya muy tarde, te fundes como un bombillo que se apaga y te quedas como muerto, sentado, igual si estás en el comedor o en la cocina. O en algún sofá de esa casa tuya que parece estar hecha solo para dialogar.   

Yo, hecho polvo también, me voy a la cama. 
Ahí, despierto y compruebo que ya son 4.723 los fallecidos en Madrid (la que amo, tanto como a mis amigos), Y que son 11.744 muertos en toda España a la fecha. Todos nos duelen por igual. Culpa de este maldito bicho que ahora ya se ha cargado aquí, en Colombia, veo en el registro más reciente del Instituto nacional de Salud, 32 de los nuestros. 

Entonces escucho por teléfono la voz vez de mi hijo Daniel, desde su confinamiento allí, en la Comunidad de Madrid: “Papi, esta es una tragedia que se sufre, pero de la que debemos aprender lo que ellos nos enseñan: no se llora, se resiste, siempre en primera línea”. 

 Fuerza Madrí. Fuerza Colombia.

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Viernes, 3 de abril. Adiós al fútbol.

Me voy del fútbol. Le digo adiós. En medio de este encierro, acabo de tomar esa decisión, que ya venía madurando. Es irreversible, se lo he dicho a mi compañera (desde hace una semana dejé de llamarle mi mujer)  y a nuestro hijo, en mi caso, el menor. Ya se enterarán los demás, y mis nietos. Por ahora, ella y él  me han mirado con ojos de incredulidad y una pizca de recóndita esperanza sobre que mi voluntad sea cierta.  

Sí, me voy. Aunque ya me había ido hace poco más de 25 años, en la madrugada misma de aquel 2 de julio de 1994 en que narcotraficantes disfrazados de apostadores (¿o era lo contrario, o ambas a la vez?) mataron a tiros a Andrés Escobar Saldarriaga en Medellín. Esa vez sonó el teléfono a la hora en que jamás sonarán las teléfonos para dar buenas noticias: antes de las seis de la mañana de un sábado. 

  • Mataron a Andrés, jueputa”, me dijo sin saludarme Juan Carlos Pinzón, periodista con quien compartía el equipo de la oficina del diario El País de Cali en Bogotá. 
  • ¿A Andrés..? titubee entre dormido y asustado.
  • A Andrés Escobar, jueputa, exclamó de nuevo.Juan Carlos.
  •  Jueputa, dije yo, y nos echamos a llorar juntos

Y ahí, frente al teléfono descolgado, juré no volver al fútbol. Y no cumplí. Volví, presa de la adicción, unos meses después y me quedé a vivir en su seno durante todo este tiempo, consumiendo partidos que ni siquiera eran los míos, porque uno tiene un solo equipo. Lo otro, tener equipo en España, otro en Inglaterra, uno más en Italia y el de ley en Argentina, más probablemente uno en Paraguay, no es más que visaje, arribismo y complejo de inferioridad. Digo yo.

Como conté arriba, ya venía tocado desde hace un tiempo cuando supimos que el valor de los derechos deportivos de un tipo que le pega patadas a un balón (buenas patadas, quiero decir, pero nada más que patadas) rondó los 100 millones de euros. Pero luego esa cifra se hizo tan chica que pasó a ser anécdota. Vean esta lista de los más caros de la historia, todos de estos últimos años.

1. Néymar (PSG de Francia): 222 millones de euros.

2. Mbappé (PSG de Francia): 180 millones de euros.

3. Coutinho (Báyer de Múnich): 120 millones de euros.

4. Joao Félix (Atlético de Madrid): 126 millones de euros. 

5. Cristiano Ronaldo (Juventus): 112 millones de euros. 

6. Dembélé (Barcelona F.C.): 105 millones. 

7. Pogba (Manchester United): 105 millones

8. Bale (Real Madrid): 101 millones

9. Hazard (Real Madrid):  100 millones de euros. 

Pero la suma de esas transacciones tan mentadas (cuántas cosas urgentes podríamos comprar con esa misma plata) a las que se juntan  miles y miles a diario en todo el planeta, son nada más que calderilla (monedas) frente al estimado del dinero que mueve ese negocio hoy por hoy. O que movía hasta hace quince días. Lo confesó nada menos que el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, ante otro tipo tan poderoso como él, su homólogo Donald Trump, cuando,  zalamero y mentiroso, le mostró la supuesta trascendencia del fútbol en los Estados Unidos (“una gran potencia en el fútbol mundial”), para enseguida agregar que “El fútbol da alegría y esperanza para millones de personas en todo el mundo y genera 200 mil millones de dólares al año”.

¿Cuánto ha dicho usted, señor Infantino? ¿200 mil millones de dólares al año? Ah bueno, no marcha nada mal la cosa. Bastante dinero es ese con el que, según usted, se nos brinda a los terrícolas “alegría y esperanza”. Le propongo que dejemos de lado la alegría (que factible es dar alegría, no lo puedo negar, en la amplia gama de definiciones y de representaciones que tiene el término) y nos detengamos en lo otro, en eso que usted llama “dar esperanza”. 

¿Esperanza de qué carajos concretamente nos brinda el fútbol a los humanos, no el deporte sino el negocio que usted maneja, señor Infantino? ¿Hay algo, de tanto dinero, que le corresponda, por ejemplo, a la investigación y a la ciencia? ¿Al menos, a la deportiva? ¿Cuál es la suerte de esa plata, señor Infantino?, ¿dónde va a parar, así sea el suyo y el de sus amigos un negocio privado, sostenido, ya lo sabemos, por millones de hinchas y cientos de patrocinadores?

Pero vámonos a este momento que vivimos: de su inmenso capital, ¿de cuánto ha dispuesto la próspera industria del fútbol para ayudar al mundo en la actual crisis surgida por la pandemia que nos asuela? ¿Mucho, algo, poquito, nada…?. ¿Dónde están aporte y donaciones? 

No lo sabemos, pero usted lo puede aclarar. Lo que sí sabemos es que hay un plan para “normalizar” lo más pronto posible la actividad del fútbol mundial, tan pronto salgamos de esta. O incluso, antes. En el orden de sus cosas, ¿se pretende anteponer intereses económicos a la salud de la humanidad, comenzando por la de los propios futbolistas y demás protagonistas: árbitros, recogepelotas, miembros de los equipos de televisión y demás, que podrían convertirse en nuevos agentes de contagio?  Eso, señor Infantino, sería repugnante, casi que criminal. 

E igual, ya está bien el grado de idolatría al que nos ha llevado este multimillonario mundo del entretenimiento, capaz de convertir en los medios, por ejemplo y como pasó en estos días, a Lionel Messi en Ernesto ‘Che’ Guevara, por haberse rebajado el 70% del salario de muchos ceros que gana en el Barcelona F.C.  ¿Cuántos catalanes (como él, que se siente catalán) y cuántos argentinos (como él, que se siente argentino) andan enfermos y sin respiradores, o se han quedado sin empleo y sin con qué llevar pan a sus hogares, y no son portada de revistas ni periódicos, para que a este futbolista se le llame dizque “revolucionario» y se le dé semejante despliegue? Menos mal no donó el 75%, porque le ponen Jesús Cristo y le levantan templo, como a Diego Maradona.  No tengo nada contra ellos pero si hablamos de ‘revolucionarios’ ahí tienen a George Weah (el futbolista, ya veremos cómo le va de político) a Juan Mata o a  Sadio Mané, quienes han destinado gran parte de sus capitales a causas sociales.  

A ese fútbol, al que solo vive del oro y para la explotación, no volveré, les aclaro a mi compañera y a toda la prole. Como tampoco es justo, para hablar de Colombia, que el fútbol profesional solicite  ayuda estatal. Ni le corresponde al Gobierno Nacional, bastante ocupado en la tragedia que vivimos, ocuparse en  gestionar créditos financieros para esa organización. Mejor que el presidente de la Dimayor, Jorge Enrique Vélez, haga cola en los bancos, como nos toca a todos, y tome de paso un curso de humildad y buenos modales. Y que tampoco anden pidiendo plata algunas iglesias, con pastores a la cabeza mal disfrazados de ovejas, porque les asoman, más que las orejas de lobo, la  avaricia y la codicia.   

Prefiero volver al fútbol del pasado, cuando los jugadores eran de carne y hueso, y vivían, si no a la vuelta de la esquina, en el barrio de al lado (y evocar  recuerdos como el que compartiré aquí en unos días sobre Amadeo Carrizo). Y tiempos en que los dirigentes tenían plata, pero no nadaban en esas fortunas que hoy los hacen  lo que cada vez más son: una familia.  

Y la gente iba al fútbol, pero tenía muy claro eso que olvidamos con el tiempo y que hoy la vida nos recuerda a bofetadas, en frase de Santiago Moure: «Un médico es más importante que un futbolista; y un hospital, más urgente que un estadio».    

Punto y aparte:
No olvidemos a nuestros hermanos ecuatorianos. Esto nos dice una amiga comunicadora por WhatsApp, desde Quito, con información de su familia:
En Guayaquil “…está terrible. El conteo de las personas fallecidas es incierto porque hay mucha gente muriendo pero como no se hicieron el examen de Covid (sic) no entran en el conteo. Por la ley de comunicación, los medios no pueden dar otra información que no sea autorizada por el gobierno.

Mi mamá está bien en casa de XXX con los niños que cuida. Se quedará allá hasta que termine esta situación ya que no alcanzó a venir a Quito. Lastimosamente ya han muerto varias personas conocidas amigos de mi papi, periodistas y familiares de amigos. Por favor, quédense en la casa»: 

Hasta mañana. Escríbanos, por favor.  

* * *

Jueves 2 de abril: Conchita.

“Nos enfermamos mi marido y yo al mismo tiempo más o menos. Empezó con dolor en el cuerpo, dolor de cabeza, como si fuera un dengue. Sin embargo empezó la fiebre y, para resumir, tuvimos 15 días de fiebre. Llamé al 15, el número que da el gobierno acá. Me explicaron, me hicieron todas las preguntas, y me dijeron ‘no señora, vaya consiga un médico por internet cerca de su casa, y vaya para que se le baje la fiebre’. Eso hicimos y ese médico muy bueno sintió algo en mi pulmón. Y tuve todos los demás síntomas: pérdida de olfato, de gusto, ningún apetito, diarrea, que no se menciona, pero que también es uno de los síntomas.

El médico me mandó una radiografía de pulmón y confirmó totalmente el cuadro de coronavirus, pero no grave porque no tuvimos insuficiencia respiratoria. El médico me dio antibiótico preventivamente. Incluso sin haber visto la radiografía, y luego nos dijo ‘ a tener paciencia, quédense encerrados, sigan tomando Dolex, y esto a pasar unos tres o cuatro días. Pero ¡fueron 15 días con fiebre! No tuvimos tos. Pero fue horrible. Ahora estamos completamente recuperados y felices de estar encerrados y de no estar en la calle donde uno pueda atrapar esa cosa tan horrible de coronavirus” .

Es Conchita Penilla desde el lugar de Francia donde habita con su marido. Espero que vayas mejor y que todo no haya sido más que un  susto para ustedes, aunque la otra huella – la mortal que cada vez es más grande en ese país, como lo es en casi toda Europa y en los Estados Unidos -, esa huella, no se borrará jamás. 

Podría decir en este nuevo día de cuarentena que Conchita es periodista, pero me quedaría corto. Conchita es, al menos para quien escribe, el periodismo mismo. Ese periodismo que hoy vemos agonizar, no víctima del Coronavirus, sino a causa de muchas necedades juntas. Una, la de quienes asaltaron con plata los medios para convertirlos en uno más de sus boyantes negocios, hasta el punto de que las salas de redacción parecen unas sucursales más de esas oficinas bancarias que tan millonarios dividendos les dan a cambio de tan poco esfuerzo.

Sorprende en ellas, en las salas de redacción actuales, el silencio total y la mayor discreción. Más, la aparente asepsia. Parecen claustros destinados a la sumisión y a la obediencia. Aunque no siempre les funciona esa política a sus nuevos dueños porque siempre hay, y habrá, ovejas descarriadas, capaces de ponerlos en entredicho, incluso a costa de que las echen a la calle, con cualquier pretexto: reingeniería, reestructuración, reajuste, reacomodo, revisión y similares. Todo, menos lo que también es parte de esa verdad: retaliación. Y los echan, y nos echan, de cualquier manera: por carta, por correo electrónico, por teléfono,  o por WhastApp. Aunque a veces se toman el trabajo de llamarnos a la oficina de alguien que expresa “de la manera más sentida y conmovedora” como contaba, no sin ingenuidad en estos días una colega, “la falta que nos vas a hacer”. 

Pero también, y lo sabes bien Conchita, somos culpables nosotros, los periodistas. Por habernos ido a vivir en una zona de confort en la que mirábamos desde, supuestamente, arriba lo que, supuestamente, sucedía allá abajo.  Y tampoco quisimos advertir los pasos de animal grande que sentíamos, como lo dice Diego Salazar en su “No hemos entendido nada” que, creo, se puede leer casi completo en la red:

“…durante mucho tiempo los periodistas hemos vivido en una absurda superioridad moral frente a la audiencia, al público al que servimos. Creo que durante mucho tiempo los periodistas hemos visto por encima del hombro a nuestra audiencia. Eso evidentemente ya era un error en el mundo offline y en el mundo online es directamente una estupidez, porque una de las cosas clave que han cambiado es la relación que existe entre el medio y su audiencia”
, dice Diego. 

Entonces, ahora no hay otra que buscar alternativas para sobrevivir, esas mismas que, como dice el mismo Diego: “durante mucho tiempo no vimos porque sentimos que no nos competían, que las empresas para las que trabajábamos más o menos estaban saneadas y el cheque entraba con cierta tranquilidad. Nunca quisimos entender esa parte del negocio y fue una irresponsabilidad, porque ante el cambio de paradigma nos quedamos completamente en bragas (calzones). Si no sabías cómo funciona tu industria, ¿cómo vas a responder? Esto es para periodistas y para personas en mandos de gerencia”.

Y ahora, digo yo, resulta inexplicable cómo en medio de la noticia más grande de los últimos 70 años el periodismo y los medios anden deshaciéndose ante nuestros ojos. 

Conchita, pero así funciona la historia de la humanidad, contra toda lógica. Entonces, como estamos ante el típico problema que no podemos resolver, más bien devuelvo la película unos años y voy a los tiempos en que hacíamos nuestros Sucesos, esa sección de diario de la que eras editora, y jefe mía, disculpa perfecta para salir a la calle a buscar historias (aparte del resto del trabajo que hacíamos de lunes a sábado). 

De ahí nace esta historia: se abría paso a codazos en el país la Constitución del 91. Antes de ella, Colombia había sido consagrada al Sagrado Corazón de Jesús y esa tradición se renovaba un día al año que terminaba siendo festivo. Pero como nos habíamos convertido en un Estado laico, era obligatorio acabar del todo con esa ceremonia (a la que asistía el Presidente de la República, con su gabinete ministerial y otros altos dignatarios). Dicho desmonte trajo consigo un enconado debate. 

Propuse entonces visitar el lugar donde tenía lugar ese solemne acto (la iglesia del Voto Nacional, en Los Mártires. Avenida Caracas con Calle Décima de Bogotá), para contar cómo andaba el lugar. Encontré una iglesia abandonada y casi desmantelada por centenares de indigentes que se habían tomado desde años atrás ese lugar de la ciudad. No olvidaré que el sacerdote nos rogó (al reportero gráfico y a mí) tener el mayor cuidado con nuestras pertenencias al abandonar el templo, mientras cerraba las puertas con cadenas y candados. La conclusión a la que llegué es que mientras la discusión sobre libertades y yugos se tomaba el país, el pobre Sagrado Corazón de Jesús pagaba escondederos para no ser víctima de la inseguridad.

La crónica se tituló ‘Sagrado Corazón de Jesús: en vos, olvido” y quedó lista para publicar en la edición dominical. Pero ese mismo sábado madrugué a otra expedición menos riesgosa a la que Conchita había dado su aprobación: visitar la Hacienda Nápoles (era quizás 1994) del extinto Pablo Escobar Gaviria.  Salí en la mañana y regresé en la noche. Y el domingo, seguro, debí ir a El Campín a ver a mi Santa Fe. Como, felizmente, no existían los teléfonos celulares, jamás supe que desde la tarde del mismo sábado había sido despedido del periódico.

El Director, un tipo encantador, había tomado la determinación luego de que su esposa había visto el titular en el diario (que acostumbraba a circular el periódico del domingo desde el día anterior, luego de mediodía). Ella, la señora, y sus amigas, quizás cuando tomaban el té, llegaron a conclusión de que aquello era poco menos (¿o poco más?) que sacrílego y ordenaron que me llevaran a la hoguera. Así fue, hasta que Conchita, muy temprano el lunes en la mañana, pidió que se reconsiderara la decisión, a partir de un un argumento muy sencillo: “¿Tiene usted la bondad señor Director de leer la nota y luego hablamos?”.

El hombre me llamó horas más tarde para ofrecer disculpas. Conchita había hecho respetar la libertad de prensa y yo mantenía mi puesto para escribir una historia más, la del símbolo del imperio de Pablo cayéndose a pedazos, sin saber que, con el tiempo, su  mala sombra nos cubriría hasta estos tiempos del Coronavirus y quién sabe cuánto más. Abrazos Conchita, cuídese, nos queda mucho por recordar.

* * *

Miércoles 1 de abril: Barrer y hacer de comer

Como diría mi mamá, terminé rendido. Y eso que no toca planchar. O sí, pero ahora no es necesario. Y deberíamos ponernos de acuerdo (entre las muchas cosas que debemos ponernos de acuerdo después del Coronavirus) que el planchado no es importante ni debe ser objeto de atención. Ayer fue el día destinado al aseo de la casa y la conclusión es que esto del trabajo del hogar es mal pago y muy desagradecido.

¿De dónde salen tantas cosas al mismo tiempo: ropa para echar a la lavadora, ropa para colgar en el tendedero, ropa seca para doblar y ropa para poner en su sitio? ¿Y de dónde, tantos platos para lavar? ¿Y cubiertos y ollas, que además se dan el lujo de llevar tapa? ¿Y vasos, que no se bastan por sí solos sino que necesitan tener un hermano mayor, el de la licuadora, en el cual se va todo el jabón y uno corre el riesgo de tajarse los dedos de las manos si se las da de muy minucioso? Y luego hay que secarlos (platos, vasos, y escurrir las ollas, lo que no hago – secar – con la disculpa de que así lo hacía mi mamá).

He hecho la solemne promesa de que si salgo de esta me compro un lavavajillas. Y también, de que buscaré a Manuel Vilas, el escritor español, para disculparme con él, porque nunca creí que lo que dice en Ordesa, su  obra maestra, fuera tan cierto. Y tan profundo. Lean a Manuel:

“Conseguí comprarme al fin un lavavajillas, es una marca blanca, es decir, no tiene marca, pero funciona. Ya no friego los platos. me costó doscientos cincuenta euros.

Madre Wagner (su mamá), tú nunca tuviste lavavajillas. Esto dijo la voz (así llamaba él a su padre en el libro, la voz) cuando levantamos tu casa: “Pero tu madre nunca tuvo lavavajillas, ¿cómo no le compraste uno?”. Todo el mundo tiene lavavajillas ahora. Podrías haberlo tenido desde principios o mediados de los años noventa. que es la fecha – calculo mentalmente – en que se generalizaron los lavavajillas en España. Claro que antes los habría, imagino que desde finales de los setenta y principios de los ochenta, sobre todo en los bares y restaurantes, pero no en las casas particulares. En las casas particulares, en los noventa. Pero tú te tiraste cerca de veinticinco años fregando platos sin necesidad.  

Recuerdo pilas de platos en las comidas de Navidad, que tú lavabas sola, estoy viendo ahora esos platos, cuando ya es demasiado tarde, o las bandejas con restos de canelones agarrados, que había que frotar fuerte con el estropajo para que se fueran; y los canelones aquellos que tanto le gustaban a Juan Sebastián (creo que era su hermano); y había muchos platos y recetas que desaparecieron contigo; y la alegría de aquellas comidas también se esfumó; recuerdo que no te ayudábamos a fregar, como mucho a secar los platos, no te ayudábamos a nada.

Permanecíamos sentados en la mesa, como si fuésemos marqueses. Y ahora sé lo que es eso. Desde que estoy solo (y ahora lo digo yo, respetado Manuel, en plena era del Coronavirus), sé lo que es tener una cocina jodidamente limpia: es un trabajo agotador, es una obra de arte, es algo que nunca termina, porque una cocina nunca acaba de estar limpia.

Puedes dedicar toda una vida entera a tener limpia la cocina, así fue para muchas mujeres. Vivieron dentro de una cocina, por eso miro mi cocina de Ranillas (el nombre de su pueblo) y la utilizo para comunicarme con Wagner, mi madre (ya fallecida).

Si acaricio mi cocina, acaricio el alma de mi madre. Si acaricio todas las cocinas de la tierra, acaricio la esclavitud de millones de mujeres, cuyos nombres se borraron  y son música ahora. La música de mi corazón atolondrado. 
Chapeau, Manuel Vilas. Nadie ha podido, ni podrá, decirlo mejor.

Y sigo: ¿de dónde sale tanto polvo? ¿Es acaso el planeta una inmensa fábrica de producir polvo? Y los baños, ¿por qué nunca apreciamos un baño limpio y le damos el valor que merece? ¿Luego de siglo, nos llevará la fuerza de las circunstancias a no gotear ese lugar donde incluso nosotros mismos nos vemos obligados a tomar asiento? ¿Dónde están los secretos guardados del uso de la escoba, que ni siquiera tienen un buen tutorial en la red? Y a propósito de eso, ¿por qué no se tira la escoba vieja si hay una nueva? Y en otro tercio, ¿hay sábanas cuadradas y otras rectangulares? ¿Por qué no se homologa el tamaño, acaso qué se necesita para dar ese paso tan trascendental en la historia de la humanidad? Y los espejos, ¿se limpian de arriba hacia abajo o de izquierda a derecha, o todas las anteriores? 

Y eso que falta la práctica en el fogón. Qué es lo de menos, digo, poner la olla al fuego. ¿Hay algún protocolo para despulpar una guanábana que permita encontrar por cuál orificio es que salen las pepas? ¿Los trozos de lechuga pueden ser,a la vez, no necesariamente  tan grandes ni no necesariamente tan chicos? ¿Hay una cantidad exacta que la física cuántica haya definido para que el café instantáneo no deje grumos a la hora de mezclarlo con la leche? ¿Cuál es el punto exacto de cocción para que una arepa termine crocante sin que se dore más de la cuenta? ¿Cómo se desprende la cubierta que separa las tajadas de queso sin que estas queden mutiladas, cuál es ese paso de magia que se niegan a revelarnos? Y una última de esta tanda, porque, seguro, tendremos más preguntas a medida de que pasen los días: ¿por qué siempre nos quemamos diez segundos después de que nos han advertido que lo que nos van a entregar, o vamos a tocar, quema? 

Parecería ser, pero no es un chiste. Ya se sabe que cuando esta pesadilla deje de serlo, nada volverá a ser igual. Eso incluye los roles que no quisimos asumir o a los que les hicimos el quite, por supuestos machos y por evidentes tontos. Ahora serán parte de la nueva cotidianidad, sin que se tomen el trabajo de preguntarnos si nos gusta o nos place. Bienvenidos al futuro.

* * *

Martes 31 de marzo. Miedo.

Han pasado 48 horas desde cuando me expuse al ir de compras a un mercado del pueblo donde habito.

He cometido varios errores que quizás no me pasen factura porque, hasta donde se sabe y a esta hora, 6 y 29 de la tarde, no hay reporte de contagio en el lugar. Pero valió la pena. No soy el único que tiene miedo, lo cual me lleva a vivir como tonto en el mal de muchos.

Solo que, a la vez, he conocido a Sandra y ella me ha enseñado su rostro del valor, de la valentía. Es una mujer locuaz, tal cual ya me lo había advertido días antes Ómar, desde España, donde vive hoy al lado de parte de su familia la tragedia más grande de ese país desde la Guerra Civil  (1936 – 1939) y la posguerra, en donde murieron cientos de miles, fusilados por el odio, los piojos y el hambre. Pero, tal y como le dijo también Ómar, no era esa, su locuacidad, un defecto sino el atributo de quien tiene mucho, y muy importante, por decir y lo hace en el momento justo. Justo, todo lo contrario a quienes hacen del verbo su herramienta para socavar en uso de la politiquería.

Quedamos de vernos para hacer algún aporte en especies a una causa social que, y ahí está la diferencia, no nació en medio de esta coyuntura sino que desde hace rato anda en el propósito de ayudar a familias de la región. Lo hacen con la suma de voluntades de amigos que tienen un poco más de aquellos que no tienen nada, pero que son capaces de brindar más incluso de aquellos que sí pueden ayudar y prefieren mirar para otro lado.  La tarea inmediata era conseguir y entregar mercados a cien hogares, previamente censados.

Mientras nos movíamos por una de las dos tiendas de marca que hay en el pueblo, pensaba en otra necesidad que había surgido a la par de esta. Jenny, una mujer que como Sandra, no conoce más que el pueblo y los que están al lado (más quizás alguna playa en el Pacífico, en una aventura familiar en la que o invirtieron los pocos ahorros, o se endeudaron) sufrió antes de la pandemia un accidente en motocicleta, esa otra peste que azota a Colombia (no tengan duda, por más grande que sea el Coronavirus, nunca podrá matar tanta gente como la que muere en dos ruedas con motor). En su caso, viajaba como pasajera de quien iba como conductor. Ambos resultaron con fracturas. Él, expuesta de tibia y peroné. Ella, de clavícula. Debieron incapacitarse, sí, solo que ante nadie, porque vivían de lo que hacían a diario. Ella, como empleado de servicio. Él, en no sé qué cosa, pero a destajo. La opción, entonces, depender de una de sus hijas, como mesera en un restaurante.

Así los cogió esta fotografía del coronavirus. A ellos y a otras dos personas, de una familia de cinco. Apenas se ordenó el confinamiento, de manera automática, la hija quedó sin empleo. Y sin más ahorros de lo que llevaban puesto encima. Debieron dejar la casa que ocupaban en arriendo e irse a vivir donde un familiar que se gana – se ganaba – la vida vendiendo chucherías por los pueblos.  Otra familia de cinco, que ahora son diez. Acordamos meter a esa familia dentro de la ayuda de los cien. Entran en los favorecidos (no me gusta la palabra), pero nos preguntamos con Sandra si habrá de dónde armar otra ronda de mercados en una semana. Y luego otra, y todas las que dure esto.

Hay gente a la que le duele esto, aunque si hay un mal que ahora mismo nos aceche, ese es la indolencia, en particular “la de la clase media”, me dijo en una entrevista un candidato presidencial antes de las pasadas lecciones. Y lo veo, lo huelo y lo tiento a mi alrededor. Eso produce tristeza y rabia a la vez, como las que saca ver a grandes empresas y grandes empresarios que no mueven un dedo, cuando ese no es un simple acto de caridad sino una obligación, como lo dijo el hombre de Arroz Diana cuando le preguntaron por qué ellos donaban un millón de libras de arroz a la Alcaldía de Bogotá, para que esta se encargara de repartirlas.

Otros dan, pero siento que se quedan cortos. Allá cada uno con las cuentas propias de lo que cree que debe dar y lo que su conciencia sabe que está en capacidad de dar. Es aquí, en esta circunstancia, cuando se mide la definición de solidaridad que hemos alcanzado. Y, a la vez, cómo miramos a quienes hacen más que nosotros en esta crisis, en silencio y con sus manos.

A los valientes que se juegan el pellejo, desde su nueva cotidianidad, expuestos al virus en realidad, en condiciones muy diferentes a quienes nos quedamos en casa, sin arriesgarnos más a que nos resbalemos en el baño o a que nos abramos una herida a la hora de cortar un tomate, a ellos dediqué esta columna en El País de Cali, el pasado 22 de marzo de 2020:  

Gracias, valientes. Esto va para esa gente frente a la cual este Estado, y nosotros mismos, pasábamos de largo. Esa gente que importaba tan poco y en la que hoy depositamos la salud de los nuestros y la propia. Esa misma gente en las que confiamos las soluciones de lo que volvió a ser más importante (la vida en familia). Sí, con el personal médico a la cabeza, pero, además, esas tantas otras personas que en uso de sus profesiones, oficios y ocupaciones  hacen menos penosa la situación de otros millones (nosotros). 

Ya se los dijeron en China, Corea del Sur, Irán, Italia y España, entre otros. Y comenzamos a reconocerlo en Colombia. Por eso el homenaje de la noche del viernes que tanto nos emocionó a todos quienes dan la batalla por la salud. Ellos, quienes, con coronavirus o sin él, se juegan la piel a diario en faenas sin horarios ni calendarios. La mayoría de veces, sin los más mínimos recursos para hacer su tarea. Y que se la van a seguir jugando en este trance difícil. Ante lo que queda, o ante lo que viene.      

Pero no son los únicos. Me detuve en eso la semana inmediatamente anterior mientras trataba de dar con un dispensador de antibacterial en El Dorado, tan urgente como escaso, no solo para los usuarios sino para quienes trabajan allí.  Ellos, empleados y nada más de las aerolíneas, no podían aislarse en medio de focos de infección como son los espacios cerrados donde laboran. Ni de nosotros, ni de los objetos que portamos, que también son vehículo de transmisión del virus.  

Ahora esa papa caliente la recogen sin chistar los empleados de los establecimientos públicos que estarán abiertos. Pasará en los supermercados y en las pequeñas tiendas. En las farmacias y en las estaciones de gasolina. En los sistemas masivos de transporte y en taxis, y con quienes trabajan con aplicaciones tipo Uber.  

O con la Fuerza Pública. Y quienes andan puestos en primera línea, tal cual pasa con conductores de carga y sus ayudantes que no hacen pausa para que podamos abastecernos, como igual sucede con quienes los esperan en las centrales de abasto. Muchos de ellos han ido a los campos a recoger los frutos de la tierra de campesinos que se levantarán ahora más temprano que nunca para mandar a las ciudades lo que no puede faltar, la comida.  

Y mientras nos guardamos en esta cuarentena, miles de empleados del sector financiero irán puntuales a levantar las persianas de los bancos para que el país tampoco se detenga en ese punto neurálgico. Y no olvidemos a los periodistas que salen a informar con responsabilidad y en función de servicio a la comunidad.  

Al final del día, tras estar expuestos y solo cuando así lo permitan las circunstancias, ellos volverán a sus casas, a ver un rato a quienes aman, guardando, hasta donde puedan, las medidas de precaución para evitar contagios.  

Igual sucede en su entorno más cercano ¿ha pensado con cuántas personas van a tener que seguir relacionándose a lo largo de su jornada quienes hacen de porteros y vigilantes (más tantas otras vainas que les corresponden) del conjunto residencial en el que usted habita? 

Si no es uno de ellos, o alguien de su familia no forma parte de ese ejército de valientes, póngase un momento en esos zapatos. Hágase entonces un propósito: antes que hacerles la  vida más difícil, sea agradecido con ellos. Son sus trabajos y voluntades los que permiten que millones le hagamos el quite a este mal, mientras ellos no tienen opción diferente a mirarlo de frente y desafiarlo.   

Ojalá el día que se cuente esta historia, la humanidad recuerde tanto que han hecho y harán estos valientes para ganar, desde donde la libran y a su manera, la batalla contra el Covid-19, como, no lo duden, sucederá finalmente.  Gracias a todos ellos. Aunque eso, las gracias y nada más, es poco por tanto.

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Lunes, 30 de marzo. A punto.

Dejé a punto muchas cosas ayer, esas que, igual, no voy a terminar hoy.  La primera, el largo trecho, sobre el que no escribí, entre el primer confinamiento – decretado en todo el país a instancias de la determinación de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, secundada a regañadientes por el presidente Iván Duque, como parece será de aquí a ¿abril?, ¿mayo’, ¿junio? ¿más allá? de 2022.

Trataré de resumir esos días en torno a la amenaza que se cernía en cada ser a mi alrededor. Y lo haré, cómo no, a la luz de mis propios movimientos. Anduve muy activo en la semana anterior a la orden en Colombia de quedarnos en casa. Lo hice, hablando de imbéciles, entre aeropuertos. Y entre ciudades y municipios. De Cali a Santander de Quilichao. De Cali, a Tumaco. Y de Cali a  Bogotá. Forzado por razones de trabajo y a cuenta de mi propia irresponsabilidad. Fue así como asistí a varias reuniones grandes (de 50 a 100 personas), dando la mano cuando no había que hacerlo y moviéndome en Eldorado de Bogotá, foco infeccioso con el patrocinio de Opaín, la firma que lo administra.

Y estuve a punto de ir de visita a un hospital donde a mi padre lo tenían bajo cuidados, idea que se cayó, no tanto por lo descabellada que era en la idea, sino porque una prohibición me obligó a abortar tal empresa. Tuve incluso la idea de salir a comer en la capital, pero no hubo con quién. Si no me metí a un cine es porque los teatros estaban cerrados. De lo que sí no me libre fue de comer a mediodía en un Crepes & Waffles, lleno hasta las banderas, con gente tosiendo y algún estornudo sonoro.

Hoy, acabo de hacer las cuentas, estoy cumpliendo apenas trece días de haber vuelto a mi casa, en Andalucía, Valle del Cauca. Eso quiere decir que aún me queda un día de una cuarentena  voluntaria a la que debí haberme sometido. No voy a negar que me siento bien de salud, aunque un par de estornudos en la tarde dispararon mi paranoia, acentuada con un extraño dolor de pecho. No es el primer episodio de pánico en que me he visto envuelto.

El primero, del que serán muchos más, lo viví ahí, en el aeropuerto Eldorado de Bogotá, en el que será el último viaje de avión (¿el último?, ¡qué estoy diciendo!) durante mucho tiempo. Fue el miércoles 18 de marzo, cuando el cuento de mandarnos a todos a casa estaba a punto de volverse orden en todo el país. Me bajé del carro de Jaime Gabriel, colega y amigo, con el rabo entre las piernas. Esquivé con finta digna de mis años mozos a no sé cuántos cristianos que se me atravesaron, primero, hasta llegar a la máquina de impresión del pasabordo. Y, luego, a otros tantos mientras me dirigía al filtro que da paso a las salas de espera. Todos me resultaban sospechosos. Antes, para mitigar el hambre que a esa hora reparaba en mí, compré dos bolsas, una de frutos secos y otra con algo de proteína. Buscaba como loco gel antibacterial, pero no había ni en las farmacias ni en lugar público alguno. Al llegar ante la funcionaria encargada del chequeo de documentos me sentí peor cuando me pidió que pusiera cédula de ciudadanía y documento de abordaje sobre su mesa de trabajo. Mejor dicho, que ni se me ocurriera tocarla.

Recogí mis cosas al otro lado de la banda y me pregunté si estaba seguro de que sobre esa misma superficie no había pasado antes alguna persona contagiada, de los cientos que, con toda seguridad, pasaron antes por allí. Resignado a mi suerte, busqué una silla libre en alguna de las salas cercana a la puerta 73, donde debía abordar para Cali. Menos mal, no había muchos pasajeros y me senté a mis anchas. Otra vez ladró el hambre y entonces abrí los dos paquetes de comestibles. Traté de engullir los contenidos desde los mismos empaques, es decir sin utilizar las manos, que acababa de asear en uno de los servicios.  Cuando iba por la mitad de la ración de frutos secos, recordé con horror que mi boca había estado en contacto con la parte exterior de la bolsa, la misma que la empleada del lugar donde los había comprado (en realidad, una farmacia), me había hecho entrega de ellos, de los comestibles, sin usar guantes y con las mismas manos que había entregado el cambio de dinero del billete con que le había pagado. Con toda seguridad, ella había tenido algún contacto físico con muchas personas a lo largo de ese día, en el lugar más temible del país, el aeropuerto. O yo acababa de comenzar a ser parte de la lista negra de contagiados, o tenía tanta suerte (que nunca me ha faltado, valga decir) como para salir indemne de ahí. Si yo acababa de bañar mis manos, por qué carajos me ponía ahora a inventar malabarismo para comer.

En definitiva, si no confiaba en mis propias manos era ya el colmo. Fue ahí cuando devoré las dos cargas en un santiamén y cuando me disponía a dejar la mente en blanco, me detuve en la superficie de la estaban hechos los descansabrazos de las sillas del lugar. Eran metálicas, lo que equivalía a otra amenaza. ¿Cuántas personas habían pasado por allí, a lo mejor provenientes de Europa, donde ya esto era una tragedia? Fui un momento al infierno y volví enseguida.

No les voy a contar cuánta fuerza hice luego, una vez abordé el avión para que la silla de al lado (la 14…algo) no fuera ocupada por alguien, en un vuelo casi lleno, con la excepción, precisamente, de ese lugar. Toda una señal divina de que los santos estaban conmigo, más allá de la desconfianza que me despertó el tipo de un lugar más allá, sobre el cual ejercí permanente monitoría sobre su estado de salud (léase tos, estornudos o respiración agitada).

* * *

29 de marzo de 2020, domingo: Eran las 12:16.

Son las 12 y 16 minutos del mediodía. Más que ser domingo, veo, por el calendario que hay en un mueble de la casa, que es domingo  29 de marzo de 2020. Ayer también parecía ser domingo, aunque era sábado.

En cambio, el viernes no tenía cara de viernes, ni tampoco de sábado; menos, de domingo. El viernes 27 fue anodino, nadie se dio cuenta que era viernes, el mejor día de la semana. Ya veremos cómo amaneceremos mañana, lunes. Porque el lunes de la semana pasada fue festivo y aunque, igual estábamos encerrados a la fuerza, el cerebro mandó órdenes de ‘puente’ al cerebro y nos lo tragamos entero, estuvimos dizque en descanso. 

Debí comenzar a escribir esto el primer día no hoy 29 de marzo, a las 12 y 16. Eso me lo acabo de reprochar. Porque no es este el primer día de la cuarentena. Solo que si lo hubiese comenzado a hacer desde el comienzo del confinamiento, este escrito no tendría gracia. Sería no un diario de cuarentena, como he decidido que sea, sino un proyecto de esos proyectos a los que antes de esto les poníamos objetivos generales y particulares, y metodología, y cronograma. Incluso, conclusiones.

Y no sé cuántas otras cosas de esas hechas del mundo previsible en que nos criamos y andábamos, aquel del que nos teníamos tan seguros. Ese mundo ante el cual se acaba de abrir una grieta de la que no sabemos  si vamos a tener la posibilidad de saltarla o que va a terminar devorando nuestro presente y, con él, buena parte del futuro.

Sí, quizás exagero. Porque son, a esta hora, 666.718 los infectados (qué miedo, 666…). Y apenas 31.196 los fallecidos. Casi nada si lo ponemos frente a una población tan grande como la total del planeta (7 mil millones 774 millones 206 mil 3269 habitantes a esta misma hora (1.37 de la tarde de ese mismo día). Y baja también si se le mira frente a cuantos han nacido en estos primeros 86 días del año: 33.990.608 seres humanos, es decir, casi mil veces más. Y muy por debajo de quienes vienen al mundo en un día así: 216.433. Incluso, apenas una fracción si se mira la cantidad de congéneres que fallecen a diario en la tierra (90.864), cantidad de todas maneras que sufre el incremento de los que fallecieron (más de 2.000) en las últimas 24 horas en Italia, España, Reino Unido, Estados Unidos, junto a otros Estados, víctimas del Coronavirus.  

Entonces, si fuera por ello, por la baja mortalidad del Covid -19 frente a la inmensa mortalidad que nos acompaña a diario (en Colombia mueren asesinados, en promedio, 31 ciudadanos, como resultado no de la guerra sino de la violencia cotidiana, como aquella que salta en la esquina para quitarte el móvil y, de paso, la vida), si fuera por eso, esto del carácter letal del nuevo coronavirus, no sería más que una mayúscula exageración. Y de pronto termina siéndolo. Quién sabe, porque quizás como pocas veces en la historia reciente de la humanidad, no sabemos nada más que estamos bajo amenaza.

Antes de continuar, debo admitir que este es un diario tardío. Como han sido las decisiones de quienes manejan el mundo frente a la pandemia. Y como han sido lentas las de los propios encargados de la salud mundial, quienes, y solo para empezar a enseñarles sus errores, aplazaron y aplazaron esa calificación, la de pandemia, hasta cuando vieron que no más a su lado caía gente enferma.  Y más que lentos, fueron indolentes los políticos que, en aras de mantener su estabilidad o algo tan mezquino como es su capital político (que ni siquiera lo consideran de los partidos – o movimientos – a los que pertenecen sino propio y nada más), mintieron para disimular la evidente gravedad puesta en conocimiento por algunos “irresponsables” – lo menos de cómo clasificaron a científicos y expertos -, para, al final, verse obligados a reconocer que el Covid-19 no solo mordía sino que mataba, de seguir así como viene, cada día más.

Igual procedieron Donald Trump en Estados Unidos, que los gobiernos de Conte y Sánchez en Italia y España.  Y el de Jair Bolsonaro en Brasil o el tal López Obrador en México. Todos por igual, lo que lo lleva a uno a concluir que estamos en manos de imbéciles empeñados en ser cada vez más imbéciles, ahora no solo con nuestra plata sino con la salud nuestra de las próximas 24 horas, porque ya se habían cargado la otra, la permanente.  

Decía que este diario o la pretensión de hacerlo, también es tardío, porque si lo miramos desde la situación  de Colombia, donde nací y donde vivo, esto de la infección colectiva ya casi tiene casi un mes de historia. Fue el 6 de febrero (un día que, pase lo que pase, de todas maneras será histórico) cuando se supo que el mal había tocado a nuestra puerta. Y, a pesar de eso, nos demoramos en pellizcarnos. Nos demoramos o se demoró el gobierno del presidente Iván Duque, en cerrar la entrada a vuelos internacionales por donde llegaban infectados (esa palabra tan fea y discriminatoria, pero cualquier otra sería nada más que eufemismo) a montones. Sí, extranjeros, pero también colombianos, a los que no se les podía negar su ingreso, pero sí había que tomarse el mínimo trabajo de ponerlos en cuarentena, ya que mientras algunos de ellos tenían evidentes síntomas de estar contagiados, otro eran asintomáticos y muchos más no lo tenían pero lo podían llevar puestos en sus zapatos, en la ropa que portaban o en sus equipajes.

Es ahí, en ese punto, cuando, aparte de señalar a los responsables, me permito asumir mi propia responsabilidad. Lo digo porque…Créanme que quisiera decirlo ahora mismo, pero en este preciso instante acabo de entrar en un estado de congelamiento mental al que quizás deba acostumbrarme sí, como todo parece, esto vaya a durar más semanas de las previstas, es decir, meses, o más, aseguran los que saben. Los auríspices en cambio prometen milagros y piden ayudas para sus cruzadas. Iba a decir algo más, pero paro en seco ahora mismo y me voy a buscar tras que esconder el miedo, el aburrimiento, la desazón, la incertidumbre, la pereza, el desgano, la distancia, la soledad y demás estados que me abaten pero a los que pretendo engañar con un libro, una película, una canción, un plato de comida, una caminata nocturna por las desoladas calles donde habito- aspiro no topar con un  solo ser humano -, antes de dar con el mejor de los refugios, la cama y la almohada.  

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