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Como cada uno de nosotros, Weimar mira la actual cuarentena desde su propia perspectiva. Y si nos guiamos por las fotos que comparte, ese ángulo es envidiable. Al fin y al cabo, tener contacto permanente con la naturaleza se ha convertido en lujo. Gracias Weimar por compartir sus reflexiones y cuídese mucho, al lado de los suyos.

Hace poco más de dos meses nuestros días transcurrían incólumes, invadidos por una cotidianidad enquistada bajo la promesa efímera de una renovación que nunca llegaba. Así, venía a casa después de una larga jornada de trabajo, reuniones, audiencias y un cúmulo de ocupaciones diarias que nos distrajeron de esos pequeños detalles que le dan sentido a la vida.  

El arribo no era más que una acción mecanizada y frívola al no advertir los innumerables y maravillosos recursos alrededor de esa llegada que pueden recargarnos de energía y buena vibra al momento de ser recibidos en casa. Quedamos inmersos en lo rutinario, aplazando iniciar ese tan anhelado curso de manualidades, desarrollar el hobby en torno a la lectura, tañer un instrumento y un sin número de cosas que durante toda la vida hemos querido hacer y siempre postergamos. Eso, sin mencionar la gran cantidad de tiempo que nos quita la tecnología al adentrarnos en la visualización de redes sociales y otros, mermando de sobremanera los momentos en familia, los abrazos filiales, los juegos de mesa, hasta llegar al punto que la comunicación tendría que ser por whatsapp.

El aislamiento ante la inmensa inactividad obligatoriamente me llevó a detenerme y hacer una reflexión de por qué siempre aplazaba mi renovación. Fue ahí cuando me detuve en la inmensidad que nos proporciona el universo en el diario vivir, tan solo, llegar a casa y dedicar el tiempo mínimo para advertir los detalles de la naturaleza, la misma que apreciamos en publicaciones ajenas sin darnos cuenta de que la tenemos al alcance de nuestro tacto y mirada.

Me di cuenta que sólo teníamos dos alternativas – regocijarnos o lamentarnos –  fue así, como escogí lo primero y  he dedicado tiempo a hacer las fotografías que les comparto, dándome cuenta lo bendecidos que estamos para afrontar esta calamidad, mientras que la mayoría pasa sus días en apartamentos y hogares que no van más allá de las cuatro paredes, con vista a una jungla de cemento. Nosotros en cambio gozamos de un ambiente natural y desde donde adquiere significado la frase aquella que dice “Felicidad se encuentra en los detalles más pequeños”, haciendo referencia que una simple actividad como tomar una foto puede proporcionarnos momentos de esplendor y admiración. Esos pequeños detalles hacen que nos demos cuenta que el oxígeno es muy importante y aún los gobiernos no lo cobran, y que cada día en el mundo mueren miles de personas por falta del mismo, y otras tantas están conectadas ahora mismo a respiradores artificiales luchando por su vida.

De todo ello concluyo que la cuarentena ha tocado nuestras fibras más sensibles, como también hemos mejorado la comunicación en nuestro entorno. Hay solidaridad, respeto y trabajo mancomunado para mejorar nuestro Conjunto. Por eso, no bajemos la guardia para que el hecho de superar este suceso no converja en devolvernos a las costumbres anteriores, explotemos las once virtudes que según Aristóteles debemos practicar para llegar a la felicidad. Aprovechemos pues este entorno, teniendo en cuenta que la obra maestra de la naturaleza es la familia, dediquemos el tiempo para fortalecer los lazos y demos gracias a Dios por todas las cosas que pone en nuestro camino, siendo más las buenas. Al final verán que saldremos adelante y con paso firme de esta pandemia.