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Por Diego Chonta*. Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegaron, quién escogió o quien les señaló en el mapa este pueblo alegre, casi perdido a los pies de la cordillera Central de Colombia, para filmar allí una historia que tampoco nadie supo cómo terminaba, porque nunca acabó.

 Llegaron una mañana de verano, en caravana, como suelen llegar los circos y de un momento a otro, trastocaron el tiempo, echaron para atrás el calendario, envejecieron las calles casi un siglo.

 Rellenaron con tierra roja y amarilla de las lomas de los alrededores las vías pavimentadas, ocultaron los postes de cemento de la energía para instalar sobre maderos viejas farolas de velas de cera, que alumbraban un poquito más que las luciérnagas, y el puente antiguo, de arco romano, recién inaugurado, fue la pasarela precisa para que sobre ella desfilara la mujer más hermosa del mundo. Se llamaba Ornella Muti, el nombre con el que diez años más tarde, le dieran de manera oficial, el título de la bella bellísima.

...Y el puente antiguo, de arco romano, recién inaugurado, fue la pasarela precisa para que sobre ella desfilara la mujer más hermosa del mundo: Ornella Muti. Foto de Carlos Eduardo Astudillo

 Pero aquí, en este lugar rodeado de árboles inmensos, los samanes, en estas tierras donde antes hubo oro, aquí tuvieron el gusto de saber primero que la belleza tenía un nombre.

 Los italianos llegaron también con su idioma cantado y pegadizo y revolucionaron todo, la sociedad, las mañanas tranquilas de colegio, las tardes que parecían todas de domingo y sembraron en cientos de testigos, la idea de que el cine no era tanta magia como parecía, que más bien era un plan que todos debían aprenderse de memoria. Y luego todo se juntaba.

A los pocos días ya los muchachos del colegio hablaban italiano y se despedían con arriverderchi y se saludaban con el bon giorno. Y los espaguetis de toda la vida, comenzaron a llamarse pasta.

Sin embargo, lo que más llamó la atención de aquella extraordinaria revolución de cámaras, luces, actores y extras, fue el hecho de que las mujeres de la alta sociedad quilichagueña, fuesen contratadas para hacer de lavanderas pobres en el río. Algunos dicen que las escogieron por su belleza, otros que porque el guión exigía lavanderas holandesas.

 Lo cierto es que allí estuvieron horas enteras con los pies en el agua, día tras día. Otro descubrimiento, que el cine era lento, que se hacía despacio, muy despacio y que había que repetir y repetir hasta el cansancio. Y las pobres con los pies fríos hasta que el hermano de una de ellas, se quejó al productor y solo se metieron un poco antes de dar el grito de rodando.

 Nadie sabe el año exacto en que llegaron para filmar El Primer Amor nunca se olvida,  quizá entre 1973 y 1975, cuando Francesca Romana Rivelli,  para el mundo Ornella Muti, con menos de veinte años, deslumbraba con su belleza.

¨Tenía una piel hermosa, ojos preciosos, era bella y muy simpática. Recuerdo que después de grabar las escenas a la orilla del río, se iban los actores con los vestidos de época, a tomar algo, un café, a la panadería y allí sin ningún problema, firmaba autógrafos y se prestaba para que se tomasen fotos con ella. Fue todo un espectáculo”.

 Los italianos viajaban todos los días desde Cali, alojados en el hotel Aristi, en aquel entonces, el más importante y elegante de la ciudad. No estaba muy lejos aquel pueblo que nunca en su historia de casi 400 años, había imaginado algo parecido.

Quizá García Márquez o dicen que algún escritor o alguien importante, le dio al productor la ubicación de Santander, le habló de la orilla del río y de los árboles inmensos que lo acompañan a su paso por la ciudad. Pero sea como sea, llegaron, grabaron y se fueron. Pocos lugares en el mundo, creo, han tenido ese privilegio”, dice Jerónimo Velasco, que por aquel entonces trabajaba en los juzgados.

 Algunos de los técnicos y extras y almorzaban donde doña Clemencia, en una casa de patio delantero diagonal al hospital Francisco de Paula Santander mientras que a otros le traían la comida desde el restaurante de Roxana en la capital vallecaucana. “Ella les daba una merienda en la mañana y en la tarde iban a almorzar”, recuerda Henry Mosquera.

María Mejía era muy niña cuando una mañana los italianos llegaron a su casa, amplia y hermosa, construida al estilo antiguo, justo a la orilla del río, justo también frente al puente y establecieron allí el centro de operaciones.

 “La reunión de los extras -agrega María- de las señoras que iban a meterse al río como lavanderas la hicieron aquí en casa de mis padres, estaban ella y los italianos, que daban las instrucciones. Entre las mujeres estaban Nelly Navia, Mercedes Jutchenko, Maricel Peláez. Recuerdo muy bien esos días, esos momentos”.

 Desde la ventana de la casa de paredes blancas se podía ver el puente, el trabajo del director, de los actores, de los técnicos de luces. A un lado, se  paraban los espectadores, algunos que se quedaban horas y horas. Se podía ver a Ornella con su vestido y una sombrilla de tela blanca bordada.

 “Lo único que pensaba -dice Emilio Narváez- era que de pronto faltara alguien y pidieran un extra del público y me escogieran. Me gustó el cine desde entonces y mucho más, me hubiese gustado conocer Italia. Ya había aprendido a saludar en italiano por la mañana”.

 Estuvieron muchos días grabando. Sobre el puente, sobre las calles, a la orilla del río donde las raíces de los samanes parecen brazos de un pulpo gigante. Luego grabaron en la Capilla de San Antonio en Cali.

Mi casa está casi a la orilla del río -dice Esther Emilia Villafañe- y una mañana cuando estaban en una pausa de la grabación, ella pasó por aquí y fue cuando nos hicimos la foto. Era hermosa, recuerdo que era una mujer muy linda y simpática y su esposo, Alessio, era también muy guapo”.

 Todos en Santander soñaban con el día en que llegase la película, verse allí, mirarse por una vez en el cine, en la gran pantalla del teatro Paz, que muchos años después, descansaría en paz cerrando sus puertas. Pero no pudo ser.

Nadie sabe las razones, los motivos por los que un día tal como llegaron, los italianos se fueron, dejando la película sin terminar, sin pagarle a los extras. Recuerdo que tuvimos que ir hasta el hotel Aristi en Cali a reclamar un megáfono que le habíamos prestado al director. Fue una lástima que no la terminasen”, cuenta Ciro López.

  Muchos dijeron que junto a Ornella había llegado el director Carlo Ponti, en aquel entonces esposo de Sofía Loren, con la que se había casado unos nueve años atrás, pero nadie recuerda haberlo visto. Lo cierto es que la acompañaba  Alessio Orano, con el que Ornella estuvo casada de 1975 a 1981.

La película la dirigía un argentino cuyo nombre se ha perdido en la memoria. Solo hay recuerdos para Ornella, la mujer más hermosa que jamás haya pisado estas tierras de samanes y de oro.

Fotos de Ornella Mutti, cortesía Esther Emilia Villafañe.

*Diego Chonta, periodista y escritor colombiano nacido en Santander de Quilichao (Cauca) y residenciado en Madrid.